"He amado hasta llegar a la locura; para mí, es la única forma sensata de amar."
—Françoise Sagan..
.
.
Mila se acomodó el uniforme de enfermera, terminó de abrochar los botones que cerraban el cuello de manera profusa y lo planchó con sus manos, bajando la tela para que la falda del vestido cumpliera su cometido de llegar hasta las rodillas. Sus medias blancas se ceñían perfectamente entorno a sus piernas y vistió también el calzado plano y antideslizante que debía usar por defecto.
La cofia reglamentaria adornó su cabello pelirrojo, que peinó meticulosa en un moño de donde desprendió algunos mechones de las laterales. Se dio un vistazo en el espejo roído, no quería salir y enfrentar su rutina diaria como enfermera. No le gustaba lucir esas prendas aburridas y de un impoluto blanco, aunque no tenía muchas opciones.
Había pintado sus labios con un bálsamo de ligero tono rosa y aplicado máscara de pestañas, poniendo empeño en enmarcar sus ojos celestes. Se palmeó las mejillas en un intento de brindarles algo de color. Antes de retirarse del dormitorio, le dio un vistazo al atuendo que dejó bien doblado en una silla, ese que le entregaron tres días atrás.
Sobre la madera del mueble descansaba un uniforme nuevo, un estilo completamente diferente al que usaba.
Este sin dudas era más simpático que el que llevaba puesto. Hecho de dos piezas, compuesto por dos cortes de camisas blancas, una de mangas cortas y otra de largas para el gusto de cada quien o la época del año. Tres camisas respectivas a cada tipo y cada una con el nombre y apellido bordado en el bolsillo superior derecho, junto al de la institución.
Que estuvieran identificadas impediría el tráfico de vestimentas en la lavandería, en un pasado si te olvidabas de recoger tus pertenencias dentro del tiempo estipulado, lo más probable es que te regresaran ropas que no eran tuyas.
Además debía de recordarse que Concordia era un hospital psiquiátrico de gran prestigio y excelente fondo monetario, por lo tanto, quienes trabajan ahí deben tener un excelente porte y mostrar con orgullo su fiel compromiso y aprecio al sanatorio. Tanto por la cantidad de internos que residía, como por las aportaciones filantrópicas que recaudaba, dicho dinero es más que suficiente para mantener a Concordia fuera de penurias.
La falda era blanca y tableada, llegaba dos dedos por debajo de la rodilla. Calcetas hasta los muslos y zapatos con hebillas plateadas. La cofia era de batista; fina y apenas satinada pero bastante cómoda, provista de una cinta ajustable.
Era el nuevo uniforme que había dictado el Director Altin.
Mila palpó la tela y sonrió, Otabek presumía de tener buen gusto. O podría hacerlo, de no ser por la cantidad de desplantes que le dio a ella durante tantos años, evadiendo sus coqueteos o simplemente ignorándolos, sorteando frases indiferentes y fingiendo hacerse el desatendido. Eso ya venía siendo desde que su estadía en la universidad.
Ella se había esforzado en demostrarle que poseía atributos en todos los sentidos, pero él solo parecía tener tiempo para el trabajo y lo que este conlleva. Si bien se enteró mucho después que era casado, la situación no cambiaba en lo absoluto, ya que ese matrimonio era un caso perdido. Y aun así, jamás consiguió ni un elogio de su parte o arrancarle alguna sonrisa al kazajo.
Puede que en algún instante haya atraído su atención, durante un par de días, Otabek parecía interesado en ella, tanto como su rostro estoico y amargado conseguía reflejar, o mínimo pretendió hacerlo muy bien.
ESTÁS LEYENDO
Insanire »otayuri AU«
HororOtabek Altin, un egresado en psiquiatría durante el año de 1932, acepta lo que parece ser una primera y buena oferta de trabajo. Esto terminará por ser el inicio de una pesadilla interminable: la crueldad con la que los pacientes son tratados dentro...