No había planeado subirlo hoy c:
pero bue..•••
Mathias y yo hicimos el amor, no puedo decir que tuvimos sexo porque no fue así; Mathias me hizo el amor. Lo hizo con cuidado, delicadamente, cuidando que las embestidas fueran lentas y suaves para no lastimarme, que sus agarres fueran limpios y delicados para no lastimarme, me hizo sentir muy bien. Nos quedamos dormidos, yo acurrucada en su pecho y él abrazando mi cuerpo. Estaba como bebé, me sentí como nueva.
– ¿Mathias? – susurré.
– Dime – susurró también.
– Me has hecho sentir realmente bien – admití.
– Tú también. Nunca había sentido lo que sentí contigo, de verdad. Tu cuerpo es como un laberinto: no se sabe qué esperar de él.
Sonreí. Cerré mis ojos y caí en la inconciencia.
En la tarde del día siguiente quedé de verme con Mathias de nuevo por la noche para ver un par de películas. Me llevó a casa para que mi madre no sospechara nada. Antes de llegar a casa y me había duchado y me había arreglado para ver a Agustín. Eran las cuatro. Horario perfecto para largarme al parque.
Tomé un taxi y le pedí que me llevara al parque, cerca de la plaza central de los suburbios. Llegué y le pagué. Miré mi celular, el reloj marcaba las 5:03.
"Llegas tres minutos tarde. Agustín", leí el mensaje de Agustín. Miré a mí alrededor en busca de Bernasconi. Corrí a las bancas amarillas y lo vi a lo lejos. Llevaba puestos unos jeans y un abrigo negro que cubría la gran parte de su cuerpo. Su cabello estaba alborotado gracias al frío viento que golpeaba la ciudad y sus gafas negras estaban puestas en el lugar correcto.
Lo disfruté así, solitario, discreto, dulce. Así me gustaba más. No lo conocía, pero haría todo lo que fuera por hacerlo, por saber todo de él, por saber a qué se dedica o por qué imparte clases de sexo. Tomé una bocanada de aire y seguí caminando, no aparte mí mirada de él. Cuando llegué intenté hacer el mínimo ruido.
– Si llegaste. Pensé que no vendrías.
– ¿Qué? ¿Acaso tienes ojos en la espalda? – dije en voz baja.
– Es difícil no verte. Tienes ese tipo de presencia que es difícil de ignorar.
– ¿Desde dónde me viste?
– Desde que bajaste del taxi.
Me senté a un lado de él. La tela de su abrigo se posó encima de mi muslo mientras más me acercaba.
– Bueno, habla – me invitó.
Tragué saliva. Su mano salió de su bolsillo y sacó la mía de la chamarra. Acarició mis dedos con la yema de los suyos y me miró a los ojos, esperando alguna oración o algo que pudiera decir.
– Estoy saliendo con alguien – solté.
Agustín me soltó los dedos y dio un suspiro.
– Me alegra – aceptó naturalmente. – Te lo mereces. Haz aguantado muchísimas ofensas.
Enarcó la ceja y asintió con la cabeza. Miré hacia el otro lado, me era imposible decirle lo que quería decirle viendo sus ojos miel. Pestañeé un par de veces y regresé la mirada al hombre alto y guapo que estaba a lado mío.
– No puedo seguir teniendo sexo contigo mientras estoy con él.
Abrió los ojos como platos y sus labios se apretaron haciendo una mueca de disgusto, de asco. Metió de nuevo su mano al abrigo y su cuerpo se tensó junto con el mío.
– ¿Fue decisión tuya?
¿Acaso estaba dudando? Nunca le diría a mi novio que tuve mi primera vez con alguien que ni siquiera conozco, solo sé su nombre y a duras penas sé de donde viene.
– No puedo engañarlo. Eres un total desconocido para mí y...
– ¿Eso es? ¿Quieres saber cosas de mí? Adelante, pregunta lo que quieras – me interrumpió.
Se acomodó de una manera excitante; abriendo las piernas con la cabeza ladeada hacia el lado derecho.
– Ni siquiera sé por qué te enojas. Fuiste tú quién hizo las reglas.
– Vamos, pregunta lo que quieras.
Pestañeé y empecé con las preguntas.
– ¿Qué edad tienes? ¿En qué trabajas? ¿De dónde vienes? ¿Dónde vives? ¿Cuál es tu pasado? ¿Por qué das clases de este tipo?
– Tengo 25 años. Soy empresario. Vengo de Canadá. Vivo en la ciudad de Philadelphia, a unas dos horas de aquí. Estoy seguro de que tendremos mucho más tiempo para que te cuente todo mi pasado y por qué me dedico a esto, pero te apuesto a que si decides que te siga enseñando, tu novio no podrá dejarte jamás.
Apreté mis labios contra los suyos, el beso fue delicado y excitante, hacía que una descarga eléctrica recorriera todo mi cuerpo queriendo todavía más. Agustín me tomó de la cintura y me pegó a él, me sentó en sus piernas quién sabe cómo y lamió mis labios recorriendo con su lengua la carnosa piel de éstos. Me separé un poco tomé su rostro entre mis manos, pegué mi nariz contra la suya e intenté respirar regularmente, aunque con solo sentir los músculos de sus piernas me hacía tener problemas para respirar. Lo miré a los ojos, a esos miel y profundos ojos y bese de nuevo sus labios.
– ¿Entonces?
Lo pensé unos segundos. Quería a Mathias, lo había deseado desde que entró a dar clases, me gustó desde el momento en que me vio con sus preciosos ojos verdes y me gustó desde la primera vez que lo hicimos. Pero éste hombre era necio, no se daría por vencido aunque le dijera que no, aunque le dijera todo lo que le dijera, y en otra parte Agustín también me gusta, me fascina su cuerpo, sus labios, sus músculos, sus tatuajes y sus ojos, me gusta la forma en que me hace sentir cuando me lleva a la cama.
– Está bien. Lo intentaremos un tiempo.
Sonrió de oreja a oreja y me apretó contra su cuerpo. Acarició mi trasero con una de sus manos y susurró en mi oído.
– Te daré una clase más gratis.
– Me has dado tres clases gratis, Agustín.
Rodeé su cuello con mis brazos y me alejé un poco de su rostro.
– Desde tu primera vez, siento que cobrarte me haría parecer un prostituto, y eso no me agrada para nada.
Hizo un mohín con los labios y yo le sonreí.
– Entonces no me cobres y en cambio te daré sorpresas cada "clase".
– Bueno, esa es una muy buena oferta, señorita Kopelioff.
– Fue un placer hacer negocios con usted señor Bernasconi.
Me levanté de sus piernas y me di media vuelta para irme. Me tomó de la mano aún sentado y me jaló delicadamente.
– Hey, ¿a dónde vas? – preguntó con gesto confundido.
– Tengo novio y quedé de verlo en treinta minutos.
Rodeé los ojos y le sonreí. Me solté de su agarre y caminé. Escuché cómo se levantó y casi me sigue.
– ¿Te veo a las nueve en tu casa? – exclamó.
– Está bien, profesor.
Sonreí de oreja a oreja.
(51r"a
ESTÁS LEYENDO
Sex Instructor.-HOT-[AGUSLINA]•[ADAPTADA]
Fanfiction- Primera regla - empezó a decir. - No puedes contarle a nadie que doy clases. Si una mujer se topa con ese letrero es porque el destino la llama, no por otras cosas. Dos, no sabrás nada de mí; a qué me dedico y qué hago fuera de aquí. Tres, nada de...