Orgulloso

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Seguramente su padre estaría orgulloso por haber sacado la mejor nota de toda la clase, pensaba Erik, mientras caminaba hacia la clase de su hermana para recogerla. La mochila era casi más grande que él, y le pesaba bastante, pero intentaba que no se le notara. Él era el más fuerte de todos, pensó sonriendo.

Se acercó a las clases de los de primero de primaria, al último aula, donde un montón de niños de seis años corrían para salir de clase, veloces como gacelas, pues el colegio había acabado por este año.

Como esperaba, su hermanita estaba sentada en la última fila, con un libro que no era especialmente para su edad, concentrada en su lectura mientras todos sus compañeros jugaban y celebraban el fin de curso.

—¡Eva!— la llamó, y la niña levantó la vista lentamente del libro, mientras lo cerraba y lo guardaba en su enorme mochila, también más grande que ella. Se acercó a su hermano, con aquella cara seria e indiferente que mostraba siempre, y que a la mayoría de los niños les asustaba. Para Erik era más una cara que lo molestaba, pero tenía que fingir ante sus padres que adoraba todo lo que Eva hacía. En parte era verdad, pero había cosas imposibles de adorar en ella.

La niña no dijo ni una sola palabra cuando se acercó a su hermano, y ambos caminaron en silencio por los pasillos revueltos. El chico quiso contarle que creía que las vacaciones en las costas de Francia serían fantásticas, y buscaba apoyo en ella, pero Eva se mostraba fría, asentía e incluso le sonrió en una ocasión. Nada de esto sorprendió a Erik, ya estaba acostumbrado.

Por fin salieron al aire libre, y rápidamente Erik detectó a su padre entre todo el gentío. Nunca le era difícil, era como una atracción hacia él, le pasaba con el resto de su familia también, sobre todo con Eva y con...

Christian.

Miró a todos lados, notaba su presencia en alguna parte, al igual que Eva, que se pusieron a mirar a los alrededores, por si descubrían los ojos del hombre en alguna parte.

La mente de Eva iba a toda velocidad. "Papá, papá..." pensaba mientras se acercaban a Jack, que los recibía con una sonrisa. Cuando la alzó en brazos en el aire y le dio una vuelta, a Eva se lo olvidó el extraño presentimiento que había sentido, y se centró en Jack. Nunca lo había llamado papá, sabía que no lo era, pero sentía una extraña conexión hacia él, algo que le decía que no debía juntarse con él, que era peligroso, pero a la vez le decía que con él era el mejor lugar del mundo, que nunca la dejaría sola. Sonrío un poco cuando le dejó en el suelo, y procedió a abrazar fuertemente a Erik.

Pero ninguno de los tres se sentía tranquilo, pues sabían, de alguna manera, que Christian estaba cerca. ¿Dónde? Nadie lo sabía.


En uno de los arbusto que rodeaban el colegio, Christian si que los estaba observando. Había notado en las mentes de los niños como ambos lo presentían, pero pensaban que era una extraña suposición. Sonrió para si, sabiendo que aquellos niños nunca serían normales, y que tarde o temprano les empezarían a ocurrir cosas, cosas que ningún doctor podría explicar, pero los tres padres habían acordado esperar todo lo posible, y si surgía la necesidad, hablarían, cuando fueran mayores.

Observó como el dragón alzaba en sus brazos a la pequeña, su hija, y la besaba en la frente. El corazón le palpitó más fuerte, viendo todo lo que había crecido. Su cabello era mucho más largo, pardo y oscuro, como el de él. Sus ojos eran mucho más inteligentes y mortíferos, ojos de sheks, y aquella extraña sonrisa, que no llegaba a ser radiante como la de su hermano, era algo tan hermoso que llenaba por dentro a Christian.

Ya tenía seis años, y hacía como mínimo tres que no la veía, había tenido unos cuantos problemas, pero por fin había conseguido acercarse a la capital de España para ver por fin a su familia.

Memorias de Idhún IV: De luz, hielo y fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora