Concordia

993 157 52
                                    

"Todos nacemos locos. Algunos continúan así siempre."

-Samuel Beckett.

.

.

.

Durante mucho tiempo Otabek se cuestionaba el por qué las personas eran un enigma tan fastidioso y a la vez tan estúpidos para usarlo a su favor, incluso él mismo. Se había casado con Gina por formar un mero engranaje dentro de la sociedad y religión establecida, si se le antojaba poseer varias esposas se hallaba en todo su derecho. Carajo, no podía ni con la que tenía.

Aprendió a verle en el sitio a lado de su cama. Tolerarla no significaba una tarea sencilla, no es que ella tuviera un carácter implacable, sino todo lo contrario. Tan quebrantada por la educación que recibió sobre ser una esposa ejemplar y fácil de manipular a la disposición de su esposo, la volvió dócil en niveles encima de la paciencia de Otabek, quien meses después aprovechó la oportunidad de escabullirse a Perm y de ahí a Moscú.

Dejó a su joven esposa con promesas de regresar. Cosa que continuaba sin ocurrir.

Luego de seguir la corriente del psicoanálisis, seducido ante poder por fin responder todas aquellas incógnitas en su cabeza se encaminó sin escalas al estudio. Tenía 19 años por ese entonces, no se paró a pensar en lo que dejó detrás, sólo concentrándose en su sueño dorado. Cuando se encontró a si mismo tan bien acomodado en su nuevo empleo permitió que los pensamientos viajaran rumbo a Kazajistán, precisamente reparando en Gina.

Probablemente al hallarse profundamente desconsolada por su esposo en fuga y desaparecido durante tantos años lo más natural es que se efectuara otro matrimonio para asegurarle un futuro, limpiando un poco la deshonra que quedó. Como nadie conocía su paradero jamás recibió misivas, pese a todo esto una espina se encajaba en su pecho, no era remordimiento. Molestia.

El retrato descansaba apacible en su mesa de noche, era una foto desgatada de ella. Los colores blanco y negro deslavaban su cabello y mejillas. No recordaba porque cargó tal cosa en su maleta al momento de partir, bien pudo ocupar el lugar algo más importante. No era su musa ni la Dulcinea de sus sueños más profundos. Era una alarma. Algún día debía enfrentar el pasado.

Gina no significaba un error, sólo un fantasma atrapado en el pasado. Únicamente la separaba de su realidad un delgado cristal, apunto de romperse y hacerle añicos. Físicamente su silueta no era perfecta, poseía una figura femenina y sinuosa tras todas las capas de ropa que constantemente le hacían acomodarse las enaguas. Recordó el día en cual le dijo era libre de vestir como mejor le viniera en gana en casa, pero ella le observó horrorizada. Ahí murió el tema.

Otabek se reclinó en su silla, la imagen de la mujer que su familia le designó quedaba oculta tras una niebla imposible para disipar. Se forzó impetuosamente para revelarla. El frío transitó en la habitación y como si una cortina cayera al suelo algo se proyectó en el velo añejo de sus recuerdos.

No obstante, ya no ubicaba la piel trigueña de una mujer sino una piel pálida. La figura se ensanchaba en ciertas partes y se estrechaba en otras. Los rizos castaños se remplazaron por finos hilos rubios, los labios más definidos coloreados naturalmente de melocotón, piernas contorneadas y kilométricas. Pequeñas venas adornando rincones específicos. La ropa de vistosos colores quedó atrás, ahora era blanca. Ojos tornasol, verde, azul.

Yuri.

Yuri

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Insanire »otayuri AU«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora