18 de Enero de 1816
Ni una sola noticia de Damien.
Habían pasado más de un mes sin saber nada de él. Mi vientre había crecido más.
Dos semana después del incidente, mis padres habían llegado, y me estaba quedando en Winchester, no quería ir a Wellington, puesto que me dolía ver aquella casa, y que Damien no estuviera ahí.
Me levanté del lugar en el que me encontraba, y caminé a la ventana. Cerré los ojos por un momento, intentando recordar a Damien, su presencia.
—Camille.—entró mi madre con una taza de té.
—¿Sí?—pregunté en voz baja.
—Necesitas comer más, el doctor...
—Sí, lo sé.
Ella caminó hacia mí. Yo estaba sentada en uno de los sillones individuales pegados a la gran ventana del salón principal.
—Camille, necesito decirte algo.—me entregó la taza de té.
La tomé y asentí, dando a entender de que hablara.
—Bueno, hija... lo que pasa es que...
—No ocurre nada.—interrumpió Ian de repente.—Madre, si me permites hablar contigo por un momento.
Ella lo miró, y yo supe de inmediato que se me estaba ocultando algo.
—Espera aquí, Camille.
Asentí a mi madre y le di otro sorbo a mi té, al mismo tiempo que volvía mi mirada a la ventana, de donde vi el carruaje de mis tíos acercarse. Sonreí, por lo menos ellos me darían un poco de tranquilidad, puesto que mis padres todo el tiempo me veían con un deje de lástima por lo que había pasado. Danielle me atendía muy bien, de hecho, me trataba como si me fuese a romper, debido a que últimamente me deprimía mucho, el doctor había dicho que mi embarazo era algo peligroso, puesto que en dos ocasiones me había puesto un poco mal, con dolores, náuseas y desmayos, así que eso le preocupó al doctor.
Había conocido al prometido de Danielle, el señor George Thornton, marqués de Herk, es un joven que hace apenas dos años salió de Eton y ha puesto en práctica el negocio de su familia. Papá lo aprobó de inmediato, y me impresionó mucho, puesto que George era muy alegre, a diferencia de Danielle, muy tímida. Me sabía su historia al reverso y al revés, puesto que los días en los que se me prohibía bajar por mi estado y condición, le obligaba a que ella me contara aquella romántica historia, y así olvidaba la terrible situación en la que estaba. Ella me comprendía y no se oponía al relatarme aquella historia, al principio sí, pensando que me pondría peor, puesto a lo que vivía, pero una vez me la contó, vio que aquello hacía que dejara a un lado mi tristeza. Le pedía a Ian que fuese y me contara anécdotas de nuestra niñez, así podía calmarme.
Una lágrima cayó por mi mejilla al ver a mis tíos bajar, mi tío bajó primero y ofreció su mano a mi tía, quien la aceptó con una sonrisa, él besó su mano y ofreció su brazo para entrar en casa. Me volteé a otro lado, recordando las veces en las que Damien y yo habíamos sido así, que él me ofreciera la mano, con una sonrisa sincera.
—Cariño...—escuché después de unos momentos la voz de mi tía.—¿Cómo estás?
Sequé las lágrimas antes de voltear.—Bien.—dije con la voz ronca.—Estoy bien, me siento bien.
—Me alegro.—se acercó a mí con una sonrisa.—¿Cómo está el bebé?—preguntó tocando suavemente mi vientre por encima del vestido.
—Bien, no he tenido náuseas, parece que se están yendo.
—Es excelente.—la miré directo a los ojos, y ahí lo supe, ella sabía algo que podría destrozarme o alegrarme.
—Caroline.—dije firmemente, ella sabía que usaba solamente su nombre cuando hablaba seriamente.—Dime lo que ocurre.
Desvió la mirada.—Eso no me compete a mí decírtelo, dejaré que tus padres lo hagan.
Fruncí el ceño y sentí mi corazón acelerarse imaginando que sería.
—En ese caso, hazme el favor de buscar a ambos y decirles que solicito su presencia en forma inmediata.
—Pero...
—Por favor.
Ella me vio, y asintió para después salir.
Empecé a sudar frío, mi cuerpo entero tembló ante la extraña sensación que sufría en ese momento, ¿Esperanza? ¿Miedo? ¿Alegría? ¿Tristeza? No sabía con exactitud, pero empezaba a sentirme mareada ante cada latido acelerado de mi corazón, quería saber qué ocurría, sí, pero tampoco quería saberlo, podría dolerme, y no quería sufrir más. Cerré los ojos esperando que el mareo que fuera, me acomode en la silla y me abaniqué un poco, tenía miedo a que la noticia fuera mala.
Escuché los pasos de papá y mamá por el pasillo, y me preparé, respiré profundo y me senté recta en mi asiento.
Ellos entraron, con cara de preocupación.
—¿Cómo estás, cariño?—habló papá. Su tono de dulzura hizo que mi corazón acelerarse aún más, eran malas noticias.
—Por favor.—dije en voz baja.—Se los suplico, díganme lo que ocurre.
Ambos se miraron, preguntándose si debían o no hacerme sufrir más, pero ellos sabían la respuesta, de ambas formas sufriría.
—No creo que...
—¡Quiero escucharlo para saber que es cierto!—ambos abrieron los ojos con asombro por mi reacción. Las lágrimas amenazaban con salir, pero quería retenerlas.—Por favor, sáquenme de esta incertidumbre.—cerré fuertemente los ojos.
—Camille, tú sabes que cuentas con todo nuestro apoyo, no es...
—Dímelo ya, papá. Sólo dímelo.
Damien está muerto. Eso era lo que esperaba que saliera de los labios de mi padre, que me miraba con lástima, que me miraba con tristeza, pero que no quería que sufriera más.
—Camille, creo que tú lo sabes.
—Lo sé, pero es mejor confirmarlo, quiero estar segura de que es lo que es.
En eso, mi madre se acercó a mí y agarró mi mano, se sentó a mi lado y espero junto a mí, a que mi padre me diera la noticia que tal vez haría que me viniese abajo.
Tomó un respiro profundo y bajó la mirada, no quería verme al decir aquello, pero yo quería que lo hiciera.
—Mírame, papá.
Él levantó la mirada y la centró en mis ojos.—Encontraron al señor Becher, Camille, él está vivo y está aquí, está en Wellington.
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Editado el 6/junio/2020
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Defender Mi Honor (D.M.H. 1)
Historical FictionAnte la sociedad londinense, la vida de Camille y Danielle Britt era perfecta, ambas hijas del Marqués de Winchester, para quien sus hijas gemelas eran sus más preciadas joyas. Pero un día en el baile de los Hamilton, el honor de una de sus hijas es...