Capítulo 12. Agujetas.

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Agujetas

El despertador me arranca de mi sueño y Déniss no está. ¿Dónde se mete por las mañanas? En el baño hay una nota: "Nos vemos a las cuatro, dormilona". Recuerdo que la primera vez que quedamos, fue a esa hora. Recuerdo nuestra primera conversación y nuestro primer encuentro. ¿Cuánto ha pasado desde aquello? Hago un esfuerzo para calcularlo. Dos meses. Estuvimos juntos un fin de semana, luego se fue durante mes y medio y ahora ha vuelto. Ni siquiera llega a dos meses... el tiempo y su relatividad. La mañana en la biblioteca se hace tediosa, odio los lunes. Lo bueno es que todo el mundo ha vuelto al instituto y a la universidad y no tengo mucho tiempo para aburrirme. Me paso el día recordando nuestro fin de semana, desde la exposición de Elah, mi foto, Déniss apareciendo de repente, las conversaciones, el castillo, el lago... Le dije que le quería y él también a mí. Me da la sensación que todo ha sido parte de un sueño, pero es real, por mucho que me sorprenda lo es. Hoy comienza mi entrenamiento. ¡Yo haciendo deporte! No dejo de repetirme una y otra vez que tengo que ser capaz de aguantarlo. Lo que no sé si podré aguantar es mantener con él las distancias. ¿Es necesario que se ponga tan estricto? Aunque tengo que admitir que me gusta el reto. Su voz retumba en mi cabeza: "¡Nada de besos ni jueguecitos! ¡Se acabó el sexo!"

Suelto una carcajada y toda la sala me mira. Por suerte, me puedo esconder detrás del enorme libro que tengo entre manos y ponerme roja sin que nadie me vea. Son las cuatro y no puedo imaginar lo que se me viene encima.

—¿Preparada?

Déniss me espera en el coche con una bolsa con ropa deportiva. Pantalón de lycra, top de tirantes y una chaqueta con cremallera, todo de color negro.

—¿Es mi uniforme?

—Más o menos. Cámbiate mientras llegamos.

De camino en el coche me quito mi ropa y me pongo lo que me ha traído que por cierto, me queda como un guante. Lo pillo mirándome de reojo y no podemos evitar sonreír. Vamos hacia un parque que hay por las afueras de la ciudad. No hay mucha gente, solo alguna persona corriendo y otros paseando a sus perros. Déniss me lleva a una zona que queda por detrás de la carretera, un poco más escondida que el resto.

—¿Es aquí donde entrenas a tus reclutas?

—Nada de preguntas. Quiero que des diez vueltas al parque corriendo. Te voy a cronometrar. ¡Ya!

Antes que me dé tiempo a reaccionar, estoy corriendo como un hámster en su rueda. Odio correr. Pero no puedo parar o no querrá seguir con esto. Evito mirarle y me concentro en la carrera. Cuando llevo cinco vueltas creo que me voy a morir. Quiero parar, quiero llorar, quiero gritarle que me perdone las otras cinco, pero me lo imagino a él luchando y me imagino junto a él, en el otro lado y, de alguna forma, mi cuerpo se recupera y consigo hacer las vueltas que me quedan.

—Pensaba que no lo iba a conseguir —le digo con el corazón en la garganta.

—Yo tampoco. Al suelo, diez abdominales.

Cuando llego a las diez, me pide otras diez más y luego otras diez. Mañana voy a estar llena de agujetas.

—Muy bien, ahora toca estirar. Abre las piernas e inclínate hacia los lados. Ahora pon una delante de la otra, así. Estira los brazos. Flexiona las rodillas y sube hasta tocarte los codos.

Hago todo lo que me dice en completo silencio. No quiero malgastar energía. Después de dos horas tan largas como llenas de agonía, me dice las palabras mágicas.

—Hemos terminado por hoy. No lo has hecho tan mal. ¿Cómo te encuentras?

—Al borde de la muerte.

Vuela conmigo (Bilogía "Alas negras" nº1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora