En realidad, cuando me senté en mi habitación e intenté concentrarme en la lectura de la Guerra de Troya, estaba atento a ver si oía el motor del auto de mamá. Pensaba que podría escuchar el rugido del motor por encima del tamborileo de la lluvia, pero, cuando aparté la cortina para mirar de nuevo, apareció allí de repente.
No esperaba el viernes con especial interés, sólo consistía en reasumir mi vida sin expectativas. Hubo unos pocos comentarios, por supuesto. Max, quien se había percatado de lo sucedido con Edward, parecía tener un interés especial por comentar el tema, me formuló un montón de preguntas acerca de mi almuerzo y en clase de Matemáticas me dijo:
- ¿Qué quería ayer Edward Cullen?
-No lo sé -respondí con sinceridad.
-Parecías como enfadado -comentó a ver si me sonsacaba algo.
- ¿Sí? - mantuve el rostro inexpresivo.
-Ya sabes, nunca antes le había visto sentarse con nadie que no fuera su familia. Era extraño.
-Extraño en verdad -coincidí. Parecía asombrado. Supuse que esperaba escuchar cualquier cosa que le pareciera una buena historia que contar. Lo peor del viernes fue que, a pesar de estar atento no pude ver a Liam. Cuando entré en la cafetería en compañía de Stiles y Max, no pude contener la melancolía que me abrumó al comprender que no sabía cuánto tiempo tendría que esperar antes de volver a verlo. En mi mesa de siempre no hacían más que hablar de los planes para el día siguiente. Max volvía a estar animado, depositaba mucha fe en el hombre del tiempo, que pronosticaba sol para el sábado. Tenía que verlo para creerlo, pero hoy hacía más calor, casi doce grados. Puede que la excursión no fuera del todo aburrida. Intercepté unas cuantas miradas poco amistosas por parte de uno de los amigos de Max durante el almuerzo, hecho que no comprendí hasta que salimos juntos del comedor. Estaba justo detrás de él, a un solo pie de distancia, y no se dio cuenta, desde luego, cuando oí lo que le murmuraba a Max:
-No sé por qué Scott - sonrió con desprecio al pronunciar mi nombre -no se sienta con los Cullen de ahora en adelante.
Hasta ese momento no me había percatado de la voz tan nasal y estridente que tenía, y me sorprendió la malicia que destilaba. En realidad, no lo conocía muy bien; sin duda, no lo suficiente para que me detestara..., o eso había pensado.
-Es mi amigo, se sienta con nosotros -le replicó en susurros Max, con mucha lealtad, pero también de forma un poco posesiva. Me detuve para permitir que ellos se adelantaran. No quería oír nada más.
Durante la cena de aquella noche, mamá parecía entusiasmada por mi viaje a La Push del día siguiente. Sospecho que se sentía culpable por hacerme venir hasta este pueblo, para poder cuidar de la casa de su hermana. Me pregunté si aprobaría mi plan de ir en coche a Seattle. Durante la cena, estuvimos charlando, Stiles no para con su sarcasmo de costumbre...
Pretendía dormir, hoy quería levantarme tarde, pero un insólito brillo me despertó. Abrí los ojos y vi entrar por la ventana una nítida luz amarilla. No lo podía creer. Me apresuré a ir a la ventana para comprobarlo, y efectivamente, allí estaba el sol. Ocupaba un lugar equivocado en el cielo, demasiado bajo, y no parecía tan cercano como de costumbre, pero era el sol, sin duda. Las nubes se juntaban en el horizonte, pero en medio del cielo se veía una gran área azul. Me demoré en la ventana todo lo que pude, temeroso de que el azul del cielo volviera a desaparecer en cuanto me fuera. Había llegado el día de la excursión, así que me alisté para irme, Stiles por su parte, decidió quedarse en casa...
En el estacionamiento reconocí el auto de Max. Vi al grupo alrededor de la parte delantera del auto.
- ¡Has venido! -gritó encantado Max. -¿No te dije que hoy iba a ser un día soleado?
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Conquistaste mi corazón [Sciam]
RomanceScott McCall se muda junto con su madre Melisa McCall a una nueva ciudad, para tratar de vivir como personas normales dejando la vida sobrenatural en Beacon Hills, o eso pensaron. Scott se enamora de un chico misterioso, lo cual nunca se imaginó que...