Constanza

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Bill despertó un par de horas después al sentir una ráfaga de aire frío engancharse en su columna y trepar por su espina. Se incorporó con la rapidez de un resorte, sintiéndose desorientado y miró a su alrededor.
Estaba desnudo en su cama, debajo del cobertor rojo sangre que cubría su cuerpo y lo mantenía tibio, y estaba solo. A su lado las sabanas estaban revueltas, puso su mano sobre ellas y estaban frías. Hacía mucho que Tom se había ido.
Un hálito de amargura estuvo a punto de cernirse sobre él, cuando reparó en una hoja de papel rígido, doblado por la mitad, que descansaba sobre su almohada. La tomó con manos temblorosas. La caligrafía era perfecta, de trazos largos y elegantes.
Bill:
Dormías tan profundamente que me dió pena despertarte. Sé que te dije que no me iría, pero tu amigo el rubio volvió a buscarte, por suerte se fue, creo que no lo notaste. Báñate. Tendré que estar con un emisario durante la tarde, pero te buscare en la noche.
Con cariño, Tom.

Leyó la nota casi diez veces, sonriendo como un autentico gilipollas. Si, Tom lo volvía un gilipollas rematado. Y le encantaba.
Se irguió con lujuriosa lentitud, deslizó sus dedos por entre los sedosos mechones de su cabellera, bostezó y estiró su cuerpo de felino. Se sentía extrañamente dolorido, rígido y pegajoso pero no era una sensación que le desagradara del todo después de recordar el motivo por el cual se encontraba en ese estado.

Los Italianos eran amantes del diseño, y el palacio de Calabria estaba ricamente equipado con las mejores y últimas tecnologías de la época, como lo era el complicado diseño de tuberías de plomo y calderas de gas que bombeaban agua caliente y fría hasta los cuartos de baño, que estaban bien provistos con avanzados sistemas de ducha.
El cuarto de baño de la habitación de Bill, por ser uno de los más elegantes, tenía una espaciosa tina hecha de porcelana color marfil, que descansaba sobre sus garras hechas de oro puro y un avanzado sistema de ducha de agua caliente. A Bill le encantaba y entró al baño desnudo, soñoliento y alegre, tan feliz como no se sentía hacía muchísimo tiempo.
Después de tomar el baño más largo que había tomado en toda su vida, salió del baño con una túnica envuelta en la cadera; el pecho mojado con las gotitas brillando en su piel como tímidas estrellas y las rastas bicolores sueltas y húmedas.

Después de tomar el baño más largo que había tomado en toda su vida, salió del baño con una túnica envuelta en la cadera; el pecho mojado con las gotitas brillando en su piel como tímidas estrellas y las rastas bicolores sueltas y húmedas

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Afuera, en el dormitorio, todo estaba limpio y en perfecta calma, y aunque aquello no era nuevo si lo sorprendió mientras un tenue rubor le coloreaba las mejillas.

La cama estaba perfectamente hecha con un cobertor dorado en lugar del rojo sangre que había sido testigo mudo de la carnal reconciliación entre Tom y él. La chimenea ahora encendida crepitaba alegremente y había calentado la habitación. En la mesa estaba su almuerzo servido en una bandeja de plata cubierta por un domo hecho del mismo fino material. Bill se acercó y levantó el domo. Después levantó el siempre omnipresente paño de lino que mantenía la comida caliente o fresca según fuera el caso.

Le habían servido una ensalada fresca con pequeños trozos de esponjoso queso de cabra, tostadas con mantequilla, té caliente y paté de foie gras. Sonrió y fue a terminar de vestirse. Una de sus dos esclavas aun seguía presente y estaba acomodando la ropa del muchacho sobre la cama cuando éste se acercó.

El príncipe y él mendigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora