Despertar

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Christian había entrado por la ventana de la habitación de su hija. Hacía rato que había notado que había visitantes en la casa, pero no le apetecía hablar con ellos, no tenían nada nuevo que contarle. Cerró las cortinas para que el brillante sol no cegara la vista de su hija cuando despertara. Hace un rato notó como la mente de su hija se iba despertando poco a poco, y quería estar ahí para cuando lo hiciera.

Se sentó junto a ella. Erik había bajado tiempo atrás, y el lugar donde había dormido era un revoltijo de mantas. Se acostó a su lado, observando como su pecho se levantaba y volvía a bajar lentamente. Sus mejillas y color de piel volvían a lucir como antes, y ya no estaba tan fría.

Llegaron a su mente los pensamientos de Jack, que por alguna razón, siempre pensaba muy alto. Pensó que era por ser un dragón, debía de gritar. Iban a volver a Idhún, y no tenían pensado llevarse a los dos niños.

Christian sonrió, sabía que Eva no se quedaría para ver como sus padres se marchan, quizás para no volver, y a él no le apetecía mucho dejar a su niña atrás. Además, había prometido no hacerlo.

Un grito mental rasgó su mente. Eva se había despertado por fin. Pero no había abierto aún los ojos, era solo su mente la que gritaba, probablemente aún bajo los efectos del agudo dolor, hace tres noches.

—¡Papá!— abrió los ojos de golpe, y se enderezó como si la hubieran empujado. Se agarro la cabeza con las manos y empezó a llorar.— Erik… papá… mamá… Jack… duele… frío…

Christian, sin pensarlo, la estrechó entre sus brazos, dejando que apoyara su cabeza en su pecho. Los ojos de Eva se habían inundado automáticamente de lágrimas, y sollozaba en un dolor leve.

—Tranquila, pequeña… ya pasó todo. Yo estoy contigo— le dijo, susurrándole al oído. Eva dejó de sollozar en unos momentos, y solo se oía las pulsaciones de su rápido corazón.

Christian estuvo acunándola durante largos minutos, sin decir nada, solo le susurraba que todo había pasado. Al cabo de un rato, Eva parecía tranquila y serena de nuevo, como había sido siempre. Se separó un poco de su padre, y mirándole a los ojos, le dijo:

—Papa— le llamo. Christian le acariciaba la espalda lentamente, eso reconfortaba enormemente a Eva— Me he… me he transformado, ¿verdad?

El shek no supo que decir, simplemente se le quedó mirando, como si no la reconociera. Y ciertamente, así era. Su hija ya no era la pequeña niñita con el cabello hasta la cintura, con ojitos electrizantes pero secretamente asustados, y la seguridad con la que parecía vivir. Ahora era ya una mujer. Su cabello seguía largo y ondulado, muy similar al suyo. Se había dejado crecer el flequillo de niña pequeña, y ahora le redondeaba la dulce cara. Sus ojos ya no parecían asustados, menos en aquel momento, que no tendría que volver a aparentar nada, ya no. Ahora demostraba que estaba tremendamente asustada.

—Eva…— le susurró, acariciándole el rostro. Ella cerró los ojos, y giró el rostro hacia su caricia, reconfortada.—Eva, lo siento tanto, lo siento… debería haber estado contigo, enseñarte cosas, lo siento…

La abrazó con todas sus fuerzas, y por un momento le pareció que se había convertido en shek y la estrujaba entre sus anillos, afectuosamente. Eva, su pequeña niña, ahora ya era como él. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo la entrenaría? Nunca se había esperado ser padre, y nunca se había esperado tener hijos sheks, nadie le había entrenado. Su progenitor era un brujo humano, y su familia shek nunca mostró afecto hacia el. Por una vez, se sentía solo e indefenso. No sabía que hacer.

—¿Cómo aprendiste todo?— le preguntó, luego.

—No lo se— contesto ella, temblando un poco— Me salía solo. De pequeña, cuando escuché por primera vez la mente de mamá… fue… fue…

Memorias de Idhún IV: De luz, hielo y fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora