Narra Carolina.
Valentina tomó el labial rojo y lo embarró delicadamente en mis labios.
– ¡Te vez preciosa! – exclamó mientras me sonreía tiernamente.
– Gracias. Pero tú hiciste todo el trabajo.
– Pero la belleza es tuya, yo solo le di un toque especial.
Moví la cabeza y me le quedé viendo a Valentina. Alzo la mirada y vio a su novio.
– ¿Tú que me ves? – lo enfrentó llevándose una mano a la cintura y ladeando la cabeza.
– Estás preciosa.
– ¡Amor! – soltó un chillido.
Se acercó a él y se empezaron a besar.
– Bueno, tengo que irme.
– Oh, si quieres te llevamos – me ofreció Valentina.
– ¿No les importaría?
– ¡Bah! Para nada – dijo Michael mientras tomaba a Valentina de la mano y se acercaban a mí.
– Vámonos – dijo Valentina.
Subimos al auto de Michael, un mustang viejísimo. Su abuelo se lo había heredado cuando cumplió dieciocho y obtuvo su permiso para conducir. Salimos de los suburbios, del feo lugar donde vivía. Tomó una curva y de inmediato nos encontramos con la carretera para ir a la ciudad. Pasamos la caseta y después vinieron los enormes edificios, ahí donde mi papá me había llevado hace unos años. Me asomé por la ventana y a unas tres calles vi el hotel. "Hotel Maryland" leí en silencio.
– Bueno, llegamos chiquita – dijo mi amiga mientras su cabeza se asomaba por la ventanilla.
– Bueno – suspiré.
Abrí la puerta y bajé lentamente. Valentina me chifló a lo lejos.
– ¡Todos los detalles! – gritó antes de que Michael arrancara y se fueran por completo.
Me di vuelta y vi el lujoso hotel. Me acerqué y un botones abrió la puerta de la entrada justo cuando me vio.
– Buenas noches – dijo mientras bajaba un poco su sombrero y me regalaba una sonrisa.
Le devolví la sonrisa y me metí al hotel. Había gente vestida con trajes, mujeres con vestidos hermosos, niñas con brazaletes de diamantes y niños con peinados formales. Fui hasta una pequeña salita, nadie estaba ocupando los sillones así que tomé asiento. Jalé el vestido para que me cubriera al menos las rodillas, pero solo logre arrugarlo.
– Señorita, se ve realmente bien.
Cerré los ojos y dibujé una sonrisa en mis labios mientras sentía su aliento contra mi piel. Me puse de pie. Me di vuelta y miré sus ojos miel, su peinado perfecto, su esmoquin y la pequeña rosa que se acomodaba en el bolsillo de su saco. Tenía las manos en los bolsillos y una sonrisa de oreja a oreja. Dios mío, era perfecto.
– Profesor – dije con un tono casi poético.
– Señorita Kopelioff.
Ladeó la cabeza y sacó un puro de sus bolsillos. Lo mordisqueó entre sus labios y volvió a sacarlo.
– La verdad es que nunca me ha gustado esta porquería.
Reí.
– Pienso que es una forma de malgastar la vida.
– Oh, pero nada como un cigarro y una cerveza cuando no se tiene compañía.
– Nunca lo he intentado.
– Por eso llegué a su vida, señorita Kopelioff, porque quiero enseñarle los placeres de la vida.
Alzó sus brazos y junto con ellos se alzó el saco. Reí un poco cuando hizo un gesto de hombre codicioso y avaricioso.
– ¿Empezamos la clase? – me preguntó mientras me ofrecía su brazo.
– Empecemos.
Subimos unos pisos y nos metimos en la habitación que Agustín había rentado para esa clase. Estaba oscuro, pero aun así Agustín no prendió la luz.
– De verdad tengo que decirte lo bien que te queda ese vestido.
– No es lo que esperabas, ¿cierto?
Sabía que él esperaba que me pusiera otro vestido. Ese dorado y escotado vestido que me había visto.
– ¿De qué hablas? – dijo un poco nervioso.
– Sabes de qué hablo.
Le guiñé un ojo y lo jalé de la corbata. Besé sus labios ferozmente mientras él bajaba su mano hasta mi trasero por encima del vestido y empezaba a sobarlo y pellizcarlo. Su lengua pidió permiso para entrar en mi boca y juguetear con mi cavidad bucal.
– Haz aprendido a besar mejor – dijo aún sobre mis labios.
– Tú me enseñaste.
Volví a besarlo. Me levantó en sus brazos haciendo que mis piernas rodearan su cintura. Sus manos seguían en mi trasero. Me dejó caer sobre la cama y se quitó el saco y la corbata. Rodeé sus piernas y lo jalé hacia mí. Lo acosté sobre mí y empecé a desabrochar su camisa mientras él bajaba el cierre de mi vestido. Le quité la camisa completamente y lo puse debajo de mí ágilmente. Seguí besando sus labios. Bajé a su cuello y después a sus pectorales hasta su abdomen. Justo antes de que llegara a su parte, me jaló y me quitó el vestido por completo. No traía sostén así que sonrió. Me puso debajo de él de nuevo y empezó a besar mis pezones delicadamente. Bajó hasta mi abdomen y empezó a juguetear con la orilla de mis bragas hasta jalar de ellas y tirarlas al otro lado de la habitación. Abrió mis piernas con sus manos y bajó su cabeza entre ellas. Lamió y succionó de mi feminidad, excitándome cada vez más.
Cuando terminó con su trabajo ahí abajo, se quitó lo que le sobraba de ropa y colocó un condón en su erección.
– Ponte boca abajo – me ordenó.
Así lo hice. Puso sus manos en mis nalgas y se inclinó sobre estas. Movió su erección entre ellas hasta encontrar mi entrada. Sacó y metió su miembro hasta que empecé a gritar.
– Ponte de lado – me ordenó.
Me acosté de lado y él me siguió, poniéndose en la misma posición. Me abrazó por detrás y entrelazó mi mano con su mano. No podía ver su rostro. Metió su miembro en mí y lo empezó a mover en círculos. Se sentía realmente bien. Mi feminidad apretaba su miembro de una manera realmente excitante, haciendo que el paso de su parte fuera más lento y más duro.
– Ah, Agustín – gemí.
Besó mi cuello e hizo los movimientos más rápidos.
– Voy a tener un orgasmo – jadeé.
Su miembro fue más al fondo de mí. Gemí y grité cuando de repente sentí una oleada de calor invadirme completamente. Él siguió con su ritmo y salió. Se quitó el condón.
– Adelante – dijo mientras se levantaba de la cama y se ponía frente a un sofá. Caminé sensualmente hacía él.
Acaricié su muslo y besé su abdomen. Me hinqué frente a su erección y empecé a moverlo entre mis manos. Estaba duro y caliente. Lo metí en mi boca y saboreé la punta. Lo saqué y lo metí de mi boca mientras Agustín gemía y acariciaba mi cabello.
– Oh, Carolina... me voy a venir – jadeó. Hice los movimientos más rápidos hasta que de repente soltó su semen en mi cara. – Ah, ¿dónde aprendiste eso? – dijo con voz entrecortada.
– Bueno, no lo sé. Sacas a la fiera que llevo dentro.
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Sex Instructor.-HOT-[AGUSLINA]•[ADAPTADA]
Fanfic- Primera regla - empezó a decir. - No puedes contarle a nadie que doy clases. Si una mujer se topa con ese letrero es porque el destino la llama, no por otras cosas. Dos, no sabrás nada de mí; a qué me dedico y qué hago fuera de aquí. Tres, nada de...