7a Parte

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Finalmente había llegado el día viernes; esa noche, si todo salía bien, llegarían a casa de los señores Kirishima la hija mayor de ambos junto a sus hijos desde Kioto; el esposo de ésta aún tenía algunos casos pendientes y llegaría el sábado después del mediodía. Zen igual aparecería el sábado en la tarde, pues a mediodía tendría un evento de firma de autógrafos en Books Marimo con el otro tanque de guerra de Japun, Onosuke-Sensei, autor de Game on Kyo, y se quedaría trabajando en eso junto a Yokozawa desde el viernes después del trabajo para "ultimar detalles", para después pasar la noche en casa de él, pues quedaba más cerca de Marimo, y a quien la señora Kirishima también había invitado a celebrar su cumpleaños, cosa que a Yokozawa y a Zen los dejó con más de una duda, pero igual no pudo negarse, luego de que Hanami-San le insistiera en que ya llevaban conociéndose tanto tiempo que él también era casi como de la familia, cosa que los dejó a ambos perplejos, por lo que Yokozawa finalmente aceptó. Hiyori estaría todo el fin de semana en casa de los abuelos, aunque luego de que supo que su Onii-chan también estaba invitado, estaba completamente extasiada, y se le ocurrió que le prepararían un pastel de cumpleaños juntos en la propia casa de la abuela, y como siempre, Yokozawa no se pudo negar. El segundo hijo de los señores Kirishima también llegaría junto a su familia durante la tarde del sábado, después de cerrar el restaurant, y no atenderían el día domingo por obvias razones.

La idea era siempre la misma y la habían replicado por años: juntarse toda la familia y pasar el fin de semana completo juntos, o por lo menos, desde el sábado en la tarde hasta el domingo por la noche. Solo que este año tendría un "evento especial", del que ninguno estaba enterado, y para eso, luego de calcular la hora en que terminaría el evento en Marimo, Kenshiro-San llamó a Zen para hacerle un encargo especial, algo que lo demoraría al menos un par de horas más, calculando que la pareja llegaría al final pasadas las seis de la tarde, dándole a él y a su esposa el tiempo suficiente para hablar con el resto de la familia.

Para cuando Zen y Takafumi finalmente llegaron a casa de los señores Kirishima, eran casi las siete de la tarde. El encargo de última hora de su padre había que irlo a buscar a un lugar bastante alejado de Books Marimo, además de estar ubicado bien a trasmano, por lo que se tardaron más de lo que habían presupuestado en un inicio. Cuando cruzaron la puerta de entrada, Yokozawa se quedó estático, tenía un mal presentimiento; por alguna razón desconocida, algo en su interior le decía que huyera, pero Zen, al darse cuenta de esto y preguntarle qué le ocurría y recibir tal respuesta, simplemente lo agarró de la muñeca y lo arrastró dentro. Al ingresar a la sala, Zen también tuvo el mismo presentimiento; pero ya no había vuelta atrás, y allí juntos, hombro con hombro al lado de Takafumi, y mirando las caras de sus familiares, supo que algo estaba muy mal; al poner más atención, escucharon sus voces, pero ellos no estaban hablando; en seguida se dieron cuenta que era la televisión, y al mirarla, se encontraron con la imagen de ambos abrazados y melosos, en una conversación que ellos tuvieron días antes; alguien la había grabado y los había expuesto, las caras de sus parientes eran demasiado serias, y lo peor es que no veían a Hiyori. Esto pintaba realmente mal.

Quería llorar, quería salir corriendo, quería volar a su departamento y encerrarse bajo siete llaves allí, pero al darse vuelta, vio que Seitaro y Shinichi-San, el marido de Risako, les bloqueaban la salida; se sentía mareado y con ganas de vomitar, y sentía que sus piernas no podrían seguir sosteniéndolo más tiempo, pues las sentía como si se estuviesen derritiendo; pero de pronto, al escuchar la voz de su amante llamar su nombre con un tono extraño y sentir como la mano que sostenía su muñeca perdía el calor, decidió simplemente no pensar y dejar que su instinto de protección manejara su cuerpo, justo a tiempo para sostener el de su amante antes de que cayera al suelo, pues Zen se había desmayado.

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Un fuerte olor y un molesto golpeteo en su mejilla lo terminaron despertando. Sentía el cuerpo frío y acalambrado, los párpados le pesaban y no los quería levantar, el mareo que tenía le daba ganas de vomitar. Sólo la grave y susurrante voz de su amado llamando su nombre era lo único agradable de todo. Por un segundo creyó estar despertando en el departamento de Takafumi como casi todos los sábados por la mañana, después de una intensa noche de amor, entre las sábanas revueltas y con su amado pidiéndole suavemente que se levante para desayunar; claro, dos minutos antes de, como era su costumbre, terminar de perder la paciencia y estrellarle una almohada en la cabeza al grito de ¡levántate, idiota! Pero en cuanto abrió los ojos supo que no era más que una ilusión; sí, Takafumi estaba a su lado llamándolo, pero tenía una expresión triste, asustada y desesperada a partes iguales; se veía más pálido de lo usual. Y no era la única persona presente. Con dificultad logró sentarse, ayudado por Yokozawa; no se atrevía a levantar la mirada, sabía que todos le estaban viendo, y, sobre todo, sabía que no era el momento de hacer el payaso, lo que le hacía sentir peor, por completo inútil, porque no tenía el control de la situación, y más que nada, se sentía incapaz de proteger a su amado. Lo único que hizo fue tomar la mano temblorosa de Takafumi, y aunque éste forcejeó un poco, no la soltó. Sentía que si lo soltaba lo perdería y no quería hacerlo, así que la apretó fuertemente, y cuando sintió que ese apretón era correspondido, supo que haría lo que fuera por mantenerlo a su lado.

Todo por ese video. Los minutos que siguieron después de despertar Zen pasaron tan lentos y pesados que cada tic tac del reloj en la pared lo sentían como una piedra cayendo sobre sus cabezas. No se atrevían a levantar las miradas. Lo único que hacían era sentir la calidez de sus manos entrelazadas que sutilmente ocultaron entre la cercanía de sus cuerpos, más que nada por la costumbre de tener que esconder lo que sentían el uno por el otro frente a los demás. Zen aún estaba mareado, pero más que nada, tenía unas impotentes ganas de llorar, mientras que Takafumi a duras penas sostenía las lágrimas en sus ojos, y temblaba como si de un momento a otro se fuera a quebrar como un cristal. Las personas a su alrededor se acomodaron en sus lugares, algunos en las sillas, otros en los sofás, los más jóvenes en el suelo; todos con las miradas fijas en ellos. Había llegado la hora.


Continuará...

Aviso:

En el próximo capítulo se viene el famoso video... ¡muajajajaja!

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