"Hay dos clases de calamidades: las desgracias propias y
la buena suerte ajena."
—Ambrose Bierce.
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Una solitaria gota de sangre se deslizó en la curvatura de la porcelana y dejó una ruta rosada a su paso. Otabek se reclinó contra el lavamanos lanzando una maldición mientras que de su mejilla corrían más motas escarlatas. Se estaba afeitando cuando un grito despavorido se escuchó en el cuarto de las calderas, haciéndolo trastabillar y provocando una herida con la navaja.
Presionó el pedazo de papel contra su rostro para tratar de detener la sangre y guardó silencio. Pasos frenéticos en el pasillo y sinfonías de voces estresadas. Uno de los internos era sometido al nuevo tratamiento.
De pronto un golpe sordo y el gorgoteo de algún líquido correr por las cañerías. Altin no hacía nada, la mirada inerte puesta en su reflejo. Terminó de alistarse con parsimonia y se echó la última ojeada en el espejo vaporoso: Su piel trigueña enfundada en bata médica y sus rasgos kazajos opacados por el emblema de "Concordia psychiatric hospital" encima de su pecho, casi como un recordatorio de la situación en que se hallaba.
Concordia. Esta no era la forma artística de llamarle al manicomio ruso ubicado en las afueras de Moscú. Al ser la capital, personas acudían ahí para internar enfermos mentales de todos los rangos, ya que no se contaban con las suficientes instalaciones aún. Se databa entre un sitio de alto prestigio y, pese a los avances médicos, milagroso.
Milagros para la ignorancia, estaba en una telaraña.
Durante el año de 1932, en un pequeño rinconcito del mundo, surgía la idea de iniciar la guerra, en una cabeza que debería estar internada en Concordia aquel momento, aunque ni el mismísimo Dios sabría verdaderamente si existía alguien de mente tan retorcida que mereciese estar ahí.
Altin pasaba por los extensos pasillos la mañana de un crudo otoño, a cada lado las amplias estancias se hacían entre pilares, la decoración era en tonos fríos y el techo innecesariamente alto. Francamente para alguien de escaza estatura como cierto psiquiatra era mucho más. Habían transcurrido unos meses desde que se instaló en su nuevo empleo, no podía quejarse, no cualquiera recibía tal oferta apenas egresado.
Se graduó con honoríficos, y hasta la fecha estaba complacido del lugar donde se encontraba. Era evidente que aún existían muchas cosas que desconocía del edificio, ¿y cómo no? Era exageradamente enorme, incluyendo también, carecía del permiso para entrar en ciertas áreas. Como todo hospital, contaba con médicos y enfermeras yendo de aquí para allá, solucionando las crisis repentinas: Uno de los pacientes iniciaba a salirse de control y, casi como un virus, se esparcía el pandemónium en micro segundos. El más tranquilo de los demás arrancaba en un griterío y adiós armonía.
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Insanire »otayuri AU«
HorrorOtabek Altin, un egresado en psiquiatría durante el año de 1932, acepta lo que parece ser una primera y buena oferta de trabajo. Esto terminará por ser el inicio de una pesadilla interminable: la crueldad con la que los pacientes son tratados dentro...