Capítulo Treinta y Cuatro

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La primera noche fue desgarradora.

Y la segunda.

Y la tercera.

Al ver que no podía conciliar el sueño, mamá me dio pastillas de melatonina para que pudiera dormir. Sin embargo, en cuanto lo lograba, me despertaba en medio de la noche gritando, sudando y con un miedo terrible a la oscuridad. No era capaz de distinguir la realidad de lo que soñaba durante los primeros minutos, así que tardaba un rato en dejar de chillar, en dejar de moverme y en tranquilizarme.

Soñaba que alguien me cogía del cuello con fuerza y me levantaba hasta que mis pies dejaban de tocar el suelo, alguien con unas uñas muy afiladas, una especie de monstruo. Entonces, mis órganos internos colapsaban por completo, dejando de funcionar y empezando a autodestruirse. No podía respirar, me dolía todo el cuerpo, mis pulsaciones eran muy irregulares y cada vez me sentía más débil. Escuchaba gritos, olía a sangre, a fuego.

Era como si estuviera en el mismísimo infierno.

Cada noche tenía que enfrentarme a ese sueño, siempre lo mismo. Y, después de percatarme de que estaba en mi habitación y que nada había pasado de verdad, tenía que correr al baño a vomitar, porque la sensación era tan real, el tacto, el dolor, eran tan reales, que se me revolvía el estómago. 

Sin embargo, por muy poco que durmiera, jamás notaba la falta de sueño, no me crecían ojeras, ni siquiera me notaba enferma.

A los dos días, dejé de llevar muletas y empecé a caminar, después a correr.

Si no podía dormir, me levantaba de madrugada para correr. Corría por la calle y tardaba mucho en cansarme. Era como si me hubiera vuelto todavía más sana, más fuerte. Pero las pesadillas seguían ahí, y cada noche, cuando me iba a dormir, me aterraba la idea de volver a tener aquellas pesadillas.

—Parece que has mejorado mucho estos últimos días— me dijo la doctora. La crema de la ecografía estaba tan fría que mi cuerpo entero se había tensado, mientras ella pasaba el visor por todo mi abdomen, bajando de vez en cuando hasta mi vientre para examinarlo todo —, ya casi no tienes vestigios de enfermedad— achinó ligeramente los ojos, acercándose a la pantalla. No parecía ver demasiado bien lo que se estaba proyectando —¿Te estás tomando las pastillas?

—Una después de cada comida— respondí.

—Pues parece que te están haciendo efecto— apagó el monitor y retiró el visor para después extenderme una toalla —. Son los mejores resultados que has tenido hasta ahora.

Sonreí ampliamente mientras me secaba la crema.

—Pero no dejes la medicación todavía, ¿vale? Te seguiremos examinando por si acaso empeorado de golpe o que suceda cualquier complicación— continuó. Yo asentí —. Me alegro mucho de que estés mejor.

—Gracias.

De vuelta a casa, estuve recibiendo muchos mensajes de mis amigos cuando les conté que mi enfermedad estaba disminuyendo. Todos se alegraron por mí. Y aquella tarde, Adara vino a casa para llevarme a la playa en el atardecer, donde me organizaron una fiesta sorpresa. Aveline estaba allí con Todd y su novio, junto a Becca y Daylen y algunas personas que habían decidido colarse al escuchar la música.

Bailé. Bailé como nunca antes había bailado, porque nunca antes me había sentido tan viva.

Incluso dejé que Todd y Adara me arrastrarán al agua para hundirme y empaparme por completo.

—Vamos, _____— Aveline me cogió del brazo y volvió a arrastrarme dentro de la improvisada pista de baile. Todd y Adara no tardaron en unirse.

—Ya es hora de que te estrenes— Becca me extendió una lata de cerveza, que nunca había probado. Me la llevé a la boca y le di un enorme trago, pero el sabor amargo de la bebida me hizo arrepentirme enseguida mientras tosía.

—No tan rápido, pirada, vas a acabar borracha en cuestión de segundos si haces eso— me dijo Adara, entre risas.

En un momento dado de la fiesta, cuando ya cayó la noche y todo se volvió más tranquilo, me quedé hablando con Todd y ambos vimos de reojo cómo Becca y Daylen se alejaban para empezar a liarse detrás de una palmera, no muy bien escondidos.

—Por Dios, nunca había visto a nadie meter la lengua tan dentro de la boca de alguien— comentó Todd. Yo no pude evitar reírme, pero una sensación de tristeza me envolvió todo el cuerpo cuando los vi abrazarse, tocarse y besarse como si aquello fuera una necesidad.

—¿Desde cuándo están saliendo?— inquirí.

—No están saliendo, querida— me corrigió —. Están follando.

—Ya veo— volví a darle un trago a otra lata de cerveza que había conseguido. Le había cogido cierto gusto a su sabor.

En ese momento, vo que Neo caminaba hacia Todd, le daba un beso en la mejilla y luego le susurraba algo en la oreja que hizo a mi amigo sonreír.

—Estás borracho, idiota— le reprendió, pero no estaba enfadado —. Además, estoy acompañando a _____.

—No te preocupes— le dije —. En cuanto me termine la cerveza volveré a casa.

Todd me dio las gracias moviendo los labios mientras se levantaba de las silla y corría junto a Neo a esconderse en algún lugar de la playa. Yo me quedé allí, observando el cielo con tranquilidad.

—Bonita noche, ¿no crees?— me giré de golpe en cuanto escuché una voz muy familiar detrás de mí.

Un chico pelirrojo, vestido con una camisa negra y unos pantalones cortos del mismo color caminó hacia mí con las manos en los bolsillos. Su camisa se ajustaba a la forma de triángulo invertido que hacían sus hombros y su cadera y tenía los dos primeros botones desabrochados, dejando al descubierto su pecho pálido y trabajado.

¿Por qué me resultaba tan familiar? ¿Por qué me daba la sensación de que lo había visto antes?

—Sí, las noches de verano son muy bonitas.

—Lástima que ya quede poco para que se acabe— mencionó, y yo asentí —¿Puedo?— preguntó, señalando la silla que estaba frente a mí, y yo asentí.

—Claro.

Se sentó frente a mí y me sonrió. Sus ojos negros me miraron fijamente, a través de algunos mechones rebeldes de su cabello del color de la sangre, con intensidad, y yo sentí que el corazón me daba un vuelco y mis mejillas se sonrojaban.

Sangre.

Pestañeé varias veces seguidas.

—Me suena mucho tu cara, ¿nos hemos visto en algún momento?

Él alzó una ceja.

—Perdona, es que a lo mejor me he pasado con la cerveza, y...

—No, sí nos hemos visto antes— alegó él —. Intenté hablar contigo antes, pero no lo hice.

—¿Eres tímido?

—Depende de la situación.

Sonreí.

—¿Cómo te llamas?— quise saber.

—Zalgo.

De nuevo, volví a sentir la sensación de que lo conocía, de que ya había escuchado ese nombre y no era casualidad que estuviera hablando con él en aquel momento.

—¿Eres extranjero?

—Sí— asintió —. Acabo de llegar de Europa.

—Pues bienvenido— dije, con una sonrisa —. Yo soy _____.

—Lo sé— él se levantó de la silla y me extendió la mano —¿Quieres dar un paseo?

Sonreí.

—Claro.

Tomé su mano y dejé que me ayudará a levantarme mientras salíamos de la playa en dirección al paseo.

  
  
  
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¿Me perdonaréis algún día si os digo que este es el final?

Os quiero <3 jzjsjs.

Maru-nyan. 

INMORTAL |Zalgo y tú|© FINALIZADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora