Bonus: Para siempre.

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El fin estaba cerca, Draco lo sabía, algo dentro de él se lo gritaba una y otra vez, como las campanadas a la media noche y no estaba asustado, si no ansioso y feliz. Se había encargado de los últimos asuntos que le competían, como la herencia y las cartas de despedida para sus hijos, sus nietos y los pocos amigos de su generación que aún no había pasado a mejor vida.

Llevaba un par de meses con la movilidad reducida y con su vida dependiendo de algunas pociones que le habían hecho desear marcharse con Harry diez años atrás, maldiciendo que la vida de los sangre pura fuese mucho más larga, pero a la vez agradecido, pues había podido asistir a la graduación de sus nietas sin ningún problema.

Se había acostumbrado a ser viejo y a moverse con algo de dificultad, se había acostumbrado a las canas, las arrugas y los malestares que conllevaba. Él siempre se había considerado un viejo sano, fuerte y poderoso, tanto como lo había sido Dumbledore y generalmente no se quejaba, pero el peso de los años comenzó a caer sobre sus hombros y entonces supo que era el momento.

Subió por las escaleras de la casa en la que vivía con sus hijos, ambos se habían mudado de nuevo allí para poder cuidarlo sin inconvenientes, pero ahora ambos se encontraban trabajando y las chicas se encontraban en los entrenamientos de las Harpies, ambas habían entrado en primera liga nada más graduarse, eran unas golpeadoras extraordinarias y las más jóvenes en entrar a un equipo profesional, Draco suponía que aquello de ser la excepción lo habían heredado de su difunto esposo.

Caminó hasta la habitación donde Harry y él habían compartido muchas cosas extraordinarias como las charlas nocturnas, los besos, las lágrimas, las peleas, el sexo y la magia de Harry cuando volvió, y abrió la puerta. Dentro todo había permanecido igual desde que se habían mudado juntos, muchos, muchos años atrás. Draco caminó hasta el armario de dónde sacó una pequeña caja de madera, regresó a la cama y se sentó sobre ella.

Dentro de la caja estaban todos sus recuerdos con Harry y la maravillosa vida que habían compartido juntos, no quería llevársela consigo, sabía que del otro lado no la necesitaría, pero quería mirar todo lo que había dentro una vez más. Al terminar de mirar las fotografías, las cartas y las libretas, dejó la caja sobre la mesita de noche a su lado, la cerró y sobre ella puso sus últimas voluntades y el montón de cartas de despedida, tomó lo único que se llevaría con él, el broche de Gryffindor que le había regalado a Harry muchos años atrás, se lo colgó sobre su túnica, era su favorita y se recostó sobre la cama, esperando que no doliera mucho.

Cerró los ojos y colocó sus manos sobre el broche, a Harry lo habían enterrado con el suyo de Slytherin y esperaba lo mismo para él. El sueño lo fue venciendo poco a poco, no sintió dolor, ni malestar, solo la sensación de ser liberado de un cuerpo que no le correspondía a la juventud de su alma.

Casi de inmediato abrió los ojos, como un parpadeo que solo había durado un poco más de normal. Se sentía más ligero y más ágil, se sentía joven, se sentía feliz y ni la cegadora luz frente a él lo hizo sentir de otra manera.

Sus pies comenzaron a moverse por sí solos por un largo pasillo que poco a poco fue dejando de ser una masa de luz y fue tomando forma... estaba en King Cross. Miró a su alrededor, ahí no había nadie, solo él en una estación de trenes que parecía de otro mundo, aunque tal vez sí que lo era. Caminó por el andén, sin molestarse en mirarse a sí, mismo, no sabía exactamente que hacía allí pero sus instintos le ordenaban tomar el tren que mágicamente había arribado y había comenzado a silbar, anunciando su pronta partida.

El rubio dudó un poco, no llevaba maletas, ni una capa de viaje, no llevaba ni un galeón encima y por supuesto tampoco un tiket.

—¿Vas a subir o no? —Preguntó una conocida voz frente a él, era la voz de Pansy, pero diferente.

Miró en su dirección, la chica estaba parada en la entrada del tren y lucía como cuando tenían dieciséis, tan joven, tan hermosa y llena de vida. Sus ojos amenazaron con soltar lágrimas pero intentó no hacerlo, era un momento feliz después de todo.

—No tengo un boleto... —Dijo estúpidamente y entonces se dio cuenta que su voz tampoco era la misma... ¿y si...?

—Aquí no lo necesitas, tonto, sube, nos están esperando.

Draco no lo dudó mucho más siguió a su mejor amiga por el largo pasillo del tren donde algunos de los compartimentos ya estaban ocupados; por las ventanas pudo ver a Gregory y a Vincent charlar animadamente y comiendo un montón de ranas de chocolate, a Luna y a Ginny charlando y mirando una viejísima edición del quisquilloso, en otro compartimento más estaba Nott mirado por la ventana como esperando pacientemente y Draco supo que seguía esperando por Blaise, pudo reconocer a los gemelos Weasley intentando gastarle bromas a Colin Creevey que lo miró un instante, como resignándose. Allí estaban muchos de sus viejos conocidos, compartiendo ese viaje hacia lo que él suponía era Hogwarts, pues todos llevaban su uniforme puesto.

Se detuvieron frente a uno de los compartimentos y Pansy sonrió, Draco se miró en el reflejo de la ventanilla cuya cortina estaba cerrada y soltó un jadeo de sorpresa, era joven, tan joven como el resto, tenía dieciséis de nuevo, una vez más.

—¿Está allí dentro, cierto? —Preguntó con voz temblorosa y llevó automáticamente su mano a su pecho, debajo de su túnica de Slytherin llevaba el broche.

Pansy respondió con una sonrisa enigmática y Draco tomó la manija de la puerta, al hacerlo el ambiente que se mostraba neblinoso y sumamente blanco se iluminó, como su hubiera abierto una enorme ventana que bañó de sol y vida cada rincón del tren y ahí del otro lado estaba él, con su resplandeciente sonrisa algo aniñada, sus hermosos ojos verdes, su enmarañado cabello negro y sus ojos esmeralda más brillante que nunca detrás de aquellas gafas redondas que tanto adoraba.

Weasley y Granger lo acompañaban y Draco se sintió como en el pasado, dudoso de adentrarse a aquel compartimento.

—¡Hombre, Malfoy! Te estábamos esperando —le recibió Ronald, apretando su mano fervientemente.

—Pasa, pasa —le dijo Hermione poniéndose de pie —están en su compartimiento.

Y se marcharon con sus túnicas de Gryffindor ondeando por la brisa cálida que se había instalado.

Harry se puso de pie, mirándolo con anhelo y amor, como si solo se hubieran dejado de ver un par de días y no diez años en los que Draco le extrañó como a nada en el mundo. Las lágrimas no se detuvieron más tiempo y comenzaron a caer por sus mejillas, eran de color dorado, brillante y espectacular que manchaban su pálido rostro. Inmediatamente se lanzó sobre Harry, envolviéndole en un abrazo efusivo, aferrándose a él, como si temiera que se marchara una vez más, sus lágrimas doradas se evaporaban rápidamente.

—También estoy feliz de verte —le dijo mientras correspondía el abrazo, que Harry fuese un poco más bajo que él ayudaba muchísimo.

—Te amo, te amo, te amo, te amo... —Repetía Draco en voz susurrante como un mantra, sin dejar de llorar.

—También te amo Draco... —Le respondió y se separó para plantarle un energético beso lleno de amor y cariño que llenó el compartimiento del tren de luces doradas y plateadas.

Ambos sonrieron al separarse y Harry metió una de sus morenas manos debajo de su túnica.

—Me parece que esto es tuyo —dijo sonriente y le mostró el broche de Slytherin.

Draco sonrió aún más y sacó de debajo de su túnica el broche de Gryffindor, entonces los miraron por un instante antes de devolverse lo que les pertenecía a cada uno.

—¿A dónde vamos? —Preguntó Draco finalmente, tomando la mano de Potter y sentándose junto a él, mirando por la ventana. El paisaje era un hermoso prado lleno de flores que pasaba a gran velocidad, un prado bañado en la luz cálida y dorada del sol que hacía que todo luciera en paz y armonía.

—¿A caso importa? –Draco lo pensó un poco.

—No mientras estés conmigo para siempre —respondió.

—Para siempre —afirmó Potter y sellaron su promesa con un beso.

Draco Malfoy. El regreso de la serpiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora