Capítulo Diecisiete

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Mi despertar fue terriblemente doloroso. Estaba recostada en el desgastado suelo de madera de una habitación completamente vacía cuya puerta estaba cerrada y con una única ventana que a penas dejaba pasar la luz del amanecer.

Me resultaba imposible moverme debido a que me habían atado las manos y mis tobillos estaban cautivos por unos grilletes oxidados. No me atreví a moverme, ya que ese tipo de cosas solían fabricarse afiladas para que el preso que intentara quitárselas se hiciera daño.

Revolví un poco mis brazos atados a la espalda, pero no sirvió de nada salvo para apretar más el nudo y provocarme un tirón en ambos hombros.

Decidí quedarme lo más quieta posible para evitar hacerme más daño. Me eché un vistazo a mí misma de arriba a abajo y me di vuelta de que no estaba manchada de fango, tenía heridas con sangre coagulada, pero al menos sabía que no me moriría desangrada.

Me recosté boca abajo en el suelo y me desplacé arrastrándome usando los pies y los hombros hasta llegar a la puerta. me di la vuelta y comencé a golpear la puerta con los pies, intentando abrirla. Cada vez que lo hacia más fuerte, Me iba hacia atrás y me dañaba las manos, por lo que me rendí. Bajé los pies para tomarme un pequeño descanso y que se me pasara el dolor de las manos para poder continuar después, cuando escuché unos fuertes pasos acercarse.

Mi corazón dio un vuelco y rodé rápidamente hasta una esquina de la habitación, dándole la espalda a la puerta para hacerle creer, a quien quiera que fuese a entrar, que seguía inconsciente.

Clic.

La puerta se abrió y dio un fuerte golpe contra la pared.

No pude evitar empezar a temblar cuando sus fuertes pasos se acercaron.

Algo me tiró con mucha fuerza del cabello y me alzó. Me retorcí de dolor y solté un grito entrecortado. Apreté mis dientes con fuerza. Mis ojos se abrieron y pude ver a una chica con la piel completamente blanca, de cabello muy largo y negro, recogido en un lazo rojo con un mechón púrpura. Solté otro grito de terror al ver sus ojos azules, completamente abiertos, tenían los párpados cosidos, sus dientes estaban anormalmente afilados y tenía una sonrisa horrible como la del muchacho del bosque.

—¡Así que tú eres la zorra que ha empezado a dar golpes como si esta fuera su casa! ¿¡no!?— Mis pies golpearon sus muslos, a lo que dio un gruñido de dolor y soltó mi pelo, haciendo que cayera suelo de rodillas —¡Date por muerta!

Caminó hacia mí y me derribó en el suelo. Del bolsillo de su chaqueta morada sacó un cuchillo jamonero demasiado grande y afilado con el que me apuntó. No pude evitar lanzar un grito.

—¡Nina!— Escuché una voz de fuera de la habitación y ella se detuvo.

—¿¡Qué!?— Gritó.

—¡Ni se te ocurra cargártela!— El chico del bosque, Jeffrey, apareció y le arrebató el cuchillo a Nina —¿Quieres que Slenderman te arranque la cabeza?— Nina desvió la mirada y se cruzó de brazos —Además... yo la vi primero— Jeffrey me miró y se relamió —¿Verdad, princesita?

Comenzó a acercarse a mí, y le alejé empujando su estómago con mis pies. Él solo comenzó a reír.

—Vaya, no te rindes nunca, a pesar de que ya sepas que vas a morir...— Murmuró, sin romper el contacto visual con mis ojos —Me gusta— Cogió mis pies y tiró para acercarme a él.

—¡No!— Exclamé, intentando que soltara mis pies. 

—Slender dijo que no puedo matarte...— Comenzó a decir. Entonces, sentí que algo se posaba en mi muslo. Algo frío, helado. Tanto, que hasta dolía —Pero no dijo nada de hacerte pequeños cortes...— Chillé con más fuerza, aunque me daba la sensación de que en aquella casa no podía contar con la ayuda de nadie.

Jeffrey clavó la punta del cuchillo en mi muslo y lo deslizó hacia abajo. Sentí como cortaba mi piel de manera limpia y dolorosa. Apreté con fuerza los dientes y cerré los ojos de golpe. Jeff soltó una carcajada y soltó mis piernas.

—Puede que luego vuelva y te haga otra más— Se levantó y salió de la habitación, cerrando la puerta de un portazo.

Sentí la sangre emanar de aquel corte y deslizarse por mi muslo hasta llegar al suelo. El dolor me estuvo atormentando durante todo el día, así como la postura en la que me encontraba, ya que debido a mis manos atadas a mi espalda, no podía encontrar una postura cómoda.

No sé si en algún momento llegué a quedarme dormida, pero cerré los ojos, y cuando los volví a abrir, ya se había hecho de noche, y parecía ser bastante tarde. Escuchaba a los grillos y a los búhos, un sonido que, por segundos, me hacía olvidar dónde me encontraba. Me daba cierta nostalgia de cuando era pequeña.

La puerta se abrió de golpe y me hizo pegar un brinco. Sentí un dolor repentino en el pecho y el estómago debido a los nervios cuando escuché pasos rápidos acercarse a mí.

Alguien me cogió de las piernas, me arrastró hasta la puerta y luego me cogió del cuello de la camiseta para incorporarme.

Me topé con dos cuencas negras y vacías chorreando una especie de líquido negro que me congeló la sangre. Era un muchacho, llevaba una máscara azul oscura e iba vestido de negro. Su piel era gris y su cabello era castaño.

Ahogué un grito de terror, pero él lo ignoró. Me levantó por la fuerza del suelo y, sin darme opción, me levantó y me arrastró fuera de la habitación.

INMORTAL |Zalgo y tú|© FINALIZADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora