El sonido del timbre me despertó de mis horrorosas pesadillas una vez más. Me levanté de la cama mientras mi brazo se estiraba para tomar mi sudadera y acomodarla en el lugar correcto, metí mis pies en los tenis negros y corrí escaleras abajo para averiguar quién podría ser, pero era obvio quién.
– Mathias – junté mis labios y esbocé una sonrisa.
– Hola, damita – se acercó y plantó un beso delicado en mis labios. Lo tomé del cuello y lo besé todavía más. Se apartó un poco de mi rostro y acarició mi mejilla. – Te traje éstas – sacó unas flores que se escondían tras su espalda y las puso en medio de nuestros cuerpos.
– ¡Son preciosas! Gracias – me di vuelta y lo tomé de la mano para que entrara conmigo a la casa. Cerró la puerta detrás de nosotros.
Dejé las flores en una mesita y me volví para jalar a Mathias hacia mí y apretar mis labios contra los suyos, juntándolos en un misterioso pero sabroso beso. Él siguió con el beso y me apretó contra él demostrándome que seré suya, no importa lo que piensen los demás. Movió su mano por mi espalda hasta encontrar mi trasero, lo acarició de una manera que no me incomodó sino me gustó, subió de nuevo su mano y sonrió delicadamente aún sobre mis labios.
– ¿No te molesta que haga eso? – me preguntó tierno.
– Para nada.
Regresó a mis labios para morderlos y aplastarlos con los suyos. Lo abracé por el cuello y él me abrazó por la espalda. Me tomó un poco de tiempo acostumbrarme a sentir un cuerpo que no fuera el de Agustín, pero al final terminé queriendo quitarle la ropa a Mathias y llevarlo a mi cama. Cuando menos me lo esperé, detuvo el beso para acurrucarse conmigo en el sofá. Me acariciaba el cabello mientras yo sobaba su abdomen por encima de la playera de algodón que llevaba puesta. Subí la mirada para contemplar sus ojos verdes, esos ojos que desde el principio me habían hipnotizado.
– Eres realmente perfecto – solté.
Era la verdad. Este hombre era pura perfección andante; cabello castaño, ojos verdes, cuerpo escultural, piel bronceada, alto y siempre con buen aroma.
– Tú eres más que eso – susurró en mi oído. Sonreí y oculté mi pequeño cuerpo junto al suyo. – ¿Tienes frío? – me preguntó.
– Un poco.
– Podemos ir a mi apartamento. Es pequeño, pero tiene chimenea.
– ¿De verdad?
– Sí. Podemos beber chocolate caliente, acostarnos en la cama y besarnos todo lo que queda del día. Puedes quedarte si quieres – me ofreció. Asomé mi rostro por el gorro de mi sudadera y besé su mentón. Bajó su rostro y plantó un beso en mis labios, de esos ricos y cálidos.
– Bueno, solo déjame ir a hablarle a mi mamá y decirle que me quedaré en casa de una amiga, ¿sí?
Asintió. Me levanté del sofá y justo en cuanto mis nalgas se despegaron de éste, Mathias soltó su mano en ellas con una nalgada. Hice un pequeño mohín del cual se rio y corrí escaleras arriba para empacar mis cosas y avisarle a mi madre. Ya en mi cuarto, tomé el móvil y marqué el número del hospital donde trabajaba mi madre.
– Hospital Grace.
– Con la señora Kopelioff por favor.
– La estoy comunicando.
La cancioncita del hospital comenzó a sonar hasta que la dulce voz de mi madre la interrumpió.
– ¿En qué puedo ayudarle?
– Mamá, Angie me invitó a quedarme a dormir a su casa, ¿puedo?
– ¿Ya le avisaste a tu padre? – me preguntó de manera amenazante.
– No va a contestarme...
– Está bien, pero nada de tomar ¿entendido? – me advirtió.
– Sabes que no tomo madre. Te amo, nos vemos mañana.
Colgué y le marqué a Angie.
– ¿Angie? – pregunté en cuanto contestaron.
– ¿Sí, diga?
– Soy Carolina, oye, Robert me invitó a quedarme con él esta noche. Le he dicho que sí, pero fuiste mi engaño con mamá, ¿no hay problema?
– No, para nada. Karol está en casa conmigo, entre las dos no jugaremos a tu madre si es necesario.
– ¡¿Karol está contigo?! – grité emocionada.
Karol había dejado la ciudad hace mucho, y que estuviera aquí era una gran sorpresa. El grupo de chiquillas populares lo formábamos Angie, Valentina, Karol, Chiarra y yo. Valentina, Angie y yo fuimos las únicas que nos quedamos en la escuela. Chiarra se embarazó y Karol dejó la ciudad, pero prometió volver.
– ¡Sí! Tía me has dejado sorda – se quejó.
– Lo siento.
– Bueno, ve si puedes pasarte por aquí mañana. Te tenemos noticias. Ahora tengo que irme, papá quiere que lo acompañe a la tienda.
– Bueno, cuídate. Nos vemos.
Colgó. Acomodé el teléfono en su lugar y empecé a empacar para regresar con Mathias e irnos. Mi celular comenzó a sonar. Contesté.
– Diga.
– Señorita Kopelioff.
Su voz era única y reconocible aunque estuviera en una fiesta. Esa voz ronca y gruesa era perfecta, hacía que mis piernas flaquearan y mi estómago retumbara. Oh Dios mío.
– Profesor – musité.
– ¿Cómo estás?
– Bien, muchas gracias. ¿Usted?
– No puedo quejarme – aclaró su garganta y siguió hablando. - Carolina, ¿seguirás con las clases? – me preguntó. Noté un poco de intriga en su voz, pero la verdad era que no sabía si ahora que podía tener una relación, podría mantener sexo con Justin.
– Tengo una idea. ¿Podemos vernos mañana? A las cinco te veo en el parque que está a una hora de mi casa. Te veo en las bancas amarillas – colgué y corrí escaleras abajo para encontrarme con el apuesto de mi maestro admirando una fotografía de mí en el baile de navidad. – Listo – anuncié. Mathias se dio vuelta para verme al ras de las escaleras y regalarme una enorme sonrisa.
– Te ves preciosa en ésa foto.
– Bueno, el maquillaje ayudó un poco.
Hice una mueca y recordé que esa vez fue al día siguiente de perder mi virginidad con Agustín.
– ¿Puedo quedármela? – me preguntó cómo niño pequeño. Solté una risita.
– Sí, como quieras.
Tomó la foto y agarró mi mochila. Se la colgó en el hombro y me tomó de la mano mientras yo abrazaba su brazo y caminábamos hasta la puerta.
Cuando salimos de mi casa, Mathias manejó fuera de los suburbios hasta la ciudad. Llegamos al edificio donde estaba su departamento y no tuvo dificultad en besarme, abrazarme y tomarme de la mano mientras estábamos en el ascensor. Se detuvo en el piso seis, donde no se detuvo ni siquiera un instante para dejarme respirar mientras nos besábamos apasionadamente.
– Buenas... – dijo la voz de un hombre.
Mathias se separó un poco de mí para ver de quién se trataba.
– Oh, hola Andrew. Te presento a Carolina, mi novia.
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Sex Instructor.-HOT-[AGUSLINA]•[ADAPTADA]
Fanfiction- Primera regla - empezó a decir. - No puedes contarle a nadie que doy clases. Si una mujer se topa con ese letrero es porque el destino la llama, no por otras cosas. Dos, no sabrás nada de mí; a qué me dedico y qué hago fuera de aquí. Tres, nada de...