Regresaban a casa

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Regresaban a casa.

El viaje acabó tan rápido como empezó, pero sabían lo que se encontraban al otro lado. Silencio, un silencio tan profundo y muerto que hasta hizo estremecer al pequeño Erik, aun medio dormido, en los brazos de Jack.

Victoria, aun con las ropas de dormir y las ojeras en los ojos, contempló el lugar. Limbhad, la casa de la frontera, el hogar entre los mundos, los recibió con alegría. Notó en algún lugar de su mente los brazos del alma que la envolvían como una madre de añoranza. Suspiró a su pesar, recordando tantas cosas vividas en aquel lugar, tantos lugares bonitos a los que le había llevado, tantos recuerdos clavados en sus mentes a fuego, para que ninguno olvidara jamás que antes de Idhún, estuvo ella, la casa de la frontera.

—Renovaré la magia en un rato— comentó Victoria, con lágrimas en los ojos. Jack la atrajo para si, y ella ocultó su rostro en su hombro, llorando por primera vez en esa noche.

—Tranquila, pequeña— la intentó consolar— todo está bien...

Erik se removió en sus brazos, señal de que ya estaba despierto, y movió las piernas para que lo bajaran al suelo. Jack lo depositó con cuidado sobre las tablas llenas de polvo, y dejó que el pequeño inspeccionara el lugar.

Sus padres se quedaron junto al alma, con ese bulto en brazos, según le había dicho papá, su hermanita. Erik estudió el rostro de su hermana, en los brazos de su madre, expectante. Tenía los ojos muy azules, y muy brillantes, observó Erik, como los de Christian. Lo miraban con detenimiento y soltura, pero eso solo hizo que Erik se estremeciera por dentro, pero no apartó la mirada, siguieron contemplándose, el chico desde la puerta del salón, y la niña desde los brazos protectores de su madre.

Finalmente, Victoria se puso de pie y le entregó el bebé a Jack, y se dirigió hacia Erik.

—Vamos cariño, todavía es muy temprano— el niño cogió la mano de su madre y ésta le condujo hacia la habitación que había sido anteriormente del dragón. Lo tumbó en la cama y lo arropó hasta la barbilla. El Limbhad no hacía frío, pero Victoria aún temía que los indhuinitas entraran por el alma a arrebatarle a sus hijos.

Cerró la puerta tras de si, deseándole a su hijo buenas noches, y volvió junto a Jack.

—Deberíamos... dormir un rato— comentó, mientras se sentaba junto a él, de nuevo en el sofá. Sabía que ella no podría dormir nada, que se quedaría toda la noche en vela, recordando a toda esa gente a la que había salvado la vida, y que ahora la había traicionado.

—Victoria— dijo Jack, y alzó su barbilla para que la mirara— No pienses más en ello. Ven.

Ambos caminaron hacia la que había sido su habitación, la de ella, y el dragón la tumbó sobre la cama. Dejó a Eva sobre el sillón mullido de la habitación, recostada entre unas mantas, segura, y se sentó junto a la chica.

Le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia si. Le susurró cosas al oído para tranquilizarla, acariciándole el cabello, pero sabía que para ella, el último unicornio, dejar su tierra de origen era como arrancar a un árbol completo de un bosque y plantarlo en el desierto.

–Mañana quiero ir a ver a Christian— dijo entonces, asomando la cabeza por el mar de mantas, brazos y caricias.

—De acuerdo, yo me encargaré de que Erik...— empezó Jack, pero Victoria lo cortó rápidamente.

—No— rajó— quiero que vengáis conmigo, no os quiero dejar solos.

—Pero, Victoria— continuó él, tratando de hacerla entrar en razón—, yo creo, sinceramente, que te lleves a Eva, y que paséis una noche juntos. Estoy seguro de que Christian tendrá mucha ilusión en conocerla. No querrá que un dragón ronde por ahí.

Memorias de Idhún IV: De luz, hielo y fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora