Prefacio + Capítulo Uno: Trasov Vil

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Prefacio

Él era lo que siempre y nunca había soñado. Esa clase de sueño que no te atreves a verbalizar y que guardas en secreto para tus momentos de soledad. Esa clase de sueño que te acelera el corazón y te hace sentir como si nunca antes hubieses vivido. Eso era él. La revolución que te atrapa mucho antes de que seas consciente. El jaque mate a mis pensamientos y a mi forma de ver el mundo. Él era todo eso y mucho más. Ese imán gigante del que ni puedes, ni quieres escapar.

—¿Dónde estás? ¿Por qué volamos tan alto? No encuentro el pañuelo negro con el que me tapabas los ojos, pero no importa, así estoy mucho mejor. No subas más, ya sabes que no me gustan las alturas, aunque sé que nunca me dejarías caer... En realidad, ya he caído. Caí en el instante en que tus ojos me despertaron y tu sonrisa me desnudó. Te bastó un segundo para inundarme con tus plumas negras y me bastó un segundo para despedirme y saltar.

Cuando eres hierro y el imán tira de ti, no hay nada que puedas hacer, más que dejarte arrastrar. 

Capítulo Uno: Trasov Vil

Me despierto con la nariz helada. Odio cuando me pasa esto. No me hace falta salir de la cama para saber que es un día feo y gris, de esos en los que me da por pensar en el paso del tiempo, en el rumbo de mi vida y en cómo, en ocasiones, me siento totalmente a la deriva. Es como si la lluvia me arrastrara hacia su estado de ánimo, triste y taciturno. Así que remoloneo un poco más entre las sábanas, intentando posponer el momento de abrir la ventana y ver que, efectivamente, es un día de esos. Menos mal que ya he terminado con el maldito trabajo de camarera. Salir de vez en cuando con mis compañeros lo hacía más llevadero, pero nunca me sentí del todo parte del grupo. Prefería quedar con Justin. Intercambiábamos conversaciones y sexo a partes iguales y estábamos cómodos así; simplemente nos caíamos bien y pasábamos el rato.

¿Cuántas horas de mi vida invertí sirviendo comida a gente que no debería comer tanto? ¿Cuánta energía malgasté intentando llegar a la mesa sin derramar nada, en lugar de enfocarme en lo que realmente me apasiona? Soy demasiado vaga, inconstante, perezosa y siempre me he regido por la ley del mínimo esfuerzo. O quizá debería hablar en pasado, porque por fin he dado el paso. Por fin me paré a pensar, puse las cosas sobre una balanza y cogí las riendas de mi vida; o al menos eso creo... Debería haberlo hecho mucho antes, pero las cosas suceden a su tiempo, ni antes, ni después, y veinticinco años tampoco es ninguna exageración ¿no? La verdad que es una cifra importante, un cuarto de siglo, como se suele decir. Quizá fue esto lo que me impulsó a cambiar de vida y dedicarme a lo que siempre había soñado, los libros. No recuerdo haber sido más feliz que estando rodeada de libros y mejor si son antiguos. Meterme de lleno en sus historias, sus leyendas, soñar con la infinidad de posibilidades que ofrecen y viajar a otros mundos sin moverme del lugar. La mitología, las leyendas y los seres sobrenaturales siempre han sido mis mejores compañeros.

El instituto no fue fácil. Fue una etapa por la que tenía que pasar, así que intenté centrarme en la lectura, pasar desapercibida y no darle mayor importancia. Solo mi profesora de arte despertó en mí algún tipo de interés. Oírla hablar de egipcios, griegos, romanos, esculturas y catedrales, alimentaba todavía más mi imaginación. Llegados los dieciocho, decidí mudarme lejos de mis padres. Necesitaba espacio, independencia y dinero. Recuerdo el momento de la despedida como un gran alivio para ambos. Ellos no tenían que soportarme durante más tiempo y yo a ellos tampoco, así que las cosas siguieron su curso natural. Fue entonces cuando comencé a trabajar de camarera, prometiéndome a mí misma que sería temporal, que una vez reuniera el dinero necesario, me iría a otro país. Pero hace falta mucho dinero y todo sabemos cómo es el sueldo de una camarera así que, pasado un tiempo, me acostumbré. ¡Qué manía tenemos los seres humanos con acostumbrarnos a todo! Una manía que hace que pasen los años y no hayas sido capaz ni de pensar, simplemente funcionas como un robot: desayunas cualquier mierda, maldices madrugar y te quejas de tener sueño durante todo el día; te arreglas lo justo para no asustar a nadie, trabajas, repites mil veces en voz alta y baja que quieres terminar ya tu turno, llegas a casa, aplastas el sofá, te pones tu serie favorita mientras te atiborras de carbohidratos y duermes sintiéndote mal por haber comido tanto. Es un círculo vicioso del que no es fácil salir. Pero salí.

Vuela conmigo (Bilogía "Alas negras" nº1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora