2ª Parte

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Anteriormente...

Quería saber en qué estado se encontraba actualmente Zen, si no era la misma fachada que había llevado por años, y además, estaba esa otra situación.

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Y es que si bien, con el tiempo, Zen había dejado atrás el dolor de perder a Sakura, no había hecho lo mismo con su recuerdo durante muchos años. Después de su pérdida, no se había dado una nueva oportunidad, ni buscado a nadie; y no por falta de prospectos, esas sobraban, se lanzaban sobre su guapísimo hijo para caer inexorablemente a sus pies, todas y cada una con la esperanza firme de quedar atrapadas entre sus brazos, pero no lo conseguían, incluso muchas se habían acercado a ella para conseguir alguna clase de oportunidad con Zen, cosa que tampoco funcionaba. Aunque había pasado alguna que otra relación corta, a ninguna la había llevado a casa, y mucho menos, presentársela a Hiyori. Todas y cada una de las mujeres que salieron con él no habían cruzado el umbral de esa puerta. Se notaba que ninguna de esas mujeres había logrado tocar el corazón de su hijo; y así él seguía solo, por años; había recuperado a fuerza de tener que mostrar siempre un buen semblante para su hija, esa alegría que lo caracterizaba y esa capacidad de reír y hacer reír a cualquiera a su alrededor. Pero ella notaba muy bien que no era una alegría completa.

Porque últimamente no era así, algo había cambiado, y aunque él pretendiera ser el mismo de siempre, no lo era; ella lo conocía demasiado bien. El último par de años, Zen tenía un nuevo brillo en los ojos, un fulgor que no le había visto en más de diez años. Desde que apareció él. Ella sabía que Zen era de hacer amigos fácilmente, pero no solía invitarlos a su casa, y mucho menos que estos se aparecieran solos por ahí, y menos aún que se quedaran solos con Hiyori. Pero él no sólo era visita frecuente en casa de Zen; al menos tres o cuatro veces a la semana se le encontraba en casa, ya sea llegando junto a su hijo después del trabajo, o pasando a recoger a Hiyori al colegio y quedándose toda la tarde con ella, ayudándole con las tareas del colegio y con la casa, hasta que llegaba Zen, y retirándose después de cenar; o más extraño aún, llegando solo, entrando con su propia llave, antes que los dueños de casa, encargándose del quehacer y de preparar de cenar para ellos, y muchas veces, sobre todo los fines de semana, quedándose a dormir. Hasta había traído a su mascota, ese gato negro y blanco, ya viejo, engreído pero tranquilo y vanidoso, que solía dormir con su nieta todas las noches, y al que hasta ella misma le había descubierto en más de una ocasión, mirarse al espejo de cuerpo entero del closet de la habitación de Zen por horas, mientras se acicalaba el pelaje, hasta quedar satisfecho con su apariencia.

Y no es que le cayera mal ni mucho menos, al contrario. Yokozawa Takafumi era del tipo de personas que a ella le agradaba particularmente. Un hombre serio, maduro y responsable, de carácter fuerte pero muy amable, tranquilo y servicial; le recordaba agradablemente a su esposo. En esos dos años que llevaba apareciéndose por casa de su hijo se lo había topado muchas veces, y había entablado con él innumerables pláticas. En más de una ocasión él le había terminado arrebatando de las manos, amable y sutilmente, la escoba, la aspiradora, la ropa para lavar y, sobre todo, la cocina. Y eso era algo que a ella le había conquistado de cierta manera, porque no solo cocinaba, sino que lo hacía bastante bien, incluso a veces mejor que su hijo Seitaro. Además, era bastante guapo, mucho. Tan alto como su hijo Zen, el más alto de los tres, con ese cabello negro con un extraño brillo azulado, que le recordaba el plumaje de un cuervo, y esa piel blanca aceitunada, de hombros anchos y contextura bien equilibrada, de postura elegante, en más de una ocasión se lo había encontrado con ropa sport, y le había agradado aún más que como lo veía casi siempre, aunque con esos trajes que usaba para trabajar no era como que se viera mal, pero verlo de jeans y camiseta era un festín para los ojos de cualquier mujer; y ella, aún a sus años, no tenía ninguna intención de revelar que en más de una ocasión, y disimuladamente, le había pegado unas buenas miradas al casi exuberante trasero de ese chico, que mirar no es pecado, y ella seguía siendo mujer. Pero lo que más le gustaba de él eran sus ojos; esos ojos de un azul tan oscuro como el cielo nocturno de verano, con esa mirada sincera, que apreciaba las cosas con una delicadeza casi impropia de un hombre, pero que podían mostrar con un solo parpadeo la peor de las furias y congelar a cualquiera como un mar tempestuoso. En ellos veía amabilidad y fuerza, le hacían sentir segura, confiada y casi protegida; por eso entendía en parte la gran confianza que tenía Zen con él, y sobre todo Hiyori, que tenía ese instinto heredado de su difunta madre de ver a través de las apariencias, y confiar siempre en las personas correctas. Era un chico muy agradable a final de cuentas. Y por eso le molestaba últimamente que ya no solo algunas mujeres se le acercaran para tener algún tipo de tentativa con su hijo, sino que ahora también preguntaban por ese serio amigo de él. No sabía por qué, pero no le agradaba que le consultaran por él, sentía algo que bien podía catalogarse como celos, pero no como si fueran celos de mujer por su pareja, sino como madre a la que le estuvieran preguntando por un yerno muy querido, y es que, si su única hija no estuviese casada con un buen hombre, ella habría hecho lo posible por emparejarla con ese muchacho, sin importarle los casi ocho años de diferencia entre ellos.

Eran esas ocasiones en las que Zen se le quedaba viendo fijamente a Yokozawa, con una mirada que bien podría traducirse como de deseo, hasta ponerlo incómodo, y el cómo éste se sonrojaba y trataba de ocultarlo; o las veces en que los descubría demasiado juntos, como si no hubiese más espacio que unos pocos centímetros entre los dos, y conversaban en susurros, o simplemente se miraban directo a los ojos, como si con solo hacer eso se pudieran decir todo. Además, estaban esas absurdas bromas de Zen de llamarlo "mi linda esposa" o "mamioso", y que le solía costar al menos un buen coscorrón o un codazo de parte del moreno; pero no eran las palabras de su hijo las que le hacían dudar, sino la forma en que las decía, como si hubiese un sentimiento más íntimo impregnando esa frase, como si realmente estuviera hablando de alguien muy amado por él.

Y estaban ese otro par de cosas, que le había acrecentado enormemente las dudas. Haciendo memoria, había contado al menos dos ocasiones en las que los vio discutir por causa de un tercero. Más bien, vio a su hijo enojado con Yokozawa por causa de alguien. Una tarde ella estaba con su nieta en la habitación de esta, ayudándola a terminar de ordenar su cuarto, cuando escuchó que ellos habían llegado; la había espantado el fuerte portazo que dieron, y que, además, Yokozawa se escuchaba alterado, preguntándole a Zen cual era la razón de su actitud, bueno, en ese tono habitual propio de él – "¡¡me puedes explicar ¿Qué demonios te pasa para arrastrarme de esta manera hasta acá?!! ¡¡Zen, contéstame!!" – "¡¡Iokawa!! ¡¡Esa es la mierda que me pasa!! ¡¡¿cómo se te ocurre irte a almorzar con... ¡mamá! Hola, no sabía que estabas aquí" - ella había salido en ese momento de la habitación, con el único fin de que Hiyori no los viera discutir, pero se notaba que Zen estaba muy molesto, mientras que Yokozawa hacía el amago de sobarse una muñeca como si le doliera. Luego de eso, ella les preguntó a que se debía el tono de la conversación que traían, pero Zen sólo le dijo que era algo del trabajo que debían discutir "ahora", todo eso mientras miraba fijamente a Yokozawa, quien solo asintió por lo bajo. En seguida de eso, y sin más explicaciones, Zen se lo llevó a su cuarto y cerró la puerta con seguro, y si bien siguieron discutiendo durante más de media hora, moderando el tono de sus voces para que no fueran escuchados desde fuera de la habitación, luego salieron como si nada, aunque se notaba que Yokozawa estaba triste, y Zen tenía cara de arrepentido. Luego de ese incidente, Yokozawa no había aparecido por casa de Zen en casi dos semanas, mientras que éste se intoxicaba en trabajo. Y así, al menos podía recordar fácilmente dos o tres ocasiones más en las que sucedió algo similar, pero no solo de Zen enojado con Yokozawa, sino también de éste enojado con Zen, y según lo que le había dicho Hiyori alguna que otra vez, se podían contar más de esas escaramuzas, que, vistas desde una mirada más lejana, pasarían perfectamente como escenas de celos; celos de pareja... celos de amantes. Y aunque trataba de auto convencerse de que eso no era posible, la verdad es que aún recordaba que a su hijo desde siempre no parecía importarle mucho si la persona que le gustaba en algún momento era hombre o mujer, simplemente le gustaba y se lo hacía saber.

Y había una última cosa que le había llamado poderosamente la atención. Ella conocía bien los horarios de su hijo y su nieta, por lo tanto, sabía que Zen durante esa semana salía relativamente temprano, pues ya había pasado el fin de ciclo, por eso le llamó la atención que él le pidiera si se podía quedar Hiyori la noche del miércoles en casa de ella, pues quería salir ese día con Yokozawa a celebrar algo. Para mala suerte de Zen, ella y su esposo habían sido invitados a una cena en casa de unos viejos amigos y ex compañeros de trabajo de él, pues celebraban años de casados, y como los habían invitado con un par de semanas de antelación, tuvo que negarse al pedido de su hijo, además de que era muy extraño y poco apropiado salir a beber entre semana, pues al día siguiente aún debían trabajar. Zen aun así le había insistido, casi hasta el cansancio, le rogó por todos los medios, le ofreció todo tipo de compensaciones, incluso trató de sugerirle si se podían llevar a Hiyo con ellos, pero eso sólo le valió un reto por parte de ella, pues hacer eso sería aún más inapropiado; tanta insistencia por tener ese día en específico para salir con alguien que prácticamente vivía con ellos y a quien veía todos los días le resultaba demasiado extraño. Así que, una vez de vuelta al presente, y ya reavivada su curiosidad hasta el máximo, decidió que simplemente, era bueno hacer la prueba de ver que tan bien había adquirido los conocimientos necesarios para ser una buena "investigadora privada"; bueno, de alguien había sacado Zen su carácter tan infantil; por lo que, sin más que pensar, buscó sus aparatos, los revisó de que tuvieran las baterías bien cargadas, repasó los conocimientos adquiridos en su libreta de notas, tomó las llaves de casa de su hijo, y partió.


Continuará...

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