Capítulo Seis

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Subí escaleras arriba y entré a mi Habitación. Abrí el armario.

Estaba demasiado feliz como para ponerme los mismos pantalones vaqueros cortos y una camisa corta de mangas caídas. Esa vez decidí vestir algo diferente, así que cogí una falda que tenía por ahí y una de mis millones de camisas cortas. Me puse unas bailarinas negras y bajé con mamá, quien ya estaba preparada.

—Que guapa estás, cariño— Me dijo, poniendo un mechón de pelo detrás de mi oreja —A ver cuándo me traes un novio a casa.

—¡Mamá!— Exclamé. Aparté la mirada en cuanto sentí mis mejillas sonrojarse, a lo que mamá rio.

Salimos de casa y fuimos a pie en dirección a la playa. Cerca de esta había montones de restaurantes que estaban abiertos durante todo el día y donde había mucha variedad de comida. Especialmente, marisco.

Nos sentamos en una de las mesas que había en la terraza de un restaurante llamado Sea Restaurant. Un nombre muy poco original, un lugar en el que escaseaban personas, pero los precios eran muy baratos y nosotras siempre buscábamos algo que se pareciera a comer gratis.

Un camarero nos trajo los menús. Fijé mi vista en un plato de gambas rebozadas cuando alguien paró a un costado de nuestra mesa, volví a encontrarme con una cabellera pelirroja.

Mis ojos se abrieron de golpe al encontrarme con Zalgo, pero esta vez estaba vestido con el uniforme que llevaban todos los camareros en el restaurante y llevaba una libreta en la mano. Me giré a ver a mamá, la cual estaba encantada de que un chico tan guapo nos atendiera.

Zalgo sonrió, enseñando sus dientes perfectos. Tal vez lo habían contratado para que atrajera a los clientes con esa sonrisa tan perfecta, parecía su arma maestra. Al ver que sus ojos se posaban sobre los míos, me tapé la cara con la libreta de cuero del menú, intentando disimular mi sonrojo y mis pocas ganas de verle la cara.

«¡No! ¡Él otra vez no!— chillé en mi mente —¿¡Por qué siempre que intento dar esquinazo a alguien es cuando más me lo encuentro!?»

En ese momento quería morir. Ya podía venir un enorme tsunami y arrastrarme solo a mi con él. No me importaría.

—¿Saben ya qué van a tomar?— Preguntó con educación y una voz dulce. Casi parecía fingida. Mamá pidió encantada lo que había elegido —¿Y la señorita?— Me mordí el labio aun con la cabeza metida en la libreta.

—¡Ay!— Mamá me había dado un puntapié en toda la espinilla y me había echo sacar la cabeza de la libreta. Mi cara estaba roja y preferí no mirar al pelirrojo. Pedí lo que quería y luego, cuando se fue, miré a mamá enfadada.

—Tienes muy pocos modales, el chico estaba esperando— Me dijo. Puse los ojos en blanco.

—Mamá, he cambiado de opinión, ¿y si volvemos a casa y pedimos una pizza mientras vemos una peli de Tom Cruise?— Ese era el actor favorito de mi madre desde que descubrió su existencia en Misión Imposible. Solía meter a aquel actor en medio cada vez que quería volver a casa y el setenta y cinco por ciento de las veces funcionaba.

—Pero, ¿qué dices, _____? Ya hemos pedido lo que queríamos. No vamos a irnos— Me dejé caer en la silla de plástico ardiente por culpa del calor.  Saqué el abanico del bolso de mi madre y comencé a darme aire con desesperación. Mi vista se posó en el mar. Era deprimente el hecho de que habían transcurrido al rededor de tres semanas desde que empezó el verano y yo aun no había puesto un pie en el mar, incluso después de tirarme todo el año escolar quejándome del frío y del no poder bañarme en la playa, ahora me quejaría del calor y me cansaría de la playa. Así eran todos los veranos de mi vida.

Zalgo volvió con los platos, llevando uno en cada mano con elegancia y cuidado, como si ya estuviera acostumbrado a trabajar de camarero. Cuando dejó mi plato frente a mí, me dedicó una sonrisa y me susurró un que aproveche que me dio un escalofrío. Bajé la mirada y me dediqué a comer lo más deprisa que pude para pedir la cuenta y largarnos de allí.

—¿Lo conoces?— Me preguntó mamá.

—¿¡Qué!?— Salté —¿¡E-estás de coña!? ¡N-no lo he visto en mi vida!— Mamá alzó una ceja y enseguida comprendí mi error: había saltado muy a la defensiva.

—Oh, bueno...— Fue muy amable al omitir el: parece que le gustas y el a ver cuándo me lo traes a casa.

No había comido ni dos gambas cuando me levanté de golpe de  mi asiento.

—Voy al baño— Dije, y caminé dentro del restaurante. Me acerqué a una chica y le pregunté dónde estaba el baño. No era como si tuviera ganas, era que quería mojarme la cara y chillar sin que nadie me oyera.

la chica me señaló unas escaleras que bajaban. Le agradecí y bajé dichas escaleras sosteniéndome de la barandilla. Las piernas me temblaban y el corazón me iba a mí. Llegué al baño de señoras y fui al lavamanos para tirarme agua a la cara y hacer que algunos mechones de mi pelo se mojaran y los tirabuzones se volvieran rígidos por la espuma que me había echado en el pelo.

—De todos los sitios disponibles que había para come, tuvimos que elegir este...— Maldije en voz baja. Después de aclararme un poco, me coloqué la falda y salí del baño.

—Buenas noches.

Mierda.

INMORTAL |Zalgo y tú|© FINALIZADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora