La puerta

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Erik estaba sentado en uno de los sillones individuales del salón cuando su padre entra en la sala. No parece haberle visto, pues parece muy ajetreado, y simplemente deposita un objeto alargado sobre el respaldó del sofá. Después se vuelve a marchar, llamando a su madre a gritos, preguntando si ha cogido “El colgante traductor”, algo que Erik desconoce.

El muchacho se acerca al objeto. Lo ha visto antes, muchas veces. El objeto está guardado en una vaina ferra de color cobre, que parece que palpita. Nunca se atrevió a empuñarla, pensaba que su padre lo notaría o algo, viejas supersticiones. Pero nadie le impedía cogerla ahora, y posiblemente está era su única oportunidad de saciar su curiosidad.

Alargó el brazo. Ya estaba a punto de tocarla. Sintió una especie de calor en los dedos, pero no se detuvo. Rodeó su empuñadura con su mano izquierda, pues era zurdo, y la asió con fuerza.

—¡ERIK!— grita su padre, desde las escaleras. El muchacho, asustado por el grito de su padre, suelta la espada y la deja caer sobre el suelo del salón. Su padre se lanza escaleras abajo, y se acerca corriendo a él.

Erik no tiene miedo, pero se siente intimidado. Ha dejado caer la espalda, y siente que ha sido su culpa y que eso está mal. Se agacha para recogerla, y cuando ya la tiene agarrada, su padre se detiene en seco.

—¡NO…!— grita de nuevo su padre, aunque un tanto más calmado.

Erik sostiene la espada entre sus manos, y mira interrogante a su padre. No entiende muy bien que acaba de pasar, si ha sido culpa suya o es algo ajeno a él. Su padre lo mira como si fuera un fantasma, y no sabe que pensar ante eso.

 —¿Qué pasa?— le pregunta, cambiando el peso de una pierna a otra.

Jack observa como su hijo sostiene a Domivat, sin quemarse, sin arder, sin daño siquiera. Es imposible. Nadie nunca ha podido hacer eso, nadie nunca ha osado o a podido empuñar su espada. Es una espada para dragones.

Para dragones…

—Erik…— empieza a decir, pero Victoria irrumpe corriendo en la sala, con el cabello revuelto y la ara roja.

—¿Se puede saber que son todos esos grit…?— es entonces cuando la unicornio se percata también de lo sucedido. Por un acto reflejo, se saca el báculo de la espalda, donde lo llevaba atado, y lo golpea contra el arma. Su hijo, por el susto y el impacto, suelta de nuevo el arma, dejándola caer de nuevo.

—¡Mama! ¿Qué coño os pasa?— grita Erik, frotándose la mano, pues el báculo le ha rozado.

Ninguno de los adultos contesta. Se han quedado conmocionados tras la escena, mirando atroces hacia la espada del suelo. Está ahí, palpitando su fuego, siempre viva. ¿Cómo la ha podido coger Erik? ¿Es que acaso es…?

Victoria es la primera en reaccionar. Se quita el cabello de la cara tranquilamente, y parpadea unas cuentas veces. Le da un codazo a Jack para que recoja la espada, aunque este ya lo había pensado, y ya la está guardando en la vaina. Los dos adultos miran fijamente hacia su hijo, aun de pie en medio del salón.

—¿La habías cogido antes?— le pregunta la mujer.

—No, nunca— contesta el chico, aún frotándose la mano con fuerza. El báculo le ha dejado una pequeña marca, pero Victoria no le presta atención, es bastante superficial.

—¿Y el báculo? ¿Lo has cogido?— insiste, expectante.

—¿El bacul…?¡Ah, te refieres a ese bastón con la piedra azul— apunta Erik— No, nunca nos atrevimos a tocarlos.

Erik esperaba que sus padres contestaran de alguna manera, pero solo recibe en silencio. Justo cuando pensaba preguntar por la naturaleza del báculo, una presencia irrumpe en la sala.

Memorias de Idhún IV: De luz, hielo y fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora