Capítulo 41

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Como cualquier otro día, me desperté entre muchas sábanas, solo algo cambió: Agustín dormía a un lado de mí, recargado en mi hombro, su labio inferior hacía una especie de puchero que me daba muchísima ternura, su cabello estaba todo revuelto y su rostro era más que perfecto en ese instante, en todos los instantes. Era la primera vez que veía a Agustín dormir y no quería que fuera la última. Saqué mi brazo de entre el desastre de sábanas y con mi mano froté mis ojos para quitar todas las lagañas que se formaban en los lagrimales de mis ojos.

Moví mi cuerpo para quedar en posición fetal intentando no despertar a Agustín. Recargué mi brazo en la cama y mi cabeza se hizo espacio en mi mano. Seguí admirando a Agustín hasta que un sentimiento involuntario me hizo querer besarlo, devorarlo en ese instante. Me acerqué lentamente a su rostro y planté un beso suave y lento en sus labios, que no respondían a mi beso, pero aun así se sentía como subir a la novena nube.

– Hmm… – soltaron los labios de Agustín aún cerrados. – Sabes delicioso.

Me asomé a su rostro y vi una sonrisa dibujada en sus labios. Aún tenía los ojos cerrados. 

Volví a besar sus labios pero ésta vez respondió a mis necesidades. Su mano acarició mi hombro. Se removió para quedar en la misma posición que yo y acariciar mi torso sobre las sábanas que cubrían mi cuerpo aún desnudo. Me besó durante unos cinco minutos tan deliciosamente que no quería separarme de sus labios jamás.

– ¿Quieres desayunar? – preguntó aún sobre mis labios. Maldije por dentro ya que no quería separarme de sus labios.

– Amm… – vacilé.

– No quieres. Bien, quedémonos aquí un rato más.

Grité interiormente.

El brazo de Agustín pasó por detrás de mí para abrazarme y pegarme a su cuerpo, pude sentir la necesidad de seguir besándolo. Me recargué en su regazo y cerré los ojos. 

– No quiero regresar a Filadelfia, me retracto a regresar allá. Quiero vivir en otro lugar, contigo, para siempre.

– Pero necesitas a tu familia, a tus amigos, a todos los que hacen que tu vida tenga sentido…

– Solo tú le das sentido a mi vida, Agustín – admití sin cuidado.

– No, no digas eso. Tu madre y tu padre te dieron la vida, es gracias a ellos que puedes estar aquí y ahora conmigo… Valentina, ella también me ayudó en su momento a espiarte y poder estar contigo. No puedes irte de Filadelfia conmigo cuando a duras penas sabes quién en realidad soy. Y poco a poco lo sabrás, claro, pero no puedo hacer que vivas con un extraño para siempre y dejes a las personas a las que más les importas en éste mundo – dijo tan sereno que por poco caigo dormida, pero presté atención a todo lo que dijo.

– Hablando de familia… – susurré después de un momento largo de silencio. – Conocí a Eunice, y me dijo ciertas cosas que probablemente no tenía que saber, pero que entiendo que estés enojado y todo eso, pero como me lo acabas de decir, son los únicos que al final del día estarán contigo siempre… - solté poco a poco. Su mandíbula se tensó. 

– ¿Qué te dijo exactamente? – dijo con tono seco.

– Solo me dijo lo que pasó con tus padres… 

– ¿Te dijo algo sobre…? – lo interrumpí.

– Me dijo lo suficiente para conocerte un poco, no puedes culparla a ella, hice que me dijera a través de engaños.

– No es eso, Agustín. 

– ¿Entonces? 

– Es el hecho de que tengo miedo de que por ese tipo de situaciones creas que soy un tipo psicópata que le encantan las niñas y tener sexo, nunca lo tomé así, simplemente las mujeres venían a mí como abejas a la miel y no me molestaba…

– Ni te molesta – solté sin pensar.

Observé el rostro tenso de Agustín y como se transformó a un gesto burlón.

– ¿Acaso estás celosa? – preguntó con tono burlón mientras enarcaba una de sus cejas.

– ¿Celosa? ¿Yo? – dije casi ofendida. Solté un bufido y rodeé los ojos. 

– Hey, apenas llevamos un día juntos y ya me haces shows, princesa – dijo mientras me abrazaba y plantaba besos en mis mejillas.

– Quiero desayunar – dije soltándome de su agarre.

– No, ahora no te saldrás con la tuya.

Me puso justo debajo de él mientras intentaba zafarme de su agarre. Grité varias veces para que me soltara pero no funcionó. De repente su mano hizo una imitación de una pistola y apuntó hacía mí. Sus dedos caminaron hacía mis costillas y sus manos empezaron a darme una tremenda oleada de cosquillas por todos lados. 

Mi cuerpo se retorcía debajo del suyo mientras me reía tan duro que ya no sentía mis cachetes.

– ¡No! ¡Cosquillas no! – dije entre risas.

– ¡Admite que estas celosa! – exclamó aun haciéndome cosquillas.

– ¡Prefiero comer monos!

– Ah, conque sí.

De repente su boca se juntó con la mía en un beso caliente y húmedo. Una de sus manos juntó las mías por encima de mi cabeza y no dejó que las moviera. Desocupó una de sus manos y con ella empezó a bajar dentro de las sábanas entre mis senos y mi abdomen hasta llegar a mi pelvis.

Sus labios se detuvieron en la curva de mi cuello y empezaron a succionar mi piel.

– Di que estás celosa…

– No… no, no estoy celosa – dije entre jadeos.

– ¿Segura? – sentí su mano bajar todavía más hasta llegar a mi punto más débil. – Di que estás celosa y no tardaré nada en enseñarte un verdadero orgasmo con solo introducir un dedo dentro de ti, amor.

Apreté mis labios. El calor en mi cuerpo iba en aumento y de verdad quería sentir ese orgasmo, pero no quería darle el gusto y darme por vencida.

– No lo haré – dije con algo de dolor en la voz.

– Uhm, qué lástima – dijo mientras su boca bajaba hasta mis pechos y empezaba a succionarlos con su lengua como una bestia.

Su mano no hizo ningún otro movimiento ahí debajo hasta que uno de sus dedos empezó a deslizarse muy despacio dentro de mí, pero no lo metió todo.

– ¿Se siente bien? – dijo su aterciopelada voz.

Oh, claro que sí.

– No diré nada.

– Vamos, nena, lo único que tienes que hacer es decir que estás celosa y podré hacerte mía una vez más.

¡Estoy celosísima! Hazme tuya de nuevo.

– No estoy celosa.

De repente, su mano salió de mí y tomó su falo con ésta, se pegó más a mí y la punta de su longitud empezó a entrar en mí, pero hasta ahí la dejó…

– Vamos, ésta bestia puede estar dentro de ti en menos de tres segundos, solo tienes que admitir que…

Apreté mis labios, casi los mordí. Una gota de sudor cayó sobre mi nariz y todo mi cuerpo pedía ser follado por el cuerpo de Agustín. Era como una droga.

– ¡Ah! Estoy totalmente celosa… ¡Ya! Mételo…

– Esa es mi chica.

Sus labios clavaron un beso en los míos. Cuando creí que íbamos a tener sexo de nuevo, se le ocurrió a un estúpido tocar a la puerta de la casa e interrumpir todo el momento mágico que Agustín iba a darme. 



Sex Instructor.-HOT-[AGUSLINA]•[ADAPTADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora