Capítulo 16: No soy bueno para nadie.

1.4K 113 86
                                    

Capítulo 16

No soy bueno para nadie.


El no a Wayne le sorprendió. Casi pudo intuir lo que venía a continuación, pero no fue lo suficientemente rápido para evitarlo. Quizá es que simplemente no quería hacerlo. Bruce tensó todo su cuerpo al verse apresado por las cadenas esmeraldas que lo anclaban a la pared. Cerró sus puños con tanta fuerza que sus uñas se incrustaron en las palmas de la mano. El ver a Hal de ese modo ante él, sin poder tocarlo, marcarlo o lastimarlo era demasiado pedir para una fiera que no se podría contener mucho más tiempo. Las ataduras verdes de sus manos casi empezaron a ceder antes de que Jordan le diera la opción de elegir.

—Suéltame... —arrastró las palabras en su garganta, como si le costara decirlas—... y te juro que desearás no haberlo hecho.

Los ojos de Hal lo miraban con diversión, sin dudas entendía lo que estaba sucediendo. ¿Qué tanto reprimía Bruce? Imaginarlo frustrado las veinticuatro horas los trescientos sesenta y cinco días del año, debería ser altamente agotador. Era una fiera, con una necesidad terrible de desatarse, de sacar lo más oscuro que guardaba adentro. Y lo más terrible de todo aquello es que temía. Sentía miedo de lastimar a otros. Por eso se alejaba. Por eso cuando alguien quería acercarse salía huyendo. Una bestia salvaje que te destrozaría sin dudarlo. ¿Cómo ayudarlo a liberarse de esa necesidad bestial que tenía? ¿Sería capaz de tolerarlo? No lo sabía. No tenía idea. Pero no temía. Eso era una ventaja que le permitía pensar con más claridad.

—Te soltaré —dijo con voz firme y se deshizo de toda atadura mientras daba unos pasos hacia atrás—. Aquí estoy Wayne. —Lo invitó con un gesto de su mano a que lo alcanzara—. Ven por mí.

En cuanto se vio liberado, Bruce se lanzó hacia él. Alzó su rodilla y le propinó una patada en las costillas que hubiera tumbado al más fuerte de los hombres. Lo agarró del pelo para que no cayera al suelo resbaladizo de mármol banco.

—Te dije que no debías hacerlo. —Le tapó la boca con una de sus manos y le quitó el anillo con la otra. Se lo llevó a los labios y se lo tragó. No había forma posible de que el Linterna pudiera llamar a su anillo sin destrozar su cuerpo, y eso le excitaba. La idea de ponerlo en tal encrucijada le provocaba un morbo superior al de disfrutar de su cuerpo. Desgarró una de las toallas que tenía a mano y con los jirones lo ató al saliente de la carísima grifería. Le dio la vuelta y le metió uno de los dedos, para luego introducir otros dos—. Gime para mí, Hal. No te reprimas.

Eso fue imprevisto y le había dolido, mucho, tanto que a Hal le quitó el aliento hasta el punto de ahogarlo cuando quiso respirar y el dolor punzante de las costillas clavándose en sus pulmones fue una alerta de que tuviera cuidado de como lo hacía. La mano de Bruce en su boca le obligaba a tener que respirar por la nariz, y eso era aún más difícil. Abrió los ojos de manera desmesurada en cuanto le vio tragarse su anillo. El maldito estaba jugando sucio, golpeándolo donde estaba herido, arrebatándole su poder sin permitirle usarlo sin matarlo. Aguantó aquello. Había entrenado con Kilowog, había sido adiestrado por Sinestro. ¡Por favor! Había hasta recibido una paliza por parte de Superman que lo había dejado casi sin vida. Toleraría aquello, podía hacerlo. Por él mismo, por su deseo hacia Bruce, y por poder darle un poco de esa liberación que tanto estaba necesitando.

Wayne se movía demasiado rápido, ni tiempo le daba a reaccionar a Hal. Cuando fue descubierta su boca simplemente comenzó a jadear, con cuidado, jadeos cortos. Su cuerpo temblaba por el dolor y pronto sobrevino el placer. No podía evitar salivar con tanto jadeo, y de su boca se escuchaba un quejido que poco a poco se iba transformando en gemido, complaciendo al caballero de la noche y descargando su propia necesidad. Se aferró a la toalla que lo apresaba y dejó caer su cabeza entremedio de sus brazos. Esperando con demasiada incertidumbre lo que vendría después, con una boca sofocada y desbordada en saliva que era lavada por la lluvia de la ducha.

No te enamores de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora