6a Parte

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La había notado un tanto distraída en los últimos días; más que nada, la veía preocupada. Pero cuando quiso preguntarle, sólo le dio evasivas y terminó cambiándole el tema diciendo que sólo eran cosas de su imaginación. Pero él sabía que quien aportaba imaginación a su relación no era él, sino ella, y la conocía demasiado bien para estar seguro de que lo que le preocupaba era algo lo suficientemente grave como para quitarle la sonrisa y hacerla aislarse de los demás. Decidió no hacer más comentarios al respecto, y solo observarla un poco más. No por nada la había estado conociendo y amando por más de cuarenta años. Esto era serio. Luego una llamada de Zen le dio la dirección indicada. Él lo llamó un tanto preocupado porque su madre hacía días que no se comunicaba con él, y quería saber si estaba enferma o algo, pues la había llamado varias veces y no le contestaba; sólo le había contestado a Hiyori, y ella también notó algo raro en la voz de su abuela, además de que le cortó rápidamente. Atando cabos, se encontró con el camino correcto; se trataba de algo relacionado con su hijo menor. ¿Quizás sería... eso...? Tenía una vaga idea de lo que podría ser, pero no le agradaba mucho pensar que fuera real; deseaba que no fuera verdad. Pero era Zen, y eso hacía que cualquier idea por loca que fuera, pudiera ser posible. Él lo conocía bien, era su hijo después de todo, y se había pasado mucho más tiempo con él que con los otros dos. Desde hacía un tiempo lo había notado más alegre y vivaz, más coqueto y juguetón, y feliz; y sabía que la causa de ese cambio de ánimo tenía un nombre, pero no de mujer, sino uno de hombre. Quizás ella se había topado con algún tipo de información y no sabía cómo reaccionar.

Así que después de una llamada de su hija avisándoles que iría junto a su familia ese fin de semana a la ciudad por motivo del cumpleaños de su madre, y al darse cuenta que a ésta se le había olvidado por completo la fecha, cosa bastante extraña pues le encantaba celebrarlo y juntar así a toda la familia, y aprovechando que ella quiso ir sola al supermercado a comprar lo que necesitaría para organizar todo, tomó rumbo a su habitación y fue directo al único lugar donde sabía que ella solía ocultar las cosas que no quería que ni él ni Hiyo descubrieran, la puerta trampa sobre el closet. Le extrañó encontrar la cámara fotográfica en ese lugar; revisó un poco más y encontró las memorias, una de ellas rotulada como "Zen – copia". Así que de verdad era algo relacionado con Zen. Tomó la cámara y la memoria mencionada y las llevó al televisor; él también había participado de ese curso, y aunque le había costado un poco aprender tantas cosas nuevas, recordaba bien cómo manejar ese aparato y hacerlo funcionar. Una vez vio el video completo, no le quedó ninguna duda; su mujer tenía razón en estar preocupada. Y es que enterarse de todo eso no era fácil de digerir para nadie, por muy abierta de mente que fuera la persona.

Y él de cierta forma ya lo sabía. Conocía muy bien a Zen. Esto era muy importante para él. Al principio esperaba que solo fuera un buen amigo con el que congeniara demasiado bien, con el que compartiera muchos de sus excéntricos gustos, pero en la medida que hablaba con su nieta, se daba cuenta de que esa no era una amistad cualquiera, que Zen no sería amigo de alguien como él de buenas a primeras. Además, ese nombre le venía sonando desde hace bastante tiempo atrás. Haciendo memoria, el nombre de Yokozawa Takafumi se lo había escuchado a su hijo por primera vez varios años antes, cuando llegaba a buscar a Hiyori por las tardes, cuando Hanami-San se encargaba de irla a buscar al jardín de niños y se quedaban a cenar con ellos. Le solía preguntar a él, como viejo ejecutivo de ventas bancario, con muchos años de experiencia en atención de clientes difíciles, la mejor forma de abordar una personalidad tan severa y retraída. Le costaba creer que ese tipo del que le hablaba Zen, siendo vendedor al igual que él, fuera alguien tan difícil de tratar en el ámbito personal, según lo que le solía contar su hijo; y más cuando, cada cierto tiempo, Zen le llegaba con la noticia de algún nuevo convenio ganado o un nuevo record de ventas impuesto por ese tipo. Y el que Zen, que era un tipo amistoso y de carácter liviano, mostrara tal interés en alguien así, era un tanto preocupante; parecía estar demasiado pendiente de ese tipo Yokozawa. Porque a Zen le gustaba la gente inteligente y un poco sarcástica pero fácil de tratar cuando era para hacer amigos. Pero su corazón solo reaccionaba con gente de carácter fuerte y temperamento rudo. Eso le había quedado claro la primera vez que Zen llevó a Sakura a casa de ellos, para presentarla como su novia; esa chica bajita y menuda, si bien era muy tranquila, cuando se trataba de Zen y sus chiquilladas podía rugir bastante fuerte, tanto que lograba hacer que ese loco hijo suyo se comportara como adulto por más de quince minutos corridos, aunque en un ambiente más íntimo era muy amable y sencilla. Yokozawa tenía, según palabras de su nieta, un temperamento muy similar al de Sakura, incluso en la manera de explotar ante las tonterías de Zen, y también era atento y sencillo en la intimidad, según palabras de su propia esposa. Y el cambio que experimentó Zen desde que Yokozawa comenzó a frecuentar su casa era lo que confirmaba sus sospechas; ellos eran más que simples amigos, eran algo mucho más grande y profundo que eso. Y debería estar enojado y asqueado por eso, tenía todas las razones para estarlo; pero extrañamente no. Después de haber visto a su hijo sufrir de la manera que lo hizo tras morir Sakura, él como padre, sólo esperaba porque alguien lograra quitar ese velo de tristeza que opacaba su sonrisa. Claro que le hubiese gustado más que fuera una mujer la que lo hiciera; pero a estas alturas, quizá solo un hombre podría tener la fortaleza necesaria para cargar con ese peso, y le alegraba que al fin lo hubiera encontrado. Si su hijo era feliz, aunque fuera al lado de otro hombre, entonces él, como padre, sería feliz también.

Apagó el televisor y desconectó la cámara. Ahora entendía el actuar tan extraño de su mujer en los últimos días. El enterarse de todo esto sin duda debió haberla choqueado; también entendía el por qué había estado evadiendo a Zen; él no sólo era inteligente; sí, había heredado el carácter lúdico de su madre, pero también tenía la perspicacia de su padre, y él entendía que si ella no se atrevía a enfrentar a su hijo, era porque éste podría notar fácilmente que le ocultaba algo, y no pararía de molestarla haciendo preguntas cada vez más extrañas y específicas, y ella no lograría mantener la calma y terminaría escupiéndolo todo.

Dejó las cosas sobre la mesita de centro, fue a la cocina por un refresco, y se sentó a esperar a que regresara su esposa. Tendría que hablar seriamente con ella, y quizás aprovecharía para gastarle alguna broma sutil. Después de todo, se notaba que ella se había dado un buen trabajo en recoger ese material, lo que le daba a él la oportunidad de mosquearla un poco. Pero más que nada, quería tranquilizarla, quería decirle que él estaba allí, con ella; que, a pesar de las decisiones de su hijo, él seguiría amándolo porque simplemente era su hijo, y que ella no debía temer que lo rechazaría o lo avergonzaría, porque eso no iba a suceder, no en esta vida. Quería hablar con ella acerca de sus dudas y sus miedos respecto al tema, ya se hacía una idea de sus temores, pero quería conversarlo con ella.

Para cuando Kirishima Hanami regresó a su hogar, cargada de cosas para celebrar su cumpleaños, Kenshiro-San iba por su tercer refresco; y cuando se encontró con la cámara y la memoria sobre la mesita y a su esposo viéndola con una mirada particularmente seria, supo que tendría que dar muchas explicaciones; y más que nada tendría que, finalmente, decidir si apoyaría o no a su hijo en esta nueva etapa de su vida.


Continuará...


Perdón por actualizar tan tarde, se me pasaron los días volando, pero aquí está lo prometido, y gracias a todas las personas que se han dado el tiempo de leer.

Saludos a todos.

Di-San.

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