Epílogo

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Calabria. 2:13 pm
2 años después
— ¡Bill!! Ven aquí, so hijo de puta— grito colérico y mi hermano solo puede ser capaz de levantar una de sus elegantes cejas de forma muy tranquila.
—Pero Tom— se queja en un tonito ofendido totalmente falso— tenemos la misma madre, estúpido, no puedes insultarla así.
—Me voy a enfadar y ya sabes lo que pasará...— le anuncio, y al muy gilipollas solo le entra la risa floja. Quiero levantarme y cogerlo por el cuello para apretarlo solo un poco, pero sé que fallaré, porque Bill es tan ágil y escurridizo como un gato, y hoy esta de modo para jugar su juego favorito: escapar de mi para hacerme rabiar, y vaya que lo logra.
Lo miro mientras mi boca se tuerce en un gesto de molestia, pero es una molestia falsa. Nadie podría molestarse con Bill, y menos con las pintas que lleva.
Aun conserva el cabello corto, con su rebelde mechón siempre en la frente. Su rostro ha vuelto a ser tan perfecto como una máscara, tan perfecto que a veces hasta me duele mirarlo. Su nariz esta recta, los labios sensuales y lustrosos. No queda un solo morado, ni una sola hinchazón, y cuando Bill se percata de que estoy mirándolo embobado sonríe, y la sonrisa muestra toda una dentadura de dientes afilados y relucientes.
Sus ojos me sonríen mientras el pone su mano izquierda sobre su cadera, y mi garganta se seca. Mi hermano lleva aquellos brazaletes de rodio que tanto ama, sus brazaletes de comandante, y su corona, la primera que le dieron, cuando fue nuestra ceremonia; es su favorita a pesar de que en el armario tiene un centenar más.
Y solo lleva eso puesto...
Su desnudez es como mi ancla, no puedo estar lejos, por eso cuando él quiere jugar me desespero; incluso tengo ya la respiración agitada, y Bill lo sabe, y lo disfruta, tanto así que sonríe aun mas para tentarme, para hacer que vaya sobre él con la furia de un toro, con la tempestad de una marea y estoy a punto de hacerlo...
Pero antes me dedico a admirarlo un poco más, para hacerlo desesperar, y tras dos segundos lo consigo.
Bill se acomoda la corona dorada sobre su cabellera negra y yo sonrío. A veces pienso que mi hermano es un tanto nostálgico, o quizá el nostálgico soy yo, siempre pensando en todo el tiempo que me perdí de él, pensando en cómo destriparía a quien se atreva a intentar alejarlo de mi.
Flash Back
Estaba sentado en uno de los cómodos sofás del jardín central del palacio, con Andreas parloteando alegremente a mi lado de cosas en las que realmente no pongo toda mi atención, aunque no lo ignoro por completo. El ya se ha acostumbrado a que solo tenga ojos para mi hermano y no parece ni afectarle.
Y hablando del susodicho...
Bill estaba solo a unos cuantos metros de distancia, sentado en la pequeña sala de estar de la terraza con vista al lago; acompañado por nuestra madre. El decidió que ese día leería para ella "La odisea"
Desde mi posición le taladro la nuca con la mirada, pero él me ignora con demasiada facilidad porque esta cabreado. La razón: no bien habían pasado cinco minutos de su lectura y yo ya estaba roncando, así que Bill me echó de ahí, con el pretexto de que mamá no podía escuchar nada con mis ronquidos de somormujo.
Y ahora había pasado solo un mísero cuarto de hora y yo ya quería regresar junto a mi hermano; mas aun cuando una molesta sensación se anidó en mi pecho al ver como Georg, ese gorila de pelo castaño que siempre estaba pendiente de mi hermano se inclinó para susurrarle algo al oído, algo que hizo que Bill riera a carcajadas y después cuando aquel mamut castaño le acarició la cabeza rapada y revolvió el cabello, vi todo en rojo y me levanté sin pensarlo, y en dos segundos ya estaba reclamando mi lugar a su lado.
Al orangután de ojos verdes no le quedó más remedio que retirarse después de lanzarme una mirada de abierto desafío, pero parece bastante divertido. Quizá el que estaba viendo cosas era yo, porque el castaño aquel y el rubio Andreas se habían alejado parloteando alegremente.
Mejor para mí.
Cuando estuve al lado de Bill le sonreí, y él me sonrió mostrándome sus afilados colmillos que me hicieron pensar en las cosas sucias e incestuosas que tanto nos encantan, mientras apretaba mi mano entre las suyas; entonces supe que todo iba bien, el me lo dijo sin necesidad de hablarme antes de proseguir con su lectura.
Fin Flash Back.
Y aunque todo parezca como salido de un cuento de hadas, sé que hay un peligro latente, que aumenta de intensidad con el paso del tiempo, algo que Bill no ve porque yo no quiero que vea. Por eso tengo que estar casi siempre encima de él, porque en cualquier descuido hasta Andreas o ese insulso de Georg podrían intentar cepillárselo; no soy ciego, y sé que Andreas suele confundir la amistad, y que Georg está confundido por todo lo que Bill es... pero no es eso lo que me preocupa, porque puedo controlar a ese par con una mano mientras me hago una paja con la otra.
Por algo tengo la corona bien puesta sobre la cabeza y en Calabria se hace mi voluntad.
Mi aflicción tiene un cuerpo y un nombre y se llama Ambrosía. Estoy seguro de que esa mocosa intentará quitarme a mi hermano tarde o temprano, y eso es algo que no pienso permitir... así tenga que matarla.
— ¿Tom? — de repente me sobresalto, porque no vi cuando Bill se acercó a mí. Ahora lo tengo enfrente, y toma mi rostro entre sus manos con una delicadeza infinita; sus ojos de cobre ya no están juguetones, sino preocupados. Claro que Bill pudo sentir mi agitación y mi furia como si le fueran propias. — ¿Qué sucede?
—No es nada— desecho rápidamente y al mirarlo directamente todos mis problemas mentales desaparecen.
Entonces hago lo que antes planeé. Cojo a mi desprevenido hermano por el cuello y de un movimiento incrusto su cuerpo contra la cama, mientras el jadea por la sorpresa.
Mis manos aprietan un poco su cuello, mientras consigo inmovilizarlo con mi peso. Quizá Bill sea ágil y veloz como una anguila, e igual de eléctrico, pero en la fuerza yo tengo la ventaja.
Aunque en valentía sin duda el me gana. En ningún momento se arredra, quizá porque sabe que primero me tiraría de cabeza por la terraza antes que herirlo de verdad, pero aun así lo mantengo inmóvil; y como siempre, cada vez que logro tenerlo vulnerable y a mi merced llegan a mente aquellos recuerdos horribles. Los recuerdos de las interminables horas en las que no supe nada de él, los recuerdos de mi hermano destrozado, agonizante y a punto de la muerte sobre ese mismo lecho... y ahí es donde mi fuerza se esfuma.
Retiro mis manos de su cuello con la rapidez del rayo y me tiro encima de él, besando ahí donde la piel ha quedado irritada por mi brutalidad.
—No quise hacerlo— repito una y otra vez en su oído, pero Bill no me responde porque simplemente no hace falta. Puedo sentir su amor en cada fibra de mi cuerpo desnudo, puedo sentir como su mente se introduce en la mía con la lentitud de la jalea batida para conseguir relajarme, porque después de dos años, el que aun experimenta crisis postraumáticas soy yo y no el, a quien le pasó todo lo que le pasó.
Todo se reduce al terror y al pánico inmovilizante que me provoca la sola idea de volver a perderlo aunque sea por un minuto.
—No pasa nada Tom— añade con su voz de oro para duplicar el efecto—siempre vamos a estar juntos.
Y quiero echarme a llorar por su ingenuidad.
Sé que vienen tiempos oscuros, tiempos en los que para defender lo que es mío puedo reducir a cenizas no uno sino varios reinos, acabar con muchas vidas, y hasta prenderle fuego a toda Italia si fuera necesario, pero no quiero preocupar a Bill con eso.
Este día es suyo. Ambos podemos escuchar el murmullo y las risas, los festejos, captar el olor a dulces, a azúcar moreno y crema horneada, cerezas y licor. Abajo, en las calles ya nos esperan, porque hoy es el día de Constanza, un día sagrado y alucinante y que a Bill le encanta, sobre todo cuando se entera de que cada criatura de sexo femenino que ha nacido desde hace dos años, ha sido llamada Constanza en honor a su madre, o cuando va a su templo a reflexionar y lo encuentra petado de flores y regalos.
Siento una caricia con la suavidad de las plumas en mi espalda y es porque Bill me está llamando y respondo mirándolo. Su rostro esta fruncido por la preocupación y no quiero verlo así, por eso lo beso en la frente, porque sé que eso le agrada y le relaja.
Miro a mí alrededor y no veo nada más que nuestra familiar habitación. En dos años ha cambiado muy poco, a excepción de un enorme armario en colores sangre y oro que guarda los trajes y coronas de mi hermano, y mi hermano está impaciente, el quiere bajar.
A menos de un kilometro y medio de aquí la fiesta interminable hierve en las calles, los trajes multicolores giran locamente y el licor fluye como si fuese leche.
No tardaremos en estar ahí.
Bill me sonríe mostrándome de nuevo esos colmillos suyos que trastornan mi mente y sin pensar en nada mas voy a por él y le beso con furia y desesperación, sonriendo levemente cuando siento como me corresponde... siempre tan ansioso.
—Tenemos que irnos ya— susurro en su oído y sus ojos se ponen más brillantes aun, pero después hace un adorable puchero.
—Pero Tom... yo quiero...— lo silencio de nuevo con mis labios
—Hay tiempo de sobra para eso hermano...— mi forma tan sugerente de hablarle al oído surte como siempre su efecto paralizante y algo duro se topa con mi bajo vientre.
—Pero Tom...
—Pero nada Alteza. Vámonos ya, tu madre te espera— y el sabe que no me refiero a nuestra hermosa madre Reina, sino a su segunda madre, aquella que le salvó la vida y a la que si estuviera viva le besaría los pies por haberlo hecho.
Me levanto llevándome a mi hermano conmigo y después de volverlo a besar como si no hubiera un mañana comenzamos a vestirnos.
Porque abajo la fiesta apenas comienza.
Y porque cuando caiga la noche, el y yo festejaremos, como siempre, sin que nadie se atreva a siquiera a pensar en separarnos...

Fin...

Si tuviera soundtrack sería este mismo...

*

La historia termina aquí mismo, pero si te has quedado con ganas de saber más sobre estos caprichosos príncipes, no dudes en leer la secuela de esta historia:

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El príncipe y él mendigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora