1a Parte

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Un pequeño Disclaimer antes que nada!!!

Sekaiichi Hatsukoi así como sus personajes no me pertenecen, son parte de la obra de Nakamura-Sensei.

Ésta es una versión propia con el único propósito de entretener.

Estaba contenta, casi casi, orgullosa de sí misma. Desde que su esposo y compañero de su vida por más de cuarenta años había jubilado, ahora podían darse el pequeño lujo de salir juntos a todas partes, como lo hacían antes de llegar sus hijos.

Y no es que pensara que sus hijos hubiesen coartado su vida o mucho menos que se la hubiesen arruinado, no. Todo lo contrario, eran su mayor orgullo, los tres por igual. Quizás sentía una pequeña preferencia por el menor, pero que madre no siente por su niño más pequeño ese amor que le sobró de los anteriores, a los que por obvias razones, llámese ensayo y error, debido a la inexperiencia, crió con más disciplina y mano dura.

Ella siempre pensaba en ellos. La mayor, Risako, abogada de familias, aunque vivía lejos, en Kioto, era su mayor respaldo, y su mejor amiga. Como buena hermana mayor, era la más centrada y analítica, siempre pensaba bien las cosas, sopesando los pros y contras antes de actuar en cada situación, de carácter firme y sereno, se parecía mucho a su padre. Casada con otro abogado, había logrado formar una hermosa familia y, sobre todo, mantener un buen equilibrio entre su ajetreado trabajo y su labor de madre de dos hermosos niños, que ya pronto comenzarían la escuela secundaria.

El segundo, Seitaro, si bien en un principio no la había tenido fácil, con el tiempo había logrado establecerse con un pequeño restaurante familiar, al otro lado de la ciudad, en el que trabajaba orgulloso y feliz. Casado también con su novia desde la universidad, donde se conocieron en las prácticas de campo de arquitectura, su verdadera profesión, su pasión siempre fue estar detrás de la cocina, como cuando le ayudaba a su madre a preparar las comidas de la familia, desplazando a su hermana mayor, y soportando las quejas de su padre, quién le repetía todo el tiempo su pequeña letanía machista de que las mujeres tenían su lugar en la cocina y los hombres se debían mantener fuera de ella. Tenían junto a su esposa, quien seguía ejerciendo como arquitecta, dos niños y una niña, quienes eran su mundo. Con los años su viejo se tragó con mucho orgullo todos sus dichos, siendo el primer comensal de su pequeño sueño culinario, completamente feliz por los logros de su hijo. De carácter afable, conciliador y amistoso, siempre fue quien medió siempre entre las pequeñas guerras que se declaraban entre su hermana mayor y el menor de todos.

Y luego estaba Zen. Siempre volando en su mundo y haciendo de todo una broma o un juego. De mente creativa, inventando mil historias, y observándolo todo. Y guapo, muy guapo; amistoso y burlón, tenía que reconocer que sacó de ella ese afán curioso y el carácter un poco de payaso con el que ganaba amigos y fanáticas por todos lados. Editor de profesión, era tanto su amor por los libros, y sobre todo por los mangas, los cuales formaban montañas en su dormitorio, que se convirtió rápidamente en el jefe más joven de la editorial, llegando orgullosamente y por méritos propios al puesto que ostentaba desde hace varios años, como Editor en Jefe de Manga Shonen y Jefe de Edición general del Área Manga de Marukawa Shoten. Sin embargo, él, precisamente él, no la había tenido nada fácil. Se había enamorado de su compañera de secundaria, y luego compañera de universidad, y se casó con ella ni bien alcanzó a salir de ahí con su diploma de Editor Literario. Se amaban tanto, la amaba tanto, que cuando un desmayo de ella los llevó a urgencias, jamás hubieran esperado lo que allí les dijeron; cáncer al hígado. No lo podía creer, y durante años lucharon juntos contra ese enemigo que no quería dejarla en paz, logrando con mucho sufrimiento de ambos mantenerlo a raya. Hasta que un día ella le dio la mejor y peor noticia de su vida; estaba embarazada. Pronto tendrían un bebé, alguien que llegaría a completar ese amor tan grande que se tenían el uno al otro. Pero para que ese pequeño milagro conociera la vida, había que sacrificar algo más. Sakura tenía que abandonar el tratamiento que la mantenía estable para no dificultar su embarazo. Y eso significaba dejarle la puerta abierta de par en par al cáncer que la aquejaba. Zen se dividió entre querer mantener a su esposa con vida, y rogar a todos los dioses porque ese enemigo invisible no jugara sus cartas antes de que su bebé naciera. Vivió el embarazo de Sakura con el alma pendiendo de un hilo, y muchas veces quiso decirle a ella que no lo tuviera, que no arriesgara su vida por traer a alguien más al mundo. Pero ella quería ese bebé, lo quería con toda su alma, y cuando nació, Zen también lo amó. Una pequeña, realmente pequeña bebita, que llegó a sus vidas como un rayo de sol; y así la llamaron, Hiyori. Sakura había soportado todo el embarazo sin medicación, y durante un par de meses, habían disfrutado de su pequeña y todo el amor y la felicidad que traía consigo. Pero luego de eso, la pesadilla volvió, y esta vez para dar su golpe final. Cuando iba a comenzar a retomar la medicación recibieron la noticia más devastadora: no había nada que hacer. El cáncer había retornado con toda su fuerza y en pocos días había hecho estragos en su débil organismo. Lo único que quedaba era esperar por el amargo final. Cuando éste llegó, se encontró con un Zen que había perdido la vida junto con su amada esposa. Porque sí, estaba vivo, cargando entre sus brazos una bebé de escasos cinco meses, pero su alma se había ido con Sakura. Era como un tronco hueco, que se ve entero por fuera, que incluso luce hojas y flores, pero por dentro no tenía nada, estaba vacío. Y tendría que sacar fuerzas de sabe Dios donde para afrontar lo que seguía. Ni siquiera tenía tiempo para llorar, porque debía continuar con su vida, y con sus crecientes obligaciones profesionales, y más que nada, tenía que cuidar de Hiyori, porque Sakura se lo rogó, con sus últimas fuerzas, le imploró que cuidara de ella y la convirtiera en una digna señorita.

Y allí estuvo ella, Kirishima Hanami, tras él, tratando de juntar y sostener los pedazos que quedaban de su hijo menor. Ayudándole en lo que podía, sobre todo con la pequeña Hiyo, que crecía a cada minuto, junto a un padre destrozado que daba lo que no tenía por verla feliz, y que así no resintiera la falta de una madre. Porque a pesar de que ella trataba de alivianarle la carga, Zen se empeñaba en recordarle que ella no era la madre de Hiyori, sino su abuela, y que, si bien le agradecía infinitamente todo lo que hacía por ambos, ella no debía criar a la niña como una hija, sino malcriarla como lo que era, su nieta. Al menos le dejaba atenderlos y mantener la casa en la que vivían los dos solos, por empeño de Zen de ser una familia independiente de sus padres, como un hogar decente. Así que durante años se encargó de mantener limpio y ordenado el departamento que compartían padre e hija, y de enseñarle, con el tiempo, el manejo de este a la pequeña Hiyori, así como de cocinar para ellos, pues Zen era el más completo y peligroso de los inútiles en ese aspecto, cosa que siempre le reprochaba a su marido por la crianza que le había inculcado especialmente a él desde su más tierna infancia.

Ahora, desde hacía un tiempo, desde que su nieta había cumplido los diez años, ella se había relajado finalmente. Salían cada cierto tiempo junto a su amado esposo Kenshiro a pequeños viajes, de un par de días a una semana a cualquier lugar, a veces solos, como cuando eran jóvenes, y a veces con la asociación de vecinos, donde se divertían tanto como podían. Por eso, cuando precisamente en la asociación de vecinos le dijeron que darían un curso de acercamiento a las nuevas tecnologías para adultos mayores, no lo pensó dos veces, simplemente se apuntó en él. Y es que siempre, desde que comenzaron a salir de viaje, tenían el mismo problema, volvían con muchas historias, pero escasamente una que otra fotografía tomada por alguien más, porque ellos no sabían utilizar bien los artículos tecnológicos que tenían a mano. Así que tomó el curso, que era bastante práctico y muy demostrativo, y logró por fin dominar bien tanto la cámara fotográfica que contaba con funciones de grabación de video, y que incluso traía un pequeño micrófono inalámbrico para mejorar la grabación de sonido, que le había regalado su hija mayor en una de sus visitas, así como ese estúpido celular que la sacaba de quicio cada dos por tres, y que ahora al fin disfrutaba como se debía.

Estaba feliz y quería probar si realmente había aprendido bien todo lo que le habían enseñado en el curso, pero no se le ocurría cómo. No es que dudara de que el curso no hubiese sido tan completo, pero tenía que reconocer que a sus años ya las cosas no se le quedaban tan bien grabadas en la memoria como antes, así que quería probarse a sí misma más que nada.

De pronto se le cruzó una idea por la cabeza, pero no se sentía cómoda con ella, así que trató de desecharla durante varios días, hasta que finalmente la sopesó a conciencia; y es que era bastante descabellada e invasiva. Quería grabar una noche de su hijo, como una espía. Sólo dejar la cámara ahí, en automático, donde no la vieran, y filmar lo que pasara durante la cena. Más que nada porque le comía la curiosidad, la devoraba entera. Quería saber en qué estado se encontraba actualmente Zen, si no era la misma fachada que había llevado por años, y además, estaba esa otra situación.

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Continuará...

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