Hora del té

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"El optimismo es la locura de insistir en que todo está bien cuando somos miserables."
—Voltaire.

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Otabek estuvo de regreso cerca de las siete de la tarde, cuando llegó todo se encontraba vacío en la sala común debido a la hora de la cena. Flotaba en el ambiente el aroma de muchas velas aromáticas, algo a lo cuál no le prestó atención.

Al pasar por el comedor no encontró indicio del chico ruso en ninguna de las mesas, aunque tuvo tiempo de analizar lo que servían a los pacientes: una avena grumosa y de consistencia desagradable que lo hizo apretar su maleta de forma sobreprotectora. Caminó enseguida de Guang mientras éste picoteaba sin gusto el plato y movía sus labios en silencio.

—¡Hey, Ota!—, Jean se asomó haciéndole señas desde otra habitación donde comían los médicos y personal del hospital.

A diferencia de allá afuera, ellos degustaban una cena impresionante: sendas de carne de cordero, acompañadas con puré de patata recubierto en mantequilla y una guarnición de verduras. También había estofado y tarta de chocolate, anotó robar un pedazo para...

—¿Cómo te fue en tu día libre?—, la voz calmada de Sala cortó el hilo de sus pensamientos.

Tomó asiento junto a ellos y sacó su termo rojo de la mochila para llenarlo de té. No planeaba quedarse demasiado tiempo, solo el suficiente para robar comida. —Bien, hace mucho que no iba a la ciudad—, dijo sin ganas, buscando aparentar cansancio y poder librarse del interrogatorio luego de cumplir su misión. No obstante, siguieron preguntándole cosas que se limitó a contestar vagamente, dando por zanjado el tema.

Ellos platicaban acerca del trabajo y aludían momentos divertidos, narraron a Otabek como Mila tropezó en la mañana y tiró en fila todas las sillas de ruedas. El escándalo llamó la atención de Yakov, quien salió de su consultorio para darle una larga reprimenda.

—Que gracioso—, repuso lleno de sarcasmo ya que él era el encargado de ordenar dichas sillas. Podía apostar que las dejaron en el suelo. Jean lo llamó aguafiestas, más no le dio importancia. Terminó de servirse una rebanada de pastel, apropiándose de la cereza, al tiempo que se ponía de pie y se colgaba sus pertenencias al hombro, llamando la atención de todos sus colegas.

—¿Te vas tan pronto?—, de verdad hubiera contestado de manera grosera, de no ser porque era Leo. Asintió.

—Estoy cansado, me duele la cabeza. Cenaré arriba—, dio un leve movimiento de mano como despedida al latino y salió del lugar. No era tan falsa su respuesta, sumándole el hecho de que todo ese rato sintió la mirada del Director puesta en su espalda.

 No era tan falsa su respuesta, sumándole el hecho de que todo ese rato sintió la mirada del Director puesta en su espalda

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Insanire »otayuri AU«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora