Capítulo III

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— Que disfruten la velada señoritas. — Se despide cordialmente el chofer de la limusina para así después cerrar la puerta por la cual habíamos salido hace unos momentos.

— Gracias. — Respondemos al unísono mientras sonreímos y nos dirigimos a la entrada del lugar.

Camile entrelaza su brazo con el mío para ingresar al Museo, mientras el portero quien al mencionarle nuestros nombres para que pudiera verificarlos en la lista nos saluda cordialmente para así permitirnos pasar con una amable sonrisa.

El salón principal estaba repleto de personas importantes de todo Europa y parte de Estados Unidos,  es un tipo de baile social junto  a una subasta de algunas piezas de arte las cuales al ser vendidas ese dinero recaudado es donado a hospitales y centros  médicos de países de tercer mundo.
No hay necesidad de aclarar que todas las personas presentes lucen grandes vestidos de gala,  al igual que una lista incomparable de mujeres hermosas quienes bailan y acompañan a la mayoría de caballeros del salón. Ahora bien, dónde cabe la diferencia entre una dama de compañía cualquiera y una de "Femme" -Nombre de la Compañía de Patrick y lugar donde obligatoriamente laboro-. Consiste en que antes de ingresar a dicho lugar a los quince, nuestro dueño se asegura de que somos algún tipo de belleza única, mujeres que necesitas ver más de una vez para satisfacer a tus ojos, unos ángeles caídos del cielo, -siendo más poéticos- de igual forma la que no contase con tanta dicha, tendría que pasar por las manos de Abraham el cirujano de  la casa, para que este os dejase un rostro y cuerpo completamente envidiable. Situación que sucedió con la perfecta nariz respingada de Camile.

— Alize, ¿Podrías esperarme acá un segundo? Necesito ir en búsqueda de Densel y hablar un par de cosas con él. —

Las palabras de Camile me hacen volver a centrarme en la situación y asentir como un robot ante su pregunta.

— Está bien, no te muevas de aquí. Regreso pronto. — Tras esto se encaminó para  sumergirse en el mar corporal de todas aquellas personas.

La Matanza de Quíos de Eugène Delacroix era una de las obras de artes expuestas en el salón principal esta noche, y aunque obviamente no estaba a la venta, era una obra que sin duda alguna realzaba a las demás que si estaban expuestas para ello. Un imán atrayente me hizo plantarme frente a esta y es que es una pintura tan enigmática que transmite -más a mi que a otro ser humano- una profunda tristeza.

— Este cuadro representa un episodio de la guerra de independencia de los griegos contra los otomanos, ocurrido ese mismo año.
la matanza de 20.000 habitantes de las islas griegas, y el sometimiento a la esclavitud de las mujeres y los niños supervivientes. —
Una voz suave pero completamente masculina me sobresalta un poco, puesto que no pensé estar siendo observada.

— Al parecer esta guerra de Grecia le parecía a  un tema con el que lograr su propósito artístico. — Respondo ante el comentario inicial girando un poco hacia mi izquierda y fijar mis ojos por primera vez en aquel tipo.

Una sonrisa ladina recibió mi intromisión visual de su perfil,  y por ello trate de lucir lo más neutral posible, pero una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo, mis extremidades empezaron a pesar más de lo normal y no sabía el por qué. - Bueno, si lo sabía pero aún estaba un poco afectada- Este hombre hubiese sido una perfecta inspiración para Miguel Ángel y cualquier otro escultor de belleza masculina. Espero no exagerar pero en realidad el hombre tenía lo suyo, tanto que puedo asegurar sin temor a equivocarme que es aquellos de los que se pasan gran parte del tiempo evitando a mujeres que caen rendidas a sus pies sin necesidad de mover un dedo.

— Quiero pensar que mi presencia no le es indiferente señorita... —
Su voz atrayente consiguió sacarme del letargo por el cual había caído producto de su apariencia.

Amargo Espejismo.      Donde viven las historias. Descúbrelo ahora