Estábamos inmersos en nuestra pasión que no importaba si alguien nos miraba teniendo sexo, porque no estábamos teniendo sexo, era algo más que eso. Con solo saber que estaba debajo de Agustín Bernasconi a punto de tener su parte más íntima dentro de mí, me provocaba una sensación de éxtasis.
Mi mano se enterró en la arena, apretándola tan fuerte que nada quedaba sobrando. Sentía más excitación que nunca. Sentía el sudor caliente de Agustín caer justo sobre mis senos y mezclarse con el mío. Dios mío, era perfecto.
– Agustín… – susurré.
– No, no hables – me calló. – Solo déjame hacerte mía, tan suave y diferente que no me reconocerás. Por favor, lo necesito.
Solté un suspiró y jalé su rostro para pegarlo al mío. Besé sus labios tan despacio que dolía. Sus labios acorralaron los míos. Abrió su boca y su lengua viajó dentro de mi boca para jugar con mi cavidad bucal.
– Te quiero – dije antes de que metiera su miembro dentro de mí.
– Yo más – contestó. Hubo un brillo en sus ojos que me dieron ganas de llorar.
Sonrió y sentí como su polla se deslizaba dentro de mí lentamente. Apreté su antebrazo y mi boca viajó a su hombro para besarlo y morderlo levemente. Tomé un suspiro y sentí cómo salía de mí lentamente y luego volvía entrar tan lento como la primera vez. Empezó a acariciar mis caderas con la yema de sus dedos, y su respiración tocaba la piel de mi rostro de una manera exquisita.
Volvió a entrar y a salir con el mismo ritmo mientras soltaba quejidos que me hacían estremecer. Cerré mis ojos y llevé mi mano a su nuca, lo abracé y sentí como su miembro se ponía duro y caliente dentro de mí. La arena se mezclaba entre nuestros cuerpos dando una sensación de éxtasis al mío.
– Vamos adentro – dijo Agustín aún dentro de mí.
Lo miré con duda. No sabía de qué estaba hablando. Cuando levanté la mirada pude ver una casa. Le sonreí. Me levantó en sus brazos mientras con mis piernas yo rodeaba su cintura y lo abrazaba por el cuello. Me besó apresuradamente y chocamos contra una especie de pared. Agustín jaló suavemente de mi cabello y besó mi cuello. Abrió una puerta y me depositó en el suelo mientras me besaba suavemente. Caminó conmigo de espaldas y me recostó en un sofá. Empezó a lamer mis senos uno por uno y después empezó a bajar hasta mi pelvis. Se sentía realmente bien, empezó a lamer mi entrepierna y después uno de sus dedos se deslizó por mi sexo, entrando y saliendo de mí. Se sentía realmente bien. Encorvé mi espalda y empecé a estremecerme. Solté un gemido mientras su lengua empezaba a lamer mi entrada hasta que le pedí que entrara en mí de nuevo. Se puso encima de mí y me besó delicadamente. Abrí mi boca mientras sentía como su miembro volvía a meterse en mí.
Era algo completamente placentero, doloroso pero suave, de una manera tan exquisita que lo demás no importaba más, no tenía más miedo de nada, por primera vez en días, Mathias no había cruzado mi mente y pude besar a Agustín sin culpabilidad, porque sabía que no había hecho nada malo.
– Te deseo Carolina - soltó Agustín dentro de mí.
Cerré los ojos y sentí como su muslo chocaba contra mi pierna y cómo sus manos se recargaban a mis costados mientras mis manos se aferraban a su espalda, a su moldeada y perfecta espalda. Me escudé en su hombro y empecé a gemir tanto que sentía que mi garganta no daba para más.
Agustín se detuvo y examinó mi rostro para asegurarse de que estaba bien.
– Estoy bien, estoy bien – susurré tocando su nuca sudorosa.
Me sonrió dulcemente y besó mis labios suave y lento. Salió de mí y me invitó a cambiar de posición. Ahora yo estaba encima de él. Puse sus manos en mis caderas y me puse justo encima de su miembro, pero sin tenerlo aún dentro de mí. Moví mi trasero circularmente y al fin lo tuve dentro de mí. Con esto, saqué un suspiro ahogado, todo era diferente en esa posición. Agustín empezó a acariciar mi vientre con la yema de sus dedos, pude darme cuenta que mi piel se erizaba y quedaba un rastro de frío por donde sus dedos habían pasado.
– Eres hermosa.
Lamió sus labios y me miró de una manera que jamás imaginé. Abrí mi boca para decir algo, pero solo pude hacer que mis ojos se entrecerraran y mis labios volvieran a juntarse para dibujar una sonrisa. Puse mi mano en su abdomen y empecé a moverme de arriba hacia abajo esperando pronto hacer que mis líquidos se apoderaran de su sexo. Cuando al fin lo tuve, mi cuerpo tembló y el de Agustín también, nos habíamos vuelto a unir a la hora del éxtasis. Me dejé caer sobre su regazo y salió lentamente de mí.
– ¿Quieres que vayamos al cuarto de arriba? Hay mucho espacio para los dos.
– Por el momento estoy bien – dije aun recuperando el aliento.
Lo abracé y él también me abrazó por la espalda. Me pegué a él y respiré su delicioso aroma mientras él acariciaba mi cabello. Cerré mis ojos y empecé a escuchar su corazón latiendo rápidamente pero yendo en picada.
– Suena realmente bien – dije casi en un susurro.
– ¿Qué?
– Tu corazón.
– ¿Ah sí? – preguntó algo sorprendido.
– Agustín… - dije mientras me despegaba un poco de él y buscaba sus ojos miel.
– Dime.
– ¿Quién era la chica de las fotos en realidad? Nunca me contaste la historia. No quiero obligarte a contármela, solo quiero que sepas que, como tu novia, me gustaría ayudarte en lo que pudiera…
– Hoy disfruta de esto, del aroma a vainilla que se impregna en el aire y el calor veraneo que se mete por tus poros, disfruta de la noche de verano que acabamos de tener, de que te hice el amor y no simplemente tuve sexo contigo, porque te quiero, y fui sincero en cada movimiento, disfruta de ésta noche, mañana ya será otro día.
– Lo que pasa es que no quiero que esto acabe jamás – admití dolorosamente.
– Entonces no dejes que acabe jamás.
Sonrió y besó mi cabeza.
– Te quiero Carolina, ahora durmamos, no quiero que termines con unas ojeras del tamaño del mundo por mi culpa – dijo con un tono gracioso.
– Te quiero más…
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Sex Instructor.-HOT-[AGUSLINA]•[ADAPTADA]
Fanfiction- Primera regla - empezó a decir. - No puedes contarle a nadie que doy clases. Si una mujer se topa con ese letrero es porque el destino la llama, no por otras cosas. Dos, no sabrás nada de mí; a qué me dedico y qué hago fuera de aquí. Tres, nada de...