Convivencias

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Después de nueve largas horas de descanso a pierna suelta en la quietud de sus habitaciones, el príncipe Tom abrió los ojos poco a poco hacia un plomizo atardecer y una lenta sonrisa de satisfacción se materializó en sus facciones.

Ya hacia nueve días que se levantaba con la misma sonrisa de idiota rematado, y el motivo de tal actitud estaba dormido plácidamente a su lado. Como cada día al despertar, su mirada viajó de inmediato hacia el ángel sin alas que estaba abandonado al sueño, perdidamente dormido en un lecho que parecía hecho de nubes de algodón. La pureza de su rostro en calma era tan perfecta, que le provocó un molesto retorcijón en el fondo del estómago, como si hubiese recibido un puñetazo, pero ya estaba acostumbrado a esas sensaciones tan raras y de nuevo se perdió observando el perfil recto, la nariz levemente respingada y pequeña, las gruesas líneas de pestañas que reposaban sobre sus afilados pómulos y los ángulos rectos de alabastro suave de la quijada de Bill.

Su mirada se paseó después por su cuerpo desnudo de cintura hacia arriba, todo lo visible que había entre las sabanas. Su pecho aun seguía hundido pero las heridas apenas eran visibles ya, no tenía ningún morado y una leve línea rosácea era el único vestigio que quedaba del ataque bestial que había sufrido hacia casi dos semanas. Las costillas aun se remarcaban en su talle de manera algo espeluznante, pero el tono de su piel ya no era blanco enfermo, ahora iba cambiando levemente y se asemejaba mas a un tono marfil cremoso, pues ahora se alimentaba muy bien, y mas de tres veces al día.

Tom levantó levemente la sábana blanca, revelando así la completa desnudez de Bill, y de nuevo sus latidos se aceleraron al recordar la noche anterior, y la sesión de amor, jugueteos y risas que se habían montado hasta que el primer rayo de sol había asomado, y que siguieron jugueteando con sus lenguas hasta que el cansancio los había vencido. El simple recuerdo bastó para que el miembro de Tom le comenzara a doler de lo duro que se le había puesto. Estuvo a punto de voltear a Bill y tomarlo ahí mismo, pero lucía tan pacífico e inocente que no lo hizo, prefería verlo dormir y descansar... de momento. Ya habría tiempo más tarde para lo demás.

Se levantó tratando de hacer el mínimo ruido para no despertarle, y después de taparse con una bata de raso negro y suave se encaminó al baño a satisfacer ciertas necesidades.
Veinte minutos después salió del baño chorreando agua después de tomar una ducha vespertina, se sentía despierto y fresco, y su pequeño problema ya estaba arreglado, así que después de medio secarse con una de las muchas túnicas blancas que había en su habitación, se acercó de nuevo a Bill, quien seguía durmiendo.
—Pequeña marmota— le susurró al oído, rozando los labios sobre su sien. Bill se removió y sonrió sin abrir los ojos — ¿no crees que te estás pasando de dormilón?
—...mnosñbs— fue el ininteligible murmullo de Bill, quien se dio la vuelta y se tiró las sabanas sobre la cabeza.
—No pases de mi— murmuró Tom por lo bajo y se metió entre las sabanas con él, para morder su cuello. Sabía que aquel era el punto débil de Bill y que no podía resistirse por más dormido que estuviese.
—Humm... Tom...si—bisbiseó Bill en voz baja y un poco ronca por el sueño. La excitación volvió a hacer mella en Tom.
—Despierta vamos... me estas poniendo de nuevo y si te lo hago, perderemos toda la tarde y hay algo que quiero mostrarte— y restregó su miembro medio tieso en el muslo de Bill para remarcar sus palabras.
— ¡¿TODA LA TARDE?! — chilló Bill, levantándose en el acto, como impulsado por resortes. Tom le miró divertido y levantó una ceja. — ¿Qué...?— se llevó la mano a la cabeza y después se tambaleó sobre el suelo, seguramente mareado por despertar de semejante manera, pero el príncipe lo sostuvo y evitó que cayera al suelo— ¿Qué hora es?
—Son... las cinco y cinco— respondió Tom después de darle una ojeada al enorme reloj de péndulo que estaba en el rincón más iluminado de su habitación— ¿pero eso a que viene? ¿Tienes prisa o algo así? — lo miraba con hambre, estaba apoyado sobre un brazo en su cama, mirando fijamente a un desnudo Bill, éste siguió su mirada y al notar su completa desnudez se sintió avergonzado e hizo el paripé de cubrirse la entrepierna, intento que hizo que Tom estallara en sonoras carcajadas.
— ¡No te rías!... — le gritó con la voz aguda por la vergüenza y después se escabulló corriendo hacia el baño para ponerse más presentable. Mientras se bañaba, metido hasta la quijada en la bañera de mármol blanco, se tranquilizó un poco, el agua caliente le relajaba. Se preguntó a qué hora la habrían traído, porque aun seguía a una temperatura muy agradable, pero sus pensamientos quedaron olvidados en cuanto sintió un par de manos muy calientes acariciando su espalda.
— ¿Necesitas ayuda? — Tom le sonrió torciendo sólo una de las comisuras de su boca y Bill soltó un resoplido en cuanto los labios de Tom se encajaron con los suyos.
***

El príncipe y él mendigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora