Capítulo 11: El vacío. Parte 3.
Una sombra amanecía.
Una luz ensombrecía.
Y todo se convertía en polvo.
Y en el fin de todas las cosas, Renata encontró a Bode, bailando en la negra oscuridad con la más blanca de las luces. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Cuánto tiempo llevaba Renata allí? Por lo menos, cuarenta años. Había visto toda una vida pasar hasta llegar justo a ese momento. Un momento parado en el tiempo, un eterno instante que duró un suspiro. Estaban en el centro del remolino, en el agujero, en el inicio... o el final.
Su cuerpo no respondía: no podía moverse, ni gritar, ni siquiera pensar con claridad. Todo estaba borroso y a la vez tan claro como el agua cristalina. Todo lo que se movía estaba quieto y todo lo quieto era tan vertiginoso... En unos momentos, la mente de Renata ya daba vueltas; no se quería imaginar cómo estaría la de Bode. ¿Cuánto llevaba observándolo, en la distancia? Un segundo que duro años.
Todo daba vueltas, como si hubiese bebido litros y litros de vino. Pero el beso era lo único que parecía ver con total claridad: era lo único que estaba quieto de verdad, lo único que no se movía ni parecía borroso. Era una luz al final del túnel. Una lejana estrella solitaria en un cielo oscuro. El segundo que estuvo observando el beso podría contarse en décadas. Tal vez el tiempo se hubiese detenido. Tal vez todo hubiese acabado. ¿Qué importaba ya todo? La luz atraía su mirada, era imposible no fijar la mirada en el amor que destilaban.
Sí. Debían de luchar. Por todo lo bueno que ofrecía la vida. Porqué, tal vez un día, Bode le diese un beso así a ella y ambos se fundiesen en un abrazo eterno. Los parpados se le cerraban. No podía aguantarlo más. Sentía una presencia...
«Yo soy la muerte»
― ¡Renata! ―Bode estaba a dos metros de ella, estirando un brazo para alcanzarla. Dos metros que parecían una decena de kilómetros.
Sus ojos se cerraban, de nuevo. No podía respirar bien. No podía moverse. No podía luchar.
«Yo soy la muerte»
― ¡Lucha, Renata! ¡Lucha! ―le gritaba Bode. Parecía estar tan lejos... No estaba asustado. Pero ella sí.
― Vete... ―susurró. Un susurro que no llegó a sus oídos. Unas palabras que se llevó el vacío, inexorable.
Todo se venía abajo.
Ahí estaba el insecto.
Ahí.
Ahí.
Ahí.
Ahí.
Su mensaje le será entregado.
Escapó.
Escapó.
Pero yo soy el mensajero.
Y no escapará.
Porqué está ahí.
Ahí.
AHÍ.
Debía de llegar hasta Renata. Estaba tumbada, en el vacío, inconsciente. ¿Cuánto tiempo había estado allí? Quizás minutos. Quizás años. Debía de sacarla de allí. Pero no podía moverse. Sus fuerzas se habían agotado y lo poco que podía hacer era estirar la mano en un intento desesperado por llegar a su brazo. ¿Y qué haría cuando la tocase? Debía de intentarlo. ¿Cómo se había metido allí? Todo se volvía borroso.
No podía desfallecer él también. O estarían perdidos. Ambos.
Algo tiraba de ellos. Un escalofrió le recorrió la espalda. Como un cubo de agua fría. Algo se estaba rompiendo.
Todo se vino abajo.
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Amanecer Azul
Ciencia FicciónTiempo dificiles... La confederación se esta viendo desbordada por el ataque de los Keres, seres que, parece ser que solo quieran matar y destruir a su paso. La confederación asegura que los tienen bajo control pero cuando Paulo encuentra a Renata...