Capítulo Veinticuatro

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Sentí que las lágrimas se acumulaban en mis ojos.

Mis dedos se aferraron a la tierra temblando, suplicando que me tragara. Los pasos se estaban acercando cada vez más a mí, haciendo que la tierra temblara bajo mi cuerpo y el dolor de mi estómago me hacía imposible arrastrarme o levantarme para huir.

El aire salía y entraba de mi boca, mi pecho subía y bajaba a gran velocidad, el sudor caía por mis sienes y mi espalda, empapando mi camiseta y mi cabello. Sentía la boca seca de tanto hiperventilar, la tierra se me estaba metiendo entre mis uñas de tanto aferrarme al suelo. Estaba mareada y unas manchas habían empezado a nublar mi vista.

Un rugido muy cercano a mi espalda hizo que se me moviera el cabello hacia delante por su fuerza. No aguanté más y me di la vuelta para saber qué era lo que tenía delante.

Una bestia estaba parada delante de mí. Sus ojos rojos y llenos de ira me miraban fijamente, los cuales también estaban muertos, mientras me enseñaba sus enormes y afilados colmillos manchados de sangre, que goteaba por su barbilla y hocico. Tenía los brazos largos, casi podía tocar el suelo con unas largas y afiladas garras que tenía como dedos, también manchadas de sangre. No tenía piel, su cuerpo era un esqueleto de color negro y grietas rojas brillantes. Tenía una boca en el pecho y otras en los brazos que también estaban enseñándome sus colmillos y dos cuernos llenos de rasguños. Uno de ellos partido. Estaba herido, pero no parecía importarle.

Volví a sentir el sabor metálico de la sangre en mi boca cuando su largo brazo se estiró hacia mí. Mi mano derecha fue en dirección a mi estómago y sentí que se empapaba de un líquido caliente.

Estaba sangrando, se me habían abierto los puntos de la herida.

Entré en pánico. Un grito desgarrador salió de mi boca, como si estuviera sintiendo el dolor más horrible de todos, pero lo cierto era que ni siquiera había sentido cómo los puntos se me saltaban.

Mis ojos comenzaron a soltar lágrimas y se encontraron con los de aquella bestia, que dio un paso al frente y se agachó para acercarse a mí.

—¡Zalgo...!— fue lo único que salió de mi boca. El miedo en la sangre me obligó a llamarle, suplicando que me salvara.

La mirada de la bestia se suavizó de repente. Entonces, se agachó un poco más lentamente.

Sus manos me tomaron en brazos y me apretaron contra su pecho bruscamente. Las bocas que tenía por todo su cuerpo se habían cerrado y las garras que tenía como dedos se aferraron a mí sin clavarse en mi piel.

Cuando ya estaba bien sujeta a él, empezó a caminar a base de zancadas para adentrarse en el bosque. No había caminado ni dos metros cuando algo le detuvo.

Reconocí el tentáculo que había agarrado su cuello y lo estaba estrangulando con gran fuerza.

—¡No, por favor...!— no quería volver allí. No quería volver a ver a aquellos seres. No quería salir herida otra vez.

Alcé mis brazos e intenté soltar el tentáculo de su cuello haciendo fuerza con las manos, pero solo conseguí que le estrangulara con más fuerza y que saliera más sangre de mi herida por el esfuerzo. La boca de la bestia se abrió, soltando un rugido fuerte que penetró mis oídos e hizo eco en todo el bosque.

Como pudo, una de sus manos me soltó unos instantes para arañar el tentáculo que le asfixiaba y le clavó las uñas. El tentáculo se retorció con violencia hasta que él consiguió partirlo. Arrojó el trozo al suelo y empezó a correr a una velocidad tremenda. Tuve que agarrarme a sus hombros.

No supe que habíamos salido del bosque hasta que me atreví a abrir los ojos y contemplar el cielo de la noche sin pinos de por medio. Lo habíamos dejado atrás y habíamos acabado en la parte abandonada de la ciudad que estaba cerca de la casa de mi padre. Me quedé observando un rato la zona hasta que la bestia me llevó hacia el interior de un edificio abandonado, lo que parecía ser una fábrica. Me bajó de sus brazos y retrocedió al mismo tiempo que yo.

—¿Por qué me has ayudado?— pregunté, hablando con lentitud y de forma pausada. Esperaba que me comprendiera. No obstante, en lugar de eso, volvió a soltar un rugido. Yo me tapé los oídos y cerré los ojos con fuerza.

Unas manos frías tomaron mis antebrazos e hicieron un poco de fuerza para que me destapara los oídos.

—_____.

Mis ojos se abrieron de golpe. Me encontré con un chico pelirrojo frente a mí. No se había transformado del todo en humano, todavía conservaba los cuernos y las uñas largas, su piel tenía un tono gris muy oscuro y sus ojos estaban rojos.

—Zalgo...— susurré. Sentí un enorme alivio al tenerlo frente a mí. Me lancé a sus brazos y sentí su fría piel desnuda entrar en contacto con la mía. Sus brazos rodearon mi espalda y sentí sus largos dedos hundirse en mi cabello, apoyando su nariz en mi cabeza. Yo escondí mi rostro en el hueco de su cuello y contuve las ganas de llorar.

—_____, estás sangrando— bajé la mirada al mismo tiempo que él. Mi camiseta estaba empapada de mi propia sangre. Súbitamente, me entró un terrible mareo y me tambaleé violentamente. Zalgo tuvo que agarrarme del brazo para que no me cayera al suelo.

—Me duele...— gemí. Empecé a temblar violentamente y las piernas me flaquearon. El frío me atacó y comencé a toser. De mi boca se escapó un hilo de sangre y acabé de rodillas en el suelo, con la cabeza agachada. Mi respiración se volvió entrecortada, por fuera estaba helada y por dentro sentía que estaba ardiendo. Zalgo todavía sostenía mi brazo, como si tuviese miedo de dejarme caer, como si pensara que me perdería en caso de hacerlo.

—_____, ¿me oyes? Mírame— Zalgo alzó mi mentón para que mis ojos se clavasen en los suyos. Le vi borroso. Mi campo de visión comenzó a oscurecerse —¡_____!

INMORTAL |Zalgo y tú|© FINALIZADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora