Capítulo 4 ¡Hello Cancún!

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Transcurridas las horas de viaje correspondientes, finalmente ya me encontraba aterrizando en el aeropuerto de Cancún.
Descendí del avión y me encaminé a retirar mi equipaje, había optado por traer una maleta pequeña pero espaciosa para mis prendas, ya que así sólo fuera a estar aquí el fin de semana, debía traer suficiente ropa adecuada para los eventos que pudieran presentarse. Añadiéndole un biquini, puesto que no todos los días se podía incursionar en tan maravilloso paraíso de aguas celestes como las de Quintana Roo.

Tal como me había informado Glenn a través de un sms y también como había leído en el correo con todo lo referente al viaje, un taxi estaba esperándome en las afueras del aeropuerto.

—¿Señorita Bennet?—Preguntó un señor de avanzada edad al acercarme.

Asentí.

—Yo soy Luis, el taxista encargada de llevarla al puerto—Se presentó.

Sonreí.—Miranda Bennet, un gusto—imité su acción—¿Al qué?—Pregunté, confusa al procesar sus palabras...no entiendo mucho el español.

Rió.

—Al puerto, señorita. Para llegar al hotel es necesario trasladarse en un yate o helicóptero—Respondió tan cortés como al inicio.

Asentí con una sonrisa.

Los millonarios y sus extravagancias, pensé.

Era la primera vez que venía a México, pero sin dudarlo, no lo pensaría dos veces en venir si tuviera la oportunidad nuevamente de hacerlo.
Lo poco que había visto en todo el trayecto hasta el puerto, me había dejado impresionada.
Un clima muy diferente al que estaba acostumbrada pero agradable, mucha vegetación exótica y la palabra verano venía a mi mente sin quiera estar en esa estación.

Quintana Roo es bellísimo.

Al llegar agradecí a Luis por traerme y por comportarse tan agradable conmigo.
En el puerto pude divisar lo cristalina que era el agua, tanto que podía ver mi reflejo en la orilla. Un joven me indicó en que yate debía subir y me encaminé hasta él, me sentí un poco nerviosa y con miedo, ya que nunca me había subido a uno.
Me adentré cuidadosamente y con ayuda del joven al yate en tonos blanco y azul plata, que tenía un eslogan a un costado donde se leía Hotel D'Angelo y debajo, en letras más pequeñas Un paraíso para recordar.

Vaya, ¿y cómo no?... Si a penas había leído un poco de las referencias y había visto unas pocas fotos y me había enamorado.

Me coloqué un salvavidas mientras el joven acomodó mi equipaje en un lugar seguro, tomé asiento en un puesto forrado en cuero blanco y podría jurar que casi doy un salto, y que mi grito al sentir el feroz motor de éste encender y poner en marcha el yate, podría haberse escuchado en el Distrito Federal.

Cuando ya me había recuperado del susto del principio, comencé a observar las degradaciones del mar mientras nos alejábamos. Era realmente precioso, podía divisarse desde el celeste más claro hasta un azul un poco más oscuro, me encantaba y me deleitaba tener el gusto de ser espectadora de ésta maravilla. Por lo que saqué de mi cartera la cámara fotográfica que había decidido adquirir hace unos meses, y enfoqué el mar para capturar la belleza del momento. Tomé aproximadamente unas quince fotos, era inevitable no hacerlo al estar rodeada de todo ésto.

Antes de llegar al puerto del hotel y bajar del yate, había llegado a la conclusión de que esto no podía ser más hermoso, pero me equivoqué, porque en cuando pude apreciar la estructura y todos los alrededores del hotel me di cuenta que aún había más.

Todo es magnífico.

Las exuberantes y muy verdes cantidad de palmeras, la brisa marina estrechando mi rostro, el olor a mar, la arena blanca y el hotel, eran verdaderamente dignas de observarlas absorta.

La organizadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora