Bonus: Adiós.

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Draco y Harry habían regresado de casa de Albus y Scorpius hacía apenas unas horas, habían ido a visitar a sus adorables nietas y les habían entregado sus regalos de navidad por adelantado, con los que habían quedado maravilladas, un par de escobas de carrera siempre eran un regalo que no pasaba de moda y las gemelas adoraban volar, sobre todo ahora que ambas pertenecían al equipo de quidditch de Hufflepuff, ambas como golpeadoras.

Harry había estado inusualmente insistente en entregarles sus regalos antes y pasar aquella noche con su familia, pero como muy pocas cosas, Draco no le había negado aquel capricho senil y pasaron toda la tarde disfrutando de lo que habían creado juntos, sintiéndose irremediablemente viejos pero felices. Los Weasley, los Granger y los Zabini se les unieron esa misma tarde por petición de Harry quién de repente parecía demasiado ansioso por convivir con todos aquellos amigos y familiares a los que más aprecio les tenía y fue una tarde como hacía mucho tiempo no tenían, no desde que Pansy había fallecido de un ataque al corazón y su esposa había quedado destrozada.

Aquello venía con el paso del tiempo, porque además de recuerdos bonitos, el tiempo traía dificultades de salud y se llevaba a gente que amaban, como cuando Lucius, Molly, Arthur y Narcissa habían muerto, muchos años atrás. Muchos de los suyos los habían dejado, la familia se había hecho pequeña por un momento, pero la muerte también trajo vida y la tercera generación estaba saliendo a flote, con niños en Hogwarts o jóvenes en las diferentes especialidades en la magia y Draco pensaba que así estaba bien, que estaba bien que el tiempo hiciera de las suyas y siguiera corriendo, sin atreverse a jugar con él de nuevo.

Su esposo estaba de acuerdo con él, con aquello de dejar las cosas ser, suponía que se debía a las malas experiencias del pasado. Él y Harry llegaron tomados de las manos por aparición, a Draco le costaba controlarla por la edad, pero Harry no parecía tener problema con ello, por lo que siempre era él quién los llevaba.

Draco había temido a la vejez casi toda su vida, pero ahora que la estaba viviendo la verdad era que no se sentía para nada desdichado. Si, era viejo, tenía el cabello lleno de canas y la cara llena de arrugas, pero no era un viejo inútil, era un viejo tan sano y fuerte como el mismo Dumbledore lo había sido y aquello estaba bien para él, viviría hasta que tuviera que hacerlo y aceptaría la muerte como a una vieja amiga.

Harry se sentó en el sofá frente a la chimenea, como siempre, con sus pies enfundados en unos viejos calcetines bastante feos y mirando hacia el fuego pacíficamente. Su negro cabello se había desteñido ya varios años atrás, pero seguía tan desordenado como siempre y sus ojos brillaban como en sus mejores años de juventud y Draco no podía sentirse más enamorado.

Conforme el tiempo había pasado la casa se había quedado sola, aunque las visitas de sus amigos sí que eran frecuentes, hasta que un año atrás había ocurrido de lo Pansy y entonces los ánimos decayeron, no solo por la pérdida, sino por la idea de que cualquiera podía ser el siguiente.

Draco miraba cada rincón de aquella casa que Harry y él habían adquirido, una que simbolizaba el empezar desde cero y recordaba todo lo que había vivido ahí, las tardes de sexo desenfrenado en cada superficie disponible que dejó de ser nada más estuvieron demasiado viejos como para aguantar el ritmo, las peleas absurdas y las no tan absurdas, las tardes de película, los duelos mágicos, las risas, los vuelos en escoba, el quidditch, las lecturas, el nacimiento de sus hijos y la partida de éstos, Draco había pasado maravillosos años ahí y no se arrepentía de nada.

—Vamos a Hogwarts —Le pidió Harry de repente, dejando de mirar el fuego. —Vayamos donde todo comenzó.

—Llamaré al director Burke para que nos diga cuándo podemos ir de visita.

—Vayamos ahora —respondió poniéndose de pie y mirándolo con sus hermosos ojos esmeralda rodeados de arrugas. No pudo más que asentir.

Harry tomó un par de túnicas que colgaban en el perchero de la entrada y le entregó la suya a Draco, uno verde botella y Harry se colocó la suya color rojo vino. Los apareció a las afueras del nevado Hogsmeade donde algunos alumnos del colegio corrían de un lado a otro comprando dulces y chucherías. No se entretuvieron mucho tiempo ahí, se dirigieron hasta los carruajes que los llevarían al castillo y aunque Draco estaba cansado por la tarde familiar intento no demostrarlo.

Los thestral eran visibles para ambos por lo que antes de subir les acariciaron la cabeza e inmediatamente se dejaron llevar hasta ese castillo que había visto nacer su amistad y florecer su romance, aquel que los había visto crecer y pasar por las peores situaciones, pero que siempre sería su hogar. Draco se sentía emocionado, habían pasado años desde que había estado ahí y sabía que Harry se encontraba igual.

Al llegar bajaron con todo el cuidado que un anciano requería y subieron las escalinatas. Al entrar se dieron cuenta de que estaba tal cual lo recordaban. No había mucha gente, Draco suponía que se debía a las vacaciones de invierno. Recorrieron el castillo a paso lento, Harry llevaba su mapa y su capa, aunque no se la había colocado para nada. Visitaron el gran comedor, las mazmorras, la torre de Gryffindor, el laboratorio de pociones las aulas de transformaciones y defensa, incluso la sala de profesores y finalmente salieron al exterior hasta la cabaña en la que alguna vez había vivido el fallecido Hagrid, pasaron por los invernaderos y finalmente se detuvieron frente al congelado lago donde se dedicaron a ver la nieve caer.

Harry sacó de su túnica una libreta de piel de dragón verde y se la entregó a su esposo, le besó dulcemente en los labios y luego se colocó la capa y comenzó a caminar, Draco solo podía saberlo por las huellas que se marcaban en la nieve pero no hizo ademan de seguirlo, en su lugar abrió la libreta y miró que dentro estaba el broche de Slytherin y el de Gryffindor, muchas, muchas fotografías con recuerdos, viajes, días en casa, fiestas familiares, navidades, Halloweens, las graduaciones de sus hijos, sus nacimientos y sus logros, los nacimientos de sus nietas, fotos donde no salían juntos pero si con sus amigos en aquel mismo castillo.

La última hoja de la libreta había comenzado a marcar un par de letras que pronto se trasformaron en oraciones y decía:

"Querido Malfoy,

Estas vacaciones de invierno han estado muy bien, he pasado tiempo con mi familia y hemos charlado y reído mucho, comimos un sinfín de tarta de melaza y algo de pavo pese a que aún falta bastante para navidad, pero he decidido volver antes al castillo porque tengo algo importante que decirte, espero puedas encontrarme en nuestro lugar secreto.

Te quiere, Harry. "

Draco sonrió ante aquello y decidió que seguirle el juego a su esposo sería divertido, así que comenzó a caminar de vuelta al castillo mientras la tormenta de nieve empeoraba. Finalmente se encontró con el aula en desuso que había sido su refugio por años y antes de abrir la puerta miró la libreta una vez más, esperando encontrar algo divertido, pero lo único que encontró fue un párrafo más.

"Cuando te conocí supe que serías importante en mi vida y no me he equivocado, eres lo más importante para mí y verte cumplir con una vida feliz a mi lado es la mejor de las satisfacciones. He querido volver a éste lugar porque es nuestro, solo nuestro y no encontré mejor lugar para despedirme y decirte que te amo Draco Lucius Malfoy, fue un placer vivir a tu lado.

Siempre tuyo, Harry."

Malfoy abrió la puerta con manos temblorosas, su esposo estaba dentro con los brazos sobre el escritorio del aula y la cabeza sobre éstos, debajo de su cuerpo estaba la libreta de piel de dragón roja y su varita de pluma de fénix y Draco tal vez hubiera estado desbastado, pero la sonrisa en el arrugado y moreno rostro de Harry le trajo una paz incomparable.

Se acercó hasta él y soltó lágrimas silenciosas de dolor y pérdida, Harry se había ido para siempre, pero al menos había sido feliz.

Draco Malfoy. El regreso de la serpiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora