Príncipe egocéntrico

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Las estadísticas sobre cordura son que uno de cada cuatro personas sufre de alguna forma de enfermedad mental. Piensa en tus tres mejores amigos. Si están bien, entonces eres tú.
—Rita Mae Brown.

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Nurzhan Altin estaba harto. Junto a su esposa Neeva habían creado un hogar impecable, enaltecido por la sociedad gracias a la educación intachable que recibían sus hijos. Fueron bendecidos por Alá en tener cuatro maravillosos retoños, para buena fortuna todos varones.

Tenía cuatro hombres en casa. O por lo menos tres lo eran, a veces no tenía idea en que había fallado con Otabek. Empleó la misma crianza para cada muchacho y ninguno lo decepcionó durante el proceso, o mínimamente hasta que la rebeldía de su segundo heredero le colmó la paciencia.

Él era un sujeto que luchó para mantener sus creencias a flote durante las épocas difíciles de la guerra, su ascendencia persa era algo a lo cual no estaba dispuesto a renunciar por más que los soldados se mostraran reacios. Sin embargo, los tiempos de precariedad antes de conocer a su mujer, fueron catalizador para dejar la vida nómada y asentarse en Almaty, donde contrajo matrimonio con su única esposa hasta la fecha.

La Unión Soviética estaba en la mira de muchas naciones enemigas y él era un hombre inteligente. Aparte de enseñar el alfabeto árabe a su descendencia, se encargó de equiparlos con otros idiomas para asegurar su supervivencia cuando esa bomba de tiempo estallara. La lengua rusa no podía falta, además podían practicarla a menudo dado el número de habitantes que lo hablaban de nacimiento.

Sus hijos eran sagaces y poseían talento irradiando por los poros. El mayor era Bolat, pisándole los talones llegó Otabek, luego nació Erden y finalmente Jol.

Bolat y Otabek, al ser sus primogénitos, eran quienes mantenían controlado el negocio familiar, el cual se sustentaba en la venta de joyería extremadamente cara y peculiar, dado que algunos de los materiales eran extraídos de las minas por su séquito de empleados, mientras que otros eran traídos por un mercader de confianza.

Piezas exquisitas de oro, diamante incluso, con detalles minuciosos y perfectos. Todo se vendía a un precio muy alto. Incluso, algunas joyas de la familia imperial en Inglaterra fueron fabricadas por las manos expertas de los Altin.

Para Nurzhan no significaba problema el darle una vida llena de complacencia a su familia. Tenía la vida arreglada pero como siempre, la ambición puede más.

Otabek tenía quince años recién cumplidos, era reservado de nacimiento y pocas veces daba el honor de abrir la boca para decir algo. A su padre no le molestaba aquello, hasta idolatraba la capacidad de su menor para mantener una firme compostura en todo momento. No obstante, durante uno de los tantos turnos de trabajo, se percató de que el de cabellos azabache se le estaba yendo de las manos.

El mayor de los Altin empezó a ser consciente de las peculiaridades en su hijo. Desde la manera en que Otabek se mostraba terco a recibir cartas de cotejo, hasta como se le iban los ojos al ver pasar ciertos chicos.

Porque, a diferencia de su hermano mayor, él no se perdía viendo ellas, más bien ellos. En eso si tenía problemas de verdad.

—Querido patşa, ¿hay algo que te moleste?—, entonó desde su lugar, con una pipa entre los labios y dándole una mirada a Otabek, quien terminaba de pulir una alhaja.

—No, padre—, respondió de forma escueta. Cuando alzó el rostro luego de su tarea, Nurzhan supo que él era muy parecido a sí mismo. Los demás habían adquirido más los rasgos de su madre, viendo a Otabek es como visualizarse en un espejo durante su juventud.

Insanire »otayuri AU«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora