Capítulo Nueve

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Cuando llegué a casa, mamá ya estaba dormida y todas las luces de casa estaban apagadas. Lo primero que hice fue tomarme unas pastillas para asegurarme de que no me diera ningún ataque y después, cuando me tranquilicé un poco, subí hasta mi habitación, donde me dejé caer sobre la cama aun sintiendo como mi cuerpo temblaba.

Al día siguiente, los pitidos del coche de mi padre me despertaron, tuve que vestirme a toda prisa y bajar las maletas. Mamá me obligó a sentarme y desayunar algo porque el viaje era muy largo y no me quería dejar ir sin desayunar. Papa tuvo que entrar y comprobar que mamá no quería mantener en la casa para que no me llevara con él.

-Hola, papá- Saludé con la boca llena de cereales.

-Hola, _____, ¿ya estás lista?- Tragué antes e responder:

-Casi- Dejé el cuenco en el fregadero, corrí a lavarme los dientes y a arreglarme un poco. Papá, mientras tanto, cogió mis maletas y las llevó al coche para meterlas en el maletero.

Salí del baño y me despedí de mamá con un fuerte abrazo y un beso. Luego, me acompañó hasta la puerta, donde me encontré con Aveline, Todd, Adara, Becca y Daylen. Todos corrieron hacia mí y me abrazaron con fuerza.

-¡Te esperamos después del verano, _____!- Gritaron todos al unísono. Me dieron ganas de llorar.

Después de unos minutos, tuve que entrar al coche. Papá encendió el motor y salió del aparcamiento. Me despedí con la mano de todos mientras el coche se iba alejando cada vez más hasta que los perdí de vista a todos. De nuevo me dieron ganas de llorar.

-Bueno, ¿qué tal todo por allí?- Me preguntó papá.

-Bien- Respondí cortante para que se diera cuenta de que no quería hablar con él. Papá abandonó a mamá unos años más tarde después de yo nacer. ¿La razón? Bueno, él es profesor de universidad y una de sus alumnas se enamoró de él. Sin embargo, no se casaron ni nada, digamos que son amigos con derechos.

El viaje duró al rededor de dos horas y media, ya que papá vivía en una casa MUY alejada de la playa y cerca de un bosque. Su casa era bastante grande ya que, como profesor de universidad, no ganaba poco. A él siempre le había gustado más la naturaleza que a mamá.

Tuvimos que pasar al lado del bosque para poder llegar a su casa. Mi primera impresión fue horrible. El bosque parecía ser el típico lugar oscuro donde ocurren más asesinatos de jóvenes que van a darse el lote que excursiones de colegio. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal cuando intenté ver lo que había más allá de los primeros árboles, que ya de por sí asustaban.

El coche se detuvo de repente y me sacó de mis fantasías. Las ruedas del coche dieron un pequeño frenazo, ya que, probablemente, había puesto los aspersores recientemente.

Ambos salimos del coche y papá abrió el maletero. Solo traía dos maletas, podría llevarlas yo sola, pero papá se me adelantó y cogió la más grande, dejando que yo cargara con la más pequeña. Lo miré de reojo. Sabía muy bien lo que intentaba: fingir que era un buen padre, probablemente para acabar bien.

Entramos en casa y fuimos escaleras arriba. Una vez en el pasillo de la segunda planta, abrió una puerta, dejando ver mi habitación. Dejó las maleta en el suelo, apartada y se quedó en la puerta y me permitió observarla.

Las paredes estaban pintadas de azul turquesa claro, la cama estaba cubierta por unas sábanas púrpuras con dibujos de rosas blancas. Una mosquitera colgaba del techo a modo de cortinas para evitar las fuertes picaduras de mosquitos. Un escritorio y una silla de madera pintados de color blanco, un baúl de color caoba, un armario de color blanco con un pequeño espejo que había sido corregido con cinta americana y una moqueta de color rosado cubría la mayor parte del suelo.

Recordé cuando tenía doce años y sonreí.

-Si quieres puedes decorarla a tu gusto- Habló papá.

-No. Está perfecta- Respondí. ¿Qué había de malo en dejar la habitación para recordar cómo era cuando tenía doce años?

-Después cenaremos- Papá salió de la habitación y bajó las escaleras para ir al salón y ponerse la televisión.

Mientras la tarde transcurría, yo estuve deshaciendo las maletas, metiendo mi ropa en el armario y descubriendo objetos y más ropa antigua en el armario de cuando era pequeña: collares oxidados, pulseras de plástico, vestidos e incluso dulces que solía esconder para comérmelos en caso de que me quedara despierta en la noche. Sí, era una listilla.

Antes de que pudiera darme cuenta, me fijé en la ventana y me di cuenta de que ya era de noche.

Los números de la pantalla de mi móvil marcaban las once y media de la noche. Alucinante, ¿verdad?

Volví a mirar por la ventana, dándome cuenta de que tenía al bosque en frente y, adivinar, yo tenía razón: el bosque se veía terrorífico de noche, daba miedo: la suave brisa de verano movía las hojas de los pinos levemente y hacia un sonido muy tétrico. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y mi primer impulso fue cerrarla ventana con seguro.

-¡_____, baja a cenar algo!- Me di la vuelta. No podía negar que tenía hambre, así que bajé las escaleras casi corriendo y fui con papá, ayudándole a poner la mesa y demás. Después de cenar, nos fuimos a dormir.

INMORTAL |Zalgo y tú|© FINALIZADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora