Capítulo 4: Otro gran error en mi lista de errores.

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CAPÍTULO 4

Otro gran error en mi lista de errores


Había pasados varios días luego del accidente en Chile con el volcán Calbuco. Hal tuvo que aguantarse las reprimendas del líder mientras se tragaba forzosamente su orgullo. No le quedó más remedio porque había cometido una equivocación. Aunque días más luego, tomando la situación con la mente más fresca, nunca supo que había hecho mal. Él apenas si había entrado al volcán, ni había llegado a tocar una mísera roca y todo aquello había explotado. Pero que más daba, su cabeza no se había dedicado a pensar mucho en eso. Actualmente la ocupaba en trabajar esas horas extras para conseguir el dinero, y en aquella futura conversación pendiente con Bruce.

Algo bastante recurrente que le martillaba en las noches.

Al fin había conseguido juntar el dinero necesario para pagar la multa, y gracias a un conocido amigo, le facilitaron el papeleo para que no fuera Bruce Wayne en persona a tener que retirar ese auto. Salió con una sonrisa triunfal de la administración y jugó con sus llaves haciéndolas girar mientras se encaminaba hacia el hermoso deportivo. Ahora viéndolo con los rayos del sol, lucía más increíble de lo que lo solía recordar.

Antes de viajar hacia la mansión, se perfiló para estar lo más seductor posible. Se duchó, se puso colonia y vistió un Jean azul con una remera color negro. De su cuello colgaban su cadena y como nunca podía faltar, su campera de cuero marrón. Viajó hacia la mansión Wayne con una ansiedad pocas veces vista y las puertas de la entrada se abrieron para él. Ingresó hasta llegar a la entrada principal de la casona e hizo rugir el motor del auto para que se escuchara. En seguida, aún dentro del auto, sacó su celular y envió un mensaje de texto.

"Bruce, he cumplido. Tu coche está estacionado en la puerta de tu mansión".

La enorme puerta de madera tallada se abrió y Alfred salió inmediatamente a recibir al piloto.

—Buenas tardes señor Jordan —saludó con su exquisito acento inglés.

Al poco, un hombre del servicio de la gran casa se montó en el auto y se lo llevó de la entrada principal con la aprobación del mayordomo.

—Por favor, acompáñeme. —Pennyworth lo adentró en las profundidades de aquella enorme mansión originaria del siglo XIX, donde cualquier pieza o cuadro que colgara de la pared sería digna de exponerse en los mejores museos del país.

El hogar de los Wayne era tan grande que casi parecía aberrante. Cuando llegaron a un gran salón, Bruce se dejó ver. Vestía un pantalón de pijama azul y llevaba una bata abierta. Sus pies descalzos hacían crujir la madera perfectamente pulida mientras hablaba por teléfono, dando pasos por la sala.

—Me da igual, Lloyd, quiero esa aerolínea en mi flota. —Sonrió a Hal al verlo y le complació enormemente cómo lucía. Se acercó con paso decidido hasta él mientras seguía discutiendo por el móvil—. Entonces págale dos millones a los japoneses para que retiren su oferta—. Wayne alargó su brazo y rozó ligeramente la mejilla de Hal con el dorso de su mano. Después posó sus dedos sobre la piel de la nuca de Jordan para colarlos en su interior—. Si no aceptan, retiraré todos los contratos de Wayne Chemicals de Tokyo y se los daré a los chinos. —Encajó el móvil entre su hombro y su oreja, ladeando ligeramente su cabeza para liberar su otra mano. Se colocó a la espalda del piloto y empezó a tirar de su chaqueta, mientras respiraba sobre la piel de su nuca. Deslizó sus manos por los brazos del piloto hasta que consiguió quitársela—. Llámame cuando cierres el trato. —Colgó claramente molesto y observó con detenimiento al Linterna cambiando su expresión por una de agrado—. Me gusta tu chaqueta. Bruce se quitó la bata y la dejó caer sobre el suelo. Su torso desnudo y trabajado quedó al descubierto pues no llevaba camiseta. Se puso la chaqueta del piloto y dio una vuelta sobre sí mismo, complacido—. ¿Me queda bien?

No te enamores de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora