Un encuentro inesperado

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Espero a Zack en la puerta de mi habitación. Siento mucho ansiedad y mis manos se mueven como si estuviesen tocando una batería imaginaria. Me siento deprimida, sin saber exactamente la razón y no logro desconectar el ruido interno que tengo en mi cabeza. Siento la terrible necesidad de consumir drogas y dejar que fluyan por mis venas, aliviando todo lo que estoy sintiendo, pero sé que es casi imposible conseguirla aquí y no quiero que la única persona agradable que conocí se convierta en mi traficante.

Percibo un delicioso aroma y noto que Zack se está acercando con un caminar moderado. Ha tenido un cambio de ropa y ahora usa una camisa blanca, chaqueta marrón y jeans con unos lentes de sol que lo hacen lucir como si fuese un Ken humano. Espero a que llegue para sonreírle e intento parecer lo más normal posible pero mi sonrisa nerviosa me delata.

—¿Ansiedad? —dice negando con la cabeza.

—Un poco —respondo apenada.

—Lo tomaré en cuenta —me devuelve una sonrisa para tranquilizarme—. Ahora vamos a nuestro destino.

Caminamos por varios minutos, la salida parece estar muy lejos de las habitaciones. Pasamos por largos pasillos por los cuales no transita ni una persona. Por un momento pienso en escaparme, sería la oportunidad perfecta, no sé qué tan rápido corre Zack, pero yo sé escabullirme a la perfección; escaparme de casa me había convertido en una experta en la materia.

Llegamos a un enorme portón, hay dos grandulones parados, uno de cada lado. Mis intenciones de escaparme desaparecen al observar las armas que tienen en los bolsillos. Uno de los hombres oprime un botón y  un portón se abre automaticamente, el otro hombre enciende las luces y me doy cuenta de dónde estamos: un estacionamiento.

Zack me hace una seña y yo lo sigo, detrás de nosotros vienen los fortachones. Caminamos hasta llegar a una camioneta negra, de cauchos enormes y aspecto terrorífico. Los hombres abren la puerta y uno de ellos me ayuda a subir mientras que Zack logra subirse sin ayuda. Los hombres parecen ser los choferes ya que se sientan en la parte delantera. Una pequeña cortina se desliza bloqueando nuestra vista hacia ellos. Sólo me quedan las ventanas para asomarme.

Escucho el sonido de otro portón abriéndose. La camioneta avanza y observo fijamente a la ventana por más de 5 minutos, pero no logro ver nada, sólo el cristal negro.

—No conseguirás ver nada —comenta Zack.

—¿Por qué? —me vuelvo hacía él.

—Tenemos una regla y es que, ninguno de los que están en el reformatorio pueden tener conexión con el mundo exterior —explica.

—¡Eso es una locura! ¡Estoy en Londres! O es lo que recuerdo que mi madre había dicho—reclamo.

—De hecho, estas en las afueras de Londres —esboza una sonrisa—.Tu objetivo es recuperarte, no divertirte fuera de este lugar.

Me cruzo de brazos y me hundo en el asiento como una niña pequeña que discute con sus padres. Luego de unos segundos, me aburro de ver el cristal negro y cierro los ojos, pero la voz de Zack me hace abrirlos bruscamente.

—No te duermas, no es tan lejos.

—¿Acaso no puedo dormir? —pregunto molesta—. ¿Es otra limitación?

—No quisiera que te pasara lo mismo de la última vez —recuerda.

—¿Qué me pasó? —pregunto intentado recordar algo.

—Te quedaste dormida en el camino hasta acá, y luego no despertabas. No sabíamos exactamente lo que te estaba sucediendo —relata.

—Habría sido mejor morir —susurro.

RecuérdameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora