Capítulo 9: Negro anaranjado.

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            Capítulo 9: Negro anaranjado.

Desde hace más de doscientos años que se investigan ―aunque hay conspiradores que sostienen que hace mucho más― a los Keres y parece increíble que no se sepa prácticamente nada sobre ellos. Su anatomía sigue siendo un misterio que nadie ha podido descifrar: su piel, tan viva como su cuerpo, parece calmarse cuando mueren. Por supuesto, se desconoce el porqué del movimiento de la piel y el porqué de su color ―aunque varios expertos afirman que es por la enfermedad que transmiten. Pero el mayor enigma de todos es el que deja atónito a cualquier mente pensante a la cual le dé por divagar sobre ello: ¿Cómo se mueven por el espacio? Hacia el año 2189 se creó la hipótesis de que los Keres de mayor rango ―como lo fue el famoso Misna― tenían el poder de otorgar el movimiento a Keres de menor rango para, permitirles así, viajar por el espacio, pero, el día que el comandante Vogel destruyo a Misna, varias naves de su flota fueron abordadas por Keres de rangos uno y dos, los cuales viajan por el espacio ―de una forma totalmente caótica― los cuales finalmente llegaron hasta las naves Adbed y Tonro, la hipótesis se destrozó. ¿Acaso todos los Keres tienen la habilidad de moverse libremente por el espacio? ¿Cómo?

Calvin Kaiser, La anatomía desconocida.

El campo de batalla era una locura de un color negro anaranjado. Las estrellas quedaban oscurecidas por los destellantes plasmas que lanzaban las naves de combate cada pocos segundos y los constantes disparos de los cientos de drones que sobrevolaban, haciendo maniobras imposibles para una nave de aquellas envergaduras. El negro espacial imperaba sobre el anaranjado que destellaban las naves. Y abajo, a miles de kilómetros, un planeta marrón rojizo que observaba la batalla con temor colosal.

Las naves huían de los centenares de Keres que se echaban sobre ellos, ayudados por sus propios drones: las bestias volaban por el espacio directas a las naves donde se estrellaban y comenzaban a arañarla, a destrozarla a golpes hasta que un dron ―piloteado por un soldado de la misma nave―, pasaba por allí y hacia limpieza o hasta que otro Ker se estrellaba contra este y continuaba con la misión del aplastado. Los drones estaban tan ocupados defendiéndose que apenas encontraban hueco para atacar mientras que las naves, en sí, disparaban, cada pocos segundos, cañones gigantes con la potencia de fuego necesaria para destruir un edificio entero destinados a Tiavos. Sin embargo, al Ker parecía no importarle porque recibía los impactos directamente y solo hacía que avanzar implacablemente hacia Meabut.

Tiavos era una fuerza imparable. Parecía lanzar, de alguna forma, a los Keres que les rodeaba hacia las naves de la confederación mientras atacaba con sus brazos tentaculares. Una de las naves de combate se cruzó con uno de sus tentáculos y lo arrastró sin dejar ni rostro detrás del brazo: cuando su tentáculo tocó a la nave, su velocidad pareció disminuir considerablemente y poco a poco, la nave fue desapareciendo en su brazo dejando únicamente detrás polvo negro. Parecía que cualquier intento de fuerza violenta hacia Tiavos pareciese, cuanto menos, inútil. Únicamente se podía pelear contra los Keres más pequeños. Renata tuvo la oportunidad de ver a Keres de rango dos y tres.

La diferencia entre los Keres eran tu tamaño: los de rango dos eran cinco veces más grandes que los de rango uno. Los de rango tres eran mucho más grandes y se notaban entre la multitud. Comenzaban a perder la antropología humana: si con los Ker de rango uno y dos podías distinguir, aún brazos, piernas y cabeza, a partir del rango tres se volvía cada vez más difuso. Engordaban, como si se quisiesen transformar en una bola negra: sus brazos se volvían más delgados, más largos, sus piernas desaparecían. Renata nunca había visto un Ker de rango cuatro, pero Tiavos era tan grande como una Rionbi y no encontraba ningún rastro humano. Simplemente dos, a veces tres, tentáculos que se movían aleatoriamente, o no. Los Keres de rango tres tenían el tamaño de un edificio de dos plantas. Pero todos ellos tenían la piel igual: negro carbón y en constante movimiento. Se parecía a un diagrama, un espectro de sonido, como si hubiese algo bajo su piel en con vida, una criatura que buscaba escapar de aquella piel muerta. Punzante, violento, brutal. Y aquella piel reflejaba la luz anaranjada que salía de los cañones de las naves. Era un espectáculo grotesco.

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