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Sacó de la alacena un gran bowl de metal y abrió la bolsa con frituras de queso, las depositó dentro del envase sin mucho cuidado y robando una que otra en el proceso. Inmediatamente después sacó algunos vasos de cristal rojo y los colocó en la charola, junto al bowl con las papas y cargándolo con bastante dificultad lo llevó todo hasta la cómoda sala, depositándolo sobre la mesita de café frente a la chimenea eléctrica. Estaban celebrando, después de casi dos meses desde que se habían mudado, James Potter por fin había conseguido un puesto en el Scotland Yard y no uno cualquiera, le habían asignado un equipo completo por las buenas referencias que había dado su antiguo jefe en el Valle de Godric.

A Lily el nuevo trabajo de su esposo no le hacía mucha gracia, era arriesgado, muy peligroso. Sabía que James amaba ser policía tanto como ella amaba ser médico, y solo por eso había decidido no expresar su inconformismo en voz alta, sin embargo era obvio para todos que no se encontraba muy a gusto, y con buenas razones; ya anteriormente James había estado a punto de morir a manos de criminales a los que perseguía. El hombre amaba la justicia y se apegaba a ella como ningún otro, sin importarle que tan peligrosos fueran los hombres a los que se enfrentara, arriesgando su propia integridad y la de su propia familia.

Así había sido como Harry se había ganado su cicatriz en la frente, su padre había estado tras una mafia bastante poderosa, no solo en su pequeño pueblo, sino en todo Inglaterra, se había metido con la gente equivocada, o al menos eso decía la nota con la que encontraron el cuarto vacío de su hijo y a la niñera sin vida. Se habían llevado al pequeño Harry de tan solo un año y aunque el secuestro había durado solo un par de días habían sido los peores de los Potter. Al final habían recuperado a su hijo gracias a Peter Pettigrew que se decía su amigo y que trabajaba para los malos. Gracias a aquel hombre habían detenido a muchísima gente y aunque no se supo nada de Tom Riddle, el cabecilla, sí que se pudo desmantelar su red de tráfico de personas. Al final el pequeño Harry solo había obtenido una cicatriz en la frente y todo había salido bien, pero Lily definitivamente no quería volver a pasar por lo mismo, nunca más.

Pese a todo James jamás dejó de laborar como policía, al menos hasta que se mudaron y no tuvo más opción. Hasta aquel día. Era treintaiuno de octubre, se cumplían exactamente quince años desde que Harry había sido secuestrado pero aquello no importaba, James había obtenido un trabajo sensacional y todos celebraban con botanas, películas y charlas animadas alentadas por Sirius que estaba realmente contento de que su mejor amigo por fin consiguiera su trabaja ideal.

Después de servir los refrescos, Harry se sentó junto a Remus que se encontraba revisando algunos papeles, seguramente tareas y aquello le hizo sonreír, la dedicación que le daba a su trabajo era fascinante. Estiró un poco el cuello para leer más los papeles, no era tarea, era el guion de Romeo y Julieta que Hermione había adaptado con ayuda de Parvati Patil. Harry ya se había resignado a tener que interpretar aquella obra, y aunque le había pedido a Lupin que lo dejase ayudar con la escenografía, él le había contestado que no podía darle preferencia, que todo sería mediante una rifa y que, si le tocaba actuar tendría que hacerlo.

Se recostó nuevamente en el sillón y levantó la vista hasta el reloj de pared que tenían, uno hermoso de cristal y ornamentación dorada que su abuela, la madre de su padre, les había regalado. Aún era temprano, había salido de la escuela solo un par de horas atrás y aún faltaba bastante para las ocho de la noche, hora en que comenzaría la fiesta de Halloween en la casa de los Malfoy a la que estaba invitado.

No podía mentir, se sentía ansioso, su plan de acercarse a Draco Malfoy no estaba yendo muy bien, el rubio repentinamente parecía haber perdido interés en él, parecía mucho más ocupado perdido dentro de sus propios pensamientos, si hasta había dejado de molestar al colegio entero con sus comentarios mordaces y Ronald le había asegurado que jamás, desde que habían entrado al colegio, lo había visto así de pensativo, lo que para Ron era algo así como un milagro. Sin embargo, Harry intuía que algo no andaba bien, Malfoy no se veía deprimido, ni nada de eso, solo un poco ausente, como si su mente estuviese demasiado ocupada con otros asuntos y aquello no le permitiera meterse con Harry como debía. Las peleas por los pasillos habían cesado, igual que las frases irónicas e hirientes, las humillaciones mutuas y las muy pocas pero existentes peleas a puño limpio.

impossible MALFOYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora