2. LAS GUERRAS CAMBIAN A LAS PERSONAS

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Capítulo 2. Las guerras cambian a las personas.

El largo viaje en tren lleno de deliciosos dulces de leche y conversaciones banales sobre cuál era la clase favorita de cada uno había llegado a su fin. Los hermanos Pevensie y Violet llegaron a la estación, aunque Violet no estaba segura de que este fuese el adjetivo correcto, pues solo era una plataforma y un cartel con el nombre del pueblo. Y se miraron nerviosos, pues no había absolutamente nadie allí para recogerlos como una de las reglas del programa de protección a menores dictaba.

Media hora después estaban perdiendo las esperanzas, hasta que Susan vió a un carro acercarse a ellos así que rápidamente bajaron de la plataforma, sin embargo, el carro no paró frente a ellos y siguió de largo sin siquiera mirarlos.

—El profesor sabía que vendríamos. —Violet comentó preocupada, quizá se habían bajado en la estación equivocada.

—Probablemente nos pusieron mal la etiqueta. —dijo Edmund viendo el cartón que colgaba de su abrigo, verificando que estaba todo en orden y que no estaban perdidos en medio de la nada. Hasta que a lo lejos se oyeron pisadas de caballos y órdenes de una mujer, así que se acercaron a ver quien era.

—¿Es usted la señora Macready? —Preguntó Peter cuando la mujer paró el carruaje frente a ellos.

—Lamentablemente. —la mujer miró a los hermanos de manera despectiva, observando sus ropas visiblemente enmendadas a mano, no obstante, a Violet le dedicó una sonrisa de aprobación al ver su vestido rosa con estampado y un lindo chaleco celeste de lana. —¿Eso es todo lo que traen? —preguntó al ver las pocas maletas que los niños llevaban.

—Sí señora, es todo. —Respondió el rubio.

—Aprecio el favor. —Dijo la señora con desdén, para luego decirles que subieran al carruaje.

Peter ayudó a sus hermanas y a la señorita Wright a subir (Edmund denegó su ayuda) para luego subir las maletas de todos y finalmente subir él mismo.

Andaron por unos veinte minutos hasta llegar a una hermosa mansión al estilo Victoriano, Violet pensó que la casa era maravillosa y que su estadía ahí no sería tan mala después de todo. Al bajar del carruaje, la señora Macready llamó a Ivy (una de las sirvientas) para que llevara a los caballos al establo, mientras ella le daba el recorrido a los niños.

—El profesor no acostumbra a tener niños en casa, así que preparé una serie de normas que deben de seguir estrictamente. —avisó subiendo las escaleras que llevaban al ala este de la mansión. Se detuvo en la mitad de estas y miró a los niños. —Está prohibido gritar, correr, salir sin mi permiso, no deben usar indebidamente el montacargas, los niños no se acercarán menos de 50 centímetros a la señorita Wright si no es por algo estrictamente necesario. —dijo mirando a Peter y a Edmund, para luego posar su vista en Susan, la cual estaba a punto de tocar una estatua. —¡Y no tocar objetos históricos!

Susan se sobresaltó por el repentino grito del ama de llaves y avergonzada puso las manos detrás de su espalda. La señora Macready la miró desaprobatoriamente y guió a los niños a las habitaciones.

—Los niños dormirán en esta habitación. —dijo la ama de llaves abriendo la primera puerta a la derecha del pasillo. —Y las niñas dormirán en esta otra. —señaló la segunda puerta a la izquierda. —Les daré la tarde para que se acomoden, la cena se servirá a las 19:30.

violet | peter pevensieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora