Capítulo 5: Meabut. Parte 1.

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Capítulo 5: Meabut. Parte 1

La nave sobrevolaba a cinco mil metros de distancia del cielo grisáceo que se cernía sobre Rionbi. La ciudad había sido cercada por kilómetros de escudos de energía cinética y plásmidos en un muro de energía que se levantaba cientos de metros. El espacio aéreo estaba totalmente controlado y todas las naves que quisiesen aterrizar debían de pasar un estricto control que llevaba por lo menos cinco minutos.

La ciudad estaba sumida en el caos: la gente se tomaba la defensa por su propia mano y obraba su justicia. El ejército ―escaso y mal armado―, defendía las calles y los organismos de mayor importancia. La mayoría de los ciudadanos se refugiaba en sus casas, temerosos de que, en cualquier momento, algún loco armado pudiese entrar en su casa. Muchos edificios ya habían sido saqueados, explotados y destruidos en su completa totalidad. Los servicios de emergencia estaban desbordados y la mayoría de ellos sufrían ataques cada dos por tres de vándalos que se tomaban el estado excepcional como un juego. Por suerte, los hangares estaban bien protegidos.

Hacía días que Paulo no veía a Renata. Desde luego, no se había tomado la noticia con tranquilidad. Ahora ya no importaba nada, la había llevado a tierra sana y salva, era amabilidad más que suficiente.

― Alice, informa de que aterrizaremos en breves ―dijo Paulo, comiéndose una barrita energética distraído, observando el hangar desde las pantallas.

― La doctora es consciente de ello. Está esperando en su habitación.

― Perfecto ―dijo él.

Esperaba no volver a tener que verla. El mismo día que le dijo que la dejaría allí, lo único que escucho fue el eco de los gritos de la doctora, descontrolada.

― Se nos ha asignado la plataforma C-12.

― ¿En serio? ―dijo Paulo, sorprendido―. De normal, las once primeras letras se reservan a los importantes ―dijo él, distraído―. Pero ahora que lo pienso mejor, me parece del todo normal. La mitad de los peces gordos se habrán marchado hace días.

La nave avanzó hasta colocarse en un enorme rectángulo con un «C-12» pintado en el suelo, de blanco y, automáticamente, se dejó caer con lentitud sobre la plataforma. Paulo echó un último vistazo a su mochila, revisando que tuviese todo y salió del puente justo para toparse con Renata, la cual le esperaba en la misma puerta del puente. Paulo no llegó a pasar del umbral de la puerta. Ella le miraba con los ojos muy abiertos, hasta con el ceño ligeramente fruncido. Se preparó para una última tanda de gritos.

― Muchas gracias por salvarme en la Pronor. Encima de mi cama te he dejado una tarjeta, lo cual debería de cubrir el pago por la comida y el rescate. No es mucho, pero por favor, acéptalo. Adiós ―dijo ella, dándose la vuelta. Sin embargo, cuando pareció que no iba a volver a verla nunca más, se volteó de nuevo―. Sea lo que sea que te haya pasado, deberías de dejar de huir y afrentarlo ―dijo, en voz baja.

Paulo apenas podía creerlo. Observó, con los ojos abiertos de par en par como Renata se marchaba. Miró al suelo durante un segundo, pensando en lo que había sucedido y sin darle más importancia, le siguió el paso para salir de la nave. Sacó del bolsillo un pequeño auricular y se lo puso, asegurándose de que entraba entero en su oreja.

― ¿Alice? ¿Me escuchas? ―dijo Paulo, una vez hubo salido de la nave.

― Alto y claro ―respondió ella, mientras se cerraban las compuertas.

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