Capítulo 11

1.7K 129 0
                                    

Me había dolido el estómago de tanto reírme en todo el trayecto, las ocurrencias de Miranda me hacían retorcerme de la risa hasta sentir dolor.

¿Y cómo no?

Si cada vez que hacía o contaba algo gracioso, moría de risa y no conforme a eso, ella ejecutaba seguido algo mucho más gracioso hasta hacerme volver a perder la compostura riendo.

Habíamos detenido el bote que nos había traído hasta uno isla ubicada aproximadamente a unos quince o veinte minutos del hotel. Desde que llegamos Miranda insistió en tomar una tabla de surf y aventurarse al agua para competir conmigo, acción que le había salido cara debido a que se golpeó una pierna con la misma tabla.

—¿Con qué vas a seguir burlándote, eh?—protestó, lanzándome una mirada asesina.

Reí nuevamente.

—¿Ves que soy mejor que tú en el surf?—respondí, sonando lo bastante molesto para hacerla enojar.

Me lanzó una mirada de sí, claro.

Reí.

—¿Quieres?—le pregunté, señalando un tienda de esas ambulantes de agua de coco.

Me observó incrédula, sabía que reaccionaría así.

—¡Santo cielo!—exclamó intentando lucir sorprendida.—¿Será que la caída también dañó mis oídos...porque creo que escuche mal?

Reí para luego negar con la cabeza.

—Escuchó bien, señorita Bennet.

Me observó pensativa para luego reír.

—Está bien, no dejaré que el "señor jamás había comprado algo en puestos ambulantes", se contagie sólo de alguna enfermedad como la salmonela—aceptó burlona.

Hice un gesto con mi boca de ja ja.

Rió.

Me levanté de la arena y me encaminé hasta el puesto de agua. ¿Quién lo diría? Si sólo hace unos días era incapaz de comprar algo que no estuviera registrado bajo una marca de calidad con buen registro sanitario.

Sí, así era...
Y no es que haya experimentado una revelación divina que me hizo recapacitar... sólo que no sabe duda que son deliciosas.

Negué con la cabeza entre risas a la idea de lo rápido que podían cambiar las cosas.

De las cosas nuevas que podía enseñarte una nueva persona.

En mi caso, Miranda. La chica guapa que había terminado llorando y embriagándose por culpa de un imbécil. Que en el fondo y así no esté bien decirlo, le agradezco en parte por ser un imbécil, porque de no haber sido por él, tal vez no estuviese viviendo lo que estoy viviendo ahora.

Me acerqué a la tienda y pedí al encargado que me sirviera dos cocos, mientras desvié la vista hasta Miranda, quien le hacía muecas a un niño que se le acercó y éste reía sin parar.

Sonreí.

Miranda tenía el don de hacer sonreír, uno difícil de encontrar en alguien. Uno que pocos tienen.

Pagué los cocos y tomé camino de vuelta hasta la orilla donde estaba Miranda.

—Gracias, señor Franco—agradeció sonriente al tenderle uno.

Enarqué las cejas.—¿La señorita Bennet agradeciendo?

Me sacó la lengua.

—Mi segundo nombre es agradecida—añadió, para luego dar un sorbo a la pajilla.

La organizadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora