Capítulo Diecinueve

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Me retorcí.

Sentí un dolor punzante en el estómago.

Solté un pequeño gemido y volví a notar un dolor punzante... pero esta vez en el brazo.

Mis ojos se abrieron lentamente y lo primero que vi fueron paredes blancas. Luego, una luz en el techo que me hizo apartar la mirada, ya que el brillo era demasiado fuerte.

Me moví de un lado a otro lentamente, pero no conseguía sentir mi cuerpo. Me sentía tremendamente ligera y débil, me costaba mucho moverme y mi respiración era agitada, estaba jadeando. Algo estaba sobre mi rostro, cubría mi nariz y mi boca, sentía un aire frío chocar contra estos. Unos pitidos acelerados llegaron a mis oídos.

Me costaba hasta respirar.

No había nadie en aquella habitación. Estaba sola.

Advertí una cortina a un costado de donde yo me encontraba y, al lado de esta, una especie de carretilla metálica con muchos utensilios que no alcancé a ver. Unas manchas rojas me sacaron de aquel estado de trance y me alteraron de repente.

Sangre.

Recordé lo que había sucedido y mi respiración se hizo más rápida. Los pitidos aumentaron y se hicieron más molestos. La mascarilla se volvió borrosa por mi aliento y mi pecho empezó a subir y bajar. Me moví con más intensidad y comencé a sentir mi cuerpo... Ay más dolor, mucho más. Tanto, que tuve que detenerme.

La puerta se abrió con fuerza y apareció una mujer vestida de color azul claro, con el cabello recogido en un moño bajo y una mascarilla colocada en la boca y nariz. Su cabello castaño estaba desordenado y sus ropas parecían estar manchadas de sangre. A su lado, se encontraba un chico pelirrojo y otro chico de cabello negro y largo que reconocí al instante.

Lentamente, mi mano agarró el brazo del pelirrojo, haciendo que me mirara sorprendido. Pude ver preocupación en sus ojos. Algo que me parecía imposible en alguien como él.

Mi boca se abrió un poco, como si quisiera decir algo, pero mi garganta estaba seca, así como mis labios. No podía hablar.

De repente, sentí que el aire se me cortaba, que todo mi cuerpo se ponía tenso, mi corazón latía con fuerza, mis pulmones se cerraban y un enorme dolor me invadía. Eché la cabeza hacia atrás y solté un gemido de dolor.

—¡Necesito las pastillas de su médico, vamos!— Ordenó aquella mujer, que parecía ser la cirujana.

El pelirrojo y el moreno se me quedaron mirando. Uno con preocupación y otro con curiosidad.

—¡Rápido, o la herida se le abrirá!— Gritó la mujer. El pelirrojo le entregó las pastillas, que ni siquiera yo sabía de dónde había sacado. La cirujana me quitó la mascarilla que me transmitía oxígeno y me metió un par de pastillas en la boca, obligándome a tragarlas. Cuando pareció que me había clamado, me volvió a poner la máscara.

El dolor se fue y dejé de sentir tensión en mi cuerpo. Mi respiración se volvió normal, incluso más calmada y acabé por dormirme.

 
Desperté en otra habitación. En una camilla. La mascarilla había sido sustituida por un pequeño tubo situado debajo de mi nariz. Las vías en mis brazos seguían puestas, pero solo se encontraba la de sangre. Sentía cómo algo oprimía mi estómago y me impedía moverme.

Solté un profundo suspiro y cerrando por unos segundos los ojos hasta que escuché la puerta abrirse. No quería saber quién había entrado, así que fingí que seguía dormida. Escuché como sus pasos lentos se acercaban,  luego un peso que caía sobre algo y luego una mano posarse sobre la mía que estaba tremendamente fría... tanto que hasta dolía.

—Sé que estás despierta— Reconocí aquella voz. No me quedó de otra que abrí los ojos.

—¿Qué estoy haciendo aquí...?— Pregunté. Intenté sonar lo más dura posible, pero no podía evitar sonar cansada.

—Te traje aquí con la ayuda de Insane— Respondió él —Te estabas desangrando con bastante rapidez y yo no podía curarte— Le miré directamente a los ojos, extrañada.

—¿Por qué tú harías algo así...?— Pregunté. Aparté la mano de la de él con desconfianza. Él bajó la cabeza y sonrió.

—¿Por qué lo hice?— Se levantó, pero no se movió de donde se había sentado —¿Impulso, por curiosidad? Ni yo lo sé— Se rascó la nuca y susurró —Al final, va a ser que este cuerpo humano está haciendo que también sienta como uno...

—Zalgo...— Sentí un enorme calor recorrer mi cuerpo, un calor agradable. Él me miró —... gracias por salvarme...— Me dio la sensación de que Zalgo apretó la mandíbula y se inclinó hacia mí. Mis ojos se abrieron como platos y sentí mis mejillas sonrojarse cuando sus labios se chocaron con los míos.

Cerré los ojos, pero después de unos segundos se separó y desvió la mirada.

—Te dije... que volvería a hacerlo.

¿Qué significaba eso? No era la primera vez que lo hacía, pero estaba segura que la primera vez que me besó fue simplemente por jugar. Sin embargo, este había sido diferente... ¿más dulce? ¿más sincero...?

—¿Y-y la...?

—La estrella se la han llevado, necesito encontrarla cuanto antes— Me interrumpió. Supuse que había deducido lo que iba a preguntar. Pero, por si acaso, intenté alejar de mis pensamientos mis dudas y opiniones con respecto al beso —Pero no puedo hacerlo si estás herida.

—¿Por qué no...?— Zalgo desvió la mirada. En ese momento, la misma cirujana entró a la habitación, dejándome sin saber la respuesta de Zalgo.

—Tengo que hablar contigo, jovencita— Me dijo. Tuve el presentimiento de que sería algo malo. La miré, esperando que comenzara —... Cuando te cosimos la herida, apreciamos que tus órganos internos no tenían muy buen aspecto. Te hicimos un pequeño análisis y descubrimos que tienes una enfermedad... mortal y... bueno...— Bajó la cabeza —Se ha adelantado bastante... no podemos hacer nada.

Mi boca se abrió al tope. ¿¡Cómo era posible que, después de mejorar, repentinamente hubiera empeorado exageradamente!?

—¿Cu-cuánto me queda...?

—No calculamos el tiempo...— Respondió ella —Pero, aproximadamente... menos de un año. La herida ha empeorado las cosas...

«Dios mío...»

INMORTAL |Zalgo y tú|© FINALIZADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora