Miranda

1.6K 70 21
                                    

Mi rutina en este lugar es algo detestable y no termino de acostumbrarme. Afortunadamente, he podido saltarme las actividades físicas de mayor impacto debido a mi condición; nunca me ha gustado el ejercicio de cualquier forma. Me he acostumbrado a las medicinas y alguna que otra inyección que deben aplicarme. Mis emociones son difíciles de manejar y pierdo la paciencia fácilmente, lo que me dificulta hacer amigos. Todos me miran como si fuese un bicho raro y el tener que ver a Roberta todos los días hace las cosas aún más difíciles.  Cada día es un nuevo sermón, una amenaza, un castigo y nada parece cambiar.

Como castigo por haber discutido con las personas en la cafetería quejándome de la comida, hoy me han dejado encerrada en mi habitación, lo cual no es realmente un castigo para mí. El estar en paz, sola, sin tener que lidiar con otras personas me tranquiliza de cierta manera.

Me acuesto en la cama y recuerdo los momentos en casa, los rayos del sol entrando por la ventana y despertándome cada mañana porque mi madre siempre abría las cortinas de mi habitación demasiado temprano. Mi madre diciéndome tantas cosas que nunca escuchaba, las travesuras a media noche con Chad y mis amigos de la pandilla. Recuerdos que parecen tan lejanos, como una burbuja que se eleva y cuando está muy alto explota; nada de eso podrá ser como antes.

—¿Jennifer? —alguien abre la puerta.

Reconozco la voz en seguida y me levanto de un impulso.

—¡Zack, estás aquí! —exclamo con una sonrisa en mi rostro.

—¡Vaya! Y decían que habías estado todo el día amargada.

—Nunca dicen nada bueno de mi —resoplo y salgo de la cama—. ¿Qué haces aquí? — pregunto, alisando las arrugas de mi blusa.

—Bueno, quiero que vengas conmigo a un lugar.

—¿Qué lugar? —pregunto, arqueando una ceja—. No quiero otra sorpresa—advierto.

—No es otra sorpresa —suelta una carcajada—. Es un lugar especial —esboza una sonrisa—. Me han dado algunos detalles acerca de tu salud —se frota la barbilla—, pero creo saber cuál es la cura perfecta.

—Seguramente, es droga — esbozo una sonrisa traviesa.

—¡No! —exclama, acercándose a mí—. Música.

Zack me toma del brazo y sale corriendo de la habitación, trato de seguirle el ritmo pero tropiezo. Apenada, froto mis rodillas y hago una mueca de dolor. Zack se arrodilla y desliza sus brazos debajo de mis piernas, hasta elevarme. Ahora camina un poco más lento pero conmigo en sus brazos.

—Ya estamos aquí —me baja al piso—. Se muy cuidadosa.

—¿Por qué tanta prisa? ¿Qué es este lugar? —pregunto, arreglándome el cabello.

—Ya verás.

Zack abre la puerta de madera y me invita a pasar. Pongo un pie adentro, el piso es de madera, rechinando de limpio y siento el olor a muebles nuevos, como si fuese una especie de sala que ha sido renovada. Escudriño el lugar, es un auditorio repleto de instrumentos musicales. No hay ventanas, en su lugar, hay pinturas de músicos famosos colgadas alrededor. El primer instrumento que veo es un piano de cola negro, con unos de esos bancos en los cuales los pianistas se sientan y tocan las hermosas melodías.

—¿Te gusta este? —se acerca al piano y desliza un dedo alrededor—. Es muy antiguo, pero su sonido sigue impecable —extiende su mano—.Siéntate.

Me acerco al piano dudosa y me siento en el banco. Zack se sienta a mi lado y coloca su mano sobre una de las teclas blancas, después da un pequeño golpe y un sonido se produce. Luego, toma uno de mis dedos, lo coloca sobra una tecla y lo hunde en ella, creando un sonido distinto.

RecuérdameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora