Tardanza

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—Thomas, cielo ¿Quién era ese muchacho al que perseguías? — la voz dulzona, empalagosa y levemente ponzoñosa de su abuela lo irritó un poco, pero como era a quien más respetaba, Tom hizo una displicente inclinación de cabeza.
—Uhm...un... conocido, abuela— mintió. Al escuchar el bufido indignado de Andreas, se volvió y lo fulminó con la mirada, advirtiéndole.
—Parecías muy molesto hijo —le dijo su madre —aun lo pareces ¿estás seguro que todo está bien?
Tom volteó los ojos hacia arriba.
—Todo está perfecto— respondió con enfado — ¿y...a que debo el honor? — nuevamente su tono sarcástico comenzó a irritar a su padre, quien se había mantenido callado mientras su mujer y su suegra hablaban con su muy rebelde e impertinente hijo.
—Debes saberlo Thomas, es sobre lo que hablamos hace tres semanas —Tom empezó a refunfuñar y a quejarse en voz baja —es jueves. El sábado llegará aquí tu prometida y habrá una recepción para darle la bienvenida— el Rey ignoraba los gestos de asco que hacia su hijo. —Me alegra que el príncipe Andreas esté aquí, quizá también encuentre una doncella digna de él y si no, al menos puede meterte un poco de sentido común en la cabeza —dijo, sonriéndole al rubio, y recibiendo en respuesta otra sonrisa deslumbrante y llena de dientes. Andreas estaba tan desesperado de hacerse notar por Tom y ser considerado parte de Calabria, que habría lamido las botas del rey con gusto si éste se lo hubiera pedido.
—Permíteme dudarlo, padre— dijo Tom, mirando a Andreas con gesto adusto.
—No molestes a tu amigo Tom— lo reprendió su abuela cariñosamente y Tom calló como un muerto.
—Tom, cielo, ¿podemos hablar un momento a solas? — pidió su madre y caminó hacia la enorme terraza que formaba parte de los opulentos aposentos de su hijo.
— ¿Qué pasa madre? — preguntó, mirando de soslayo hacia dentro de su habitación, donde su padre, su abuela y Andreas hablaban. Más le valía al rubio mantener el pico cerrado referente a Bill. Tom ya se lo había advertido.
—Es sobre todo esto... en verdad lamento tener que imponerte un matrimonio que se que no quieres, pero... son las tradiciones, llevas toda tu vida comprometido con ella.
— ¿Y qué va a pasar si me niego? ¿Y si ella se niega? — Al ver que su madre fruncía el ceño, confusa, prosiguió —quiero decir, me conoce tanto como yo a ella. No creo que de buenas a primeras acceda a casarse conmigo sin poner pegas. Además no sé cómo es ¿Qué tal si es fea? — Tom se horrorizó. No podía pensar en ninguna mujer. El recuerdo de Bill eclipsaba por completo todos sus sentidos. Estaba impaciente y miraba desesperado toda la extensión de jardín que había abajo, esperando verlo de un momento a otro. Se confundía con las sombras y el sol, que estaba demasiado brillante — ¿Cuánto tiempo se quedará... ella?
—Tal vez piense lo mismo que tu, cariño, pero así es como son las cosas. Si te niegas y ella o su padre se llegan a sentir deshonrados, nuestros reinos no se unirán y es probable que Mónaco nos declare la guerra, y es un reino que desde siempre ha sido forjado en la batalla... oh y se va el mismo día, solo viene a conocerte, pero no te preocupes demasiado, la belleza de la princesa Ambrosía es legendaria, ella es hermosa — contestó su madre, con tristeza, y Tom sintió de pronto, un enorme peso sobre sus hombros. Una responsabilidad que no quería.

— ¿Por qué? ¿Qué hice yo para que semejante responsabilidad me fuera otorgada? ¿Me estás diciendo que al negarme puedo desatar una guerra?— le dijo y al verla asentir decidió que ya había escuchado demasiado. Iría por Bill. Solo tocándolo podría calmarse y pensar con racionalidad.
—Existe la posibilidad... ¿Tom, a donde vas?
Su padre le detuvo abrúptamente en cuanto entró.
—Voy a salir — respondió al momento de tomar su capa y darle un brusco empujón con el hombro a Andreas, para que lo dejase pasar.
—Lo siento hijo, pero no podrás, tienes dos días, los diseñadores están aquí para confeccionar lo que usarás, es muy importante, además tienes que estudiar tu parlamento y practicar tus modales. Dejan mucho que desear.

Tom sintió verdaderas ganas de asestarle un puñetazo en toda la cara a su padre, pero eso sería demasiado insensato, así que solo lo miró con rabia, apretando los dientes y los puños. Lo habían acorralado, y el ardía en deseos de ir en busca de Bill, y follárselo brutalmente como castigo por haberse largado de esa manera cuando él se lo había prohibido. En cuanto lo pillara se aseguraría de que jamás lo volviera a abandonar.
—Ya resígnate Tom, pronto encontraras otro animalito de compañía, uno más fino— le susurró Andreas al oído, burlándose al pasar a su lado.
—Andreas, voy a matarte— le amenazó, pero Andreas ya no lo escuchaba. Se había alejado, iba platicando muy ameno con la abuela encorvada y vieja de Tom, y a él no le quedó más remedio que seguirlos. Su mente se había tranquilizado un poco al pensar que estaban en una isla, así que Bill no tendría escape. En cuanto se librara del maldito compromiso iría a buscarle y lo traería a rastras si fuese necesario.

El príncipe y él mendigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora