Cuando me di cuenta que Agustín había dejado la habitación, más bien, lo obligué a salirse de la habitación, noté la necesidad que tenía de tocarlo, de escuchar su voz, de sentir sus dulces y gruesos labios sobre los míos, de sentir su cuerpo sobre el mío... ¡Dios! Lo amaba, y despertaba tantas cosas en mí que no era posible estar sin él ni un segundo. Limpié las lágrimas que habían salido de mis ojos después de la pelea que habíamos tenido y di un respingo cuando Robert se apareció frente a mi rostro.
– ¿Acaso quieres que muera de un infarto? – exclamé después del susto que me dio.
– No, eso no.
Reímos un poco y después su dedo índice apartó un mechón de cabello de mi rostro poniéndolo justo detrás de mi oreja. Una lágrima salió de su órbita. Él la notó y rápidamente la limpió con la yema de su dedo pulgar. Trazó una línea suave en mi mejilla y me sonrió gentilmente.
– Aquí estoy. Siempre tuyo.
Me abalancé cuidadosamente sobre él y me solté a llorar como niña de 3 años. Su mano acariciaba mi espalda mientras mis pulmones dejaban salir tantos sollozos como gemidos. Tomé una bocanada de aire y dejé que las últimas lágrimas salieran lentamente.
– ¿Por qué, Mathias? – pregunté aunado a un suspiro casi interminable.
– ¿Por qué, qué?
– ¿Por qué yo y no otra chica? ¿Por qué ese hombre me vio como una presa y no a otra? ¿Por qué?
Nos quedamos un momento en silencio, sin auricular palabra ni sonido.
– No pienses así. Hay chicas que las han matado de una violación y creo que deberías agradecer porque no fuiste una de ellas, porque Cody llegó deprisa a ti, porque pudiste ser salvada mientras que para otras ya era muy tarde – me miró fijamente a los ojos. – Pero no hablemos más de eso.
Tragué saliva.
– Agustín vino – solté.
Mathias esperó a que siguiera hablando.
– Me engañó, ¿sabes? Se revolcó con otra mujer mientras estaba en Sídney y, y me dolió – admití.
– ¿Qué le dijiste?
Una lágrima salió nuevamente invadiendo mi mejilla.
– Le dije que se fuera – susurré con la voz quebrada. – Ni siquiera dejé que me explicara – sollocé. – Debiste ver su cara… nunca lo había visto así, jamás, y me siento terrible por eso.
– Hiciste lo que tu corazón te dictó, ¿no es así? – preguntó mientras acariciaba mi mano.
– No, hice lo que mi enojó me dictó.
Era cierto. Si yo hubiera tomado las decisiones y no mi enojo, le hubiera dado oportunidad a Agustín de explicarme lo que había pasado.
– Tienes tiempo de resolver esto, nada está perdido para siempre – me dijo.
Lo puse justo frente a mi rostro. Miré sus labios que me invitaban a besarlos, que me tentaban a lamerlos tan despacio y morderlos. Mis manos viajaron hasta su rostro, tomándolo entre ellas y acercándolo más a mí. Una de sus manos alcanzó mi torso y lo acarició lentamente.
– Carolina...
– Solo… bésame, ¿quieres? – le pedí.
Se acercó más a mi rostro hasta que pude sentir sus labios rozar los míos. Se separó e hizo una mueca. Volvió a acercarse a mí y atrapó mis labios entre los suyos mientras me abrazaba por el torso y pegaba su cuerpo al mío. Le dio una pausa a nuestro beso para respirar y volvió a envolverme en esos suaves labios de él. Lamió mi labio inferior y yo mordí el suyo. La velocidad del beso de repente incrementó mientras el sonido de la máquina que registraba los latidos de mi corazón lo hacía también.
Mathias se rio por lo bajo y me miró divertido.
– Creo que aun enciendo cosas en ti, dulzura – dijo con voz seductora. Se acercó a la máquina y bajó el volumen. – Es reconfortante escuchar tu corazón.
Intenté recuperar mi respiración cuando de repente Joselyn entró por la puerta e hizo que ambos, Mathias y yo, nos separáramos de prisa.
– Buenos días, Carolina. ¿Cómo te sientes el día de hoy? – preguntó amable.
– Físicamente me siento bien, pero emocionalmente, no mucho – admití mientras bajaba la mirada.
– Bueno, llamé al departamento de psicología y estarán contentos de atenderte cuando te demos de alta.
Me sonrió y se acercó a todas las bolsas llenas de líquidos que estaban colgadas en un tubo a un lado de mí. Todas ellas daban a la manguera que entraba por mi piel y me abastecía de medicinas. Las revisó y me miró.
– ¿Te duele la cabeza?
– No tanto como ayer.
Asintió con la cabeza y anotó algunas cosas en una libretita que llevaba en las manos.
– Joselyn – susurré tímida. Ella puso su atención en mí haciendo a un lado la libretita. - ¿Pudiste contactar a mis padres? – le pregunté insegura.
Me miró con compasión y luego me tomó de la mano. Negó con la cabeza y acarició un mechó de cabello que estaba fuera del vendaje.
– No te apresures. Ellos te aman.
– Gracias, Joselyn.
Mis ojos se humedecieron pero no dejé que ni una sola lágrima saliera de mis ojos.
– Bueno, autorizaré tu salida para el viernes. Me enteré que es tu graduación así que quiero que aguantes solo dos días más para salir y divertirte un poco, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza delicadamente, no quería volver a gritar por el dolor.
– En un rato vendrán algunas enfermeras para auxiliarte en tu ducha.
Sentí como el color subió a mis mejillas, me daba pena saber que alguien más tendría que ayudarme a ducharme. Cuando Joselyn salió de la habitación Mathias se acercó a mí cautelosamente y me dio un beso rápido en los labios.
– Lo lamento – dijo avergonzado.
Le sonreí tiernamente y besé la comisura de sus labios. La confusión había regresado de nuevo. No puedes amar a dos personas, simplemente no puedes.
– ¿Puedes ir a traerme un vaso de agua? – le pedí mientras lo empujaba gentilmente lejos de mí.
– Claro – volvió a sonreírme y besó mi vendaje en la cabeza.
Salió rápidamente. Cuando lo perdí totalmente de vista, tomé mi celular de la mesita de noche y noté que tenía más de 15 llamadas perdidas de mis amigas y más de 50 mensajes de ellas preguntando por mí. Nadie de ellas sabía, pero era hora de enfrentar mi realidad.
“Hospital Notre Dame. Habitación 608. Las amo”
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Sex Instructor.-HOT-[AGUSLINA]•[ADAPTADA]
Fanfiction- Primera regla - empezó a decir. - No puedes contarle a nadie que doy clases. Si una mujer se topa con ese letrero es porque el destino la llama, no por otras cosas. Dos, no sabrás nada de mí; a qué me dedico y qué hago fuera de aquí. Tres, nada de...