Solté otro gemido encima de sus labios, de esos carnosos y deliciosos labios. Agustín rio suavemente y empezó a hacer los movimientos más y más lentos. Me di vuelta y volví a morder sus labios mientras él empezaba a sacar su mano y yo a desabrochar la bragueta de su pantalón.
– Me gusta el sexo de reconciliación.
– Me encantaría experimentarlo.
Metí mi mano para tocar su masculinidad y acariciarla de arriba abajo mientras admiraba sus gestos retorcidos.
– Te has hecho mejor en esto del sexo – admitió mientras enarcaba la ceja.
– Se necesita de un buen profesor para aprender este tipo de cosas – dije sobre su rostro.
Me sonrió pícaramente y apartó mi mano su miembro. Me besó y empezó a tocar mis senos por encima de la sudadera; la desabrochó y los pellizcó causándome una sensación de placer inmensa. Cerré mis ojos y me dejé llevar por las caricias de Agustín, que me llevaban a experimentar cosas nuevas.
– Extrañaba tocar tus senos. Los tienes hermosos – susurró. – La verdad es que extraño mucho estar dentro de ti, se me ha hecho como una adicción a tu cuerpo, es como si fueras mi propia marca de heroína.
– ¿Por qué me extrañas tanto después de un día? – pregunté interesada mientras me empezaba a desnudar frente a él.
– Tu entrada está ajustadita, tus senos redonditos y firmes, tu abdomen es el mejor abdomen que haya visto en toda mi vida, tus piernas están duritas y tienes una belleza sobrenatural. Si no fuera por mis reglas, me gustarías mucho físicamente – soltó.
– Yo no te extraño – admití. – No puedo extrañar a alguien que no conozco, que no tengo nada que ver con él y menos que no confío.
– Auch, eso dolió – dijo mientras arrugaba el entrecejo y me sonreía de lado. – Lo bueno es que ninguno de los dos necesitamos del otro para nada, solo para sentirnos bien un ratito.
– A veces me siento muy zorra contigo.
– ¿Por qué lo dices, chiquita? – preguntó mientras me ayudaba a quitarme el sostén.
– A veces me dan ganas de decir cosas tan vulgares como lo haría una de tus clientas, o de hacer cosas sucias contigo – me rasqué la cabeza.
Mis senos quedaron desnudos y Agustín, una vez más, los admiró.
– Anda, di cosas vulgares – me invitó.
– No, no quiero ser una más de tu lista.
Empecé a quitar mis braguitas dando brinquitos.
– Créeme que nunca serías una más de mi lista. Eres diferente a todas.
Eso me interesaba. Agustín estaba diciendo que era diferente a todas, igual y eso era algo bueno.
– De verdad me gustaría tener otra plática, pero quiero cogerte de una vez por todas, señorita Kopelioff.
– Otro día será.
– Otro día entonces.
Me recosté en la cama. Agustín empezó a sacarse toda la ropa y de inmediato se puso sobre mí, pero esta vez lo hizo de la manera dura, sin pensarlo metió toda su polla dentro de mí haciéndome soltar un grito del tamaño del mundo. Una lágrima se salió de sus órbitas.
¡Carajo Carolina! ¿Por qué sigues haciendo esto? La respuesta es tan sencilla como disfrutar sexo del queridísimo Agustín: estoy empezando a sentir cosas por él. Y lo peor es que no hice nada para evitar lo que viene, sí, lo que viene.
Tomó un respiro después de tantas embestidas brutales, de tantos golpes de placer dentro de mí. Cambiamos de posición unas tres veces. Cuando yo estuve encima de él, moviendo mis caderas en círculos para satisfacernos a los dos, sentí como un líquido dentro de mí. No le hice caso, no me importaba a decir verdad, no sabía lo que estaba pasando hasta que de repente sentí más.
– Carolina me vengo – jadeó Agustín mientras yo seguía moviéndome encima de él.
Me detuve bruscamente y me recargué en su pecho, miré sus ojos miel y vi una mirada de tristeza pero también de dulzura en ellos. ¿Qué escondía? Sabía que escondía algo, algo que no quería compartir con nadie, pero que estaba ansioso por hacerlo.
– Espera un poco – le dije mientras aumentaba la velocidad.
Sentí como yo también me venía encima de él, pero en lugar de eso, me separó de su erección y me puso boca arriba debajo de él. Bajó hasta mi feminidad y empezó a lamerla deliciosamente, de esa manera que solo él podía. Da arriba abajo y de adentro hacia afuera. Mi respiración se aceleraba cada vez más al igual que mis latidos.
Una vez más, una descarga eléctrica recorrió todo mi cuerpo, haciéndome retorcer de placer y justo en el medio de la acción, Agustín decidió volver a entrar en mí, haciendo sus embestidas duras y rápidas mientras soltaba gritos de placer. Se vino junto conmigo, pero no pude detenerlo, detener la sensación de que algo estaba mal, y así era.
– ¡Maldita sea Carolina! – gritó Agustín. – Estás demasiado caliente – dijo mientras echaba su cabeza para atrás y seguía con las embestidas.
– ¡Oh, Agustín! – grité al mismo tiempo.
Giré mi cabeza y pude alcanzar a escuchar un ruido extraño. Hice caso omiso y solo pretendí no haber escuchado nada. Lo admiré de nuevo, frente a mí, desnudo, haciéndome sentir bien una vez más. Acaricié su miembro y le sonreí amablemente. Se echó para adelante encima de mi cuerpo y escondió su rostro en mi cabello. Acaricié su nuca y absorbí el rico olor de su piel con mi nariz. Disfruté el momento, hasta que algo y alguien lo interrumpieron.
– ¡¿Qué diablos?!
Agustín y yo éramos ajenos a esa voz. Giramos la cabeza hacia la puerta, donde el cuerpo bajito y rellenito de una señora de edad se remarcaba en el margen de la puerta.
– ¡¿Qué hacen ustedes aquí?!
Me removí debajo del cuerpo de Agustín y corrí a alcanzar la camisa que llevaba puesta para cubrirme. La señora de cabello blanco y de edad avanzada se quejó en silencio y le dio una mirada amenazadora a Agustín que se mantuvo desnudo sobre la cama sin importarle nada.
– Disculpe señora, creímos que no había nadie. Soy amiga de Alan.
– Bueno, no me incumbe – dijo ignorando mis palabras. – Usted, joven, tendrá muchos problemas, ella apenas es una chiquilla.
Y era verdad, era una completa inmadura enamorada de un profesor de literatura y resentida con uno de sexología.
•••
Maratón
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Sex Instructor.-HOT-[AGUSLINA]•[ADAPTADA]
Fanfiction- Primera regla - empezó a decir. - No puedes contarle a nadie que doy clases. Si una mujer se topa con ese letrero es porque el destino la llama, no por otras cosas. Dos, no sabrás nada de mí; a qué me dedico y qué hago fuera de aquí. Tres, nada de...