¿Bailamos?

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Observo mi habitación, luego de tantos días aquí comienzo a acostumbrarme al tono verdoso y sin vida de las paredes. No puedo quejarme de la cama, es grande y cómoda, podría pasar las 24 horas del día tumbada en ella mirando el techo. El baño es lo suficientemente grande para dos personas, una pequeña ducha, inodoro, lavamanos y una alfombra de trapillo rosada justo al lado de la ducha.

La puerta se abre de un solo golpe, Anneliese entra totalmente cambiada. Luce un vestido marrón, con escote en V y mangas bordadas. El vestido es en corte de trompeta, que moldea elegantemente su cuerpo. La parte trasera deja a relucir un poco de su piel blanca. Su cabello está amarrado en una pequeña cebolla dejando dos mechones de cabello suelto uno a cada lado. Luce un maquillaje casi natural, el cual combina a la perfección con su vestido que es igual de sencillo pero elegante.

—¿Qué haces aún en la cama? —pregunta, tirando una enorme bolsa en la cama.

—No voy al baile.

—Por órdenes de la directora, tienes que ir.

Ladeo la cabeza.

—Si no tengo el vestido que quiero, no iré.

Anneliese saca un vestido de la bolsa, agudizo la mirada pero es casi imposible de creer. El vestido que había escogido estaba arreglado, como si mi hada madrina hubiese hecho magia. Abro los ojos como plato y acaricio la tela suave del vestido. Anneliese está cruzada de brazos, observando la escena como si estuviese viendo el final de una película poca taquillera.

—Ganaste la pelea —dice resignada—. Ahora vístete.

—¿Y el maquillaje? ¡No iras más linda que yo!

Chasquea los dedos y una mujer con una pequeña maleta entra a la habitación.

—Gracias a Dios tengo una respuesta para todos tus caprichos.

La mujer pone manos a las obras. Primero, depila mis cejas hasta dejarlas con la forma ideal para mi rostro. Aplica la base sobre mi rostro, asegurándose de cubrir cada imperfección. Luego, procede a aplicar los distintos tonos de sombra –oscuros, tales y como exigí-sobre mis ojos. Finalmente, da los últimos toques de rubor, máscara de pestañas y labial.

En seguida, otra mujer entra a la habitación y comienzo a sentirme como una estrella famosa. Toma mi cabello y lo masajea. Después de cinco minutos recibiendo un masaje en mi cuero cabelludo, se pone manos a la obra. Toma una plancha para hacer ondas y se encarga de darle volumen a mi pelo; según ella, mi rostro debe verse con más vida y el pelo totalmente liso no ayuda. Decido creerle y dejo que haga su trabajo sin quejarme.

—Pareces modelo de una revista —dice Anneliese, que a juzgar por el tono de su voz, está un poco celosa.

—¿Y no lo soy? —muevo mi cabeza, sacudiendo mi cabello y tocando los mechones que caen a los lados. 

Se muerde los labios y me mira con desaprobación.

—No lo creo.

Me miro en el espejo una vez más y me sorprende lo mucho que cambia una persona con un vestido, buen peinado y maquillaje. Mi rostro ha sido transformado totalmente, no hay rastros de aquella chica de ojeras pronunciadas y cejas delgadas. Los rizos caen como cascada sobre mis hombros. Esbozo una amplia sonrisa y agradezco el trabajo que hicieron en mí.

Salgo de la habitación junto a Anneliese, apenas puedo caminar con los zapatos de tacón alto. Llegamos a un salón enorme que esta noche se ha transformado en una enorme pista de baile. Las luces iluminan cada rincón de la habitación, dejando a relucir hasta el más mínimo detalle de los vestidos y peinados. Hay chicas con vestidos largos y abombados, mientras que otras visten vestidos cortos, luciendo sus esbeltas piernas. A diferencia de lo que pensaba, hay muchas chicas que están casi o igual de lindas que yo. Supongo que un buen maquillaje, buen peinado y lindo vestido le hace bien a todas las mujeres, no solo a mí.

RecuérdameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora