El día en que mi mundo se puso de cabeza

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El día de ayer había estado cargado de muchas emociones y apenas me estaba estabilizando, desconectando mi corazón de mi cerebro, antes de que hiciera corto circuito. Este lugar me ha hecho terriblemente frágil. Lo único en que puedo pensar ahora es que necesito muchas respuestas por parte de Zack. Es imposible predecir cuál será su próximo paso, pero el día ha llegado; voy a confesarle todo lo que siento. Quizás suene repetido, pero aquel día del baile no lo había hecho, nada había sido claro, mis acciones se habían convertido en una cortina de humo que no habían permitido vislumbrar la situación, o al menos eso era lo que yo pensaba.

Salgo de la habitación decidida a enfrentarlo y parece que mi mente lo ha llamado ya que viene caminando por el pasillo donde está mi habitación. Junto a él está una grandulona y Julia, parecen esconder a alguien que camina detrás de ellos. Me escondo detrás de la puerta, intentando descubrir a quién están escondiendo. Al pasar por mi lado, estiro mi cabeza como la de un avestruz, Julia me hace señas para ir al comedor, hago caso omiso y atisbo un mechón de cabello oscuro.

—¡Señorita Candence! —vocifera Julia—. A su habitación ahora mismo.

—Debo ir al comedor, ¿no se sabe el horario Julia? —pregunto, en tono de burla.

La grandulona se acerca a mí con el ceño fruncido y me toma de los brazos. La chica –que parece un tanto asustada– voltea a verme, haciendo que todo en mi interior se revuelva. Sus ojos marrones, cabellera abundante y estatura me parecen más que conocidas. Luego de forcejear un rato con la mujer y seguir detallando a la chica, me detengo en seco y abro mi boca sorprendida. Yo la recordaba, ella era la que estaba besando a mi Chad hace un tiempo atrás.

Me llevan cargada como si fuese un bebé, mientras yo trato de zafarme dando patadas, pero es imposible, soy una debilucha que apenas puede exprimir un limón. Pierdo de vista a la chica cuando se la llevan a otro lugar.

Siento como la sangre sube a mi cabeza. Me había visto obligada a recordar mi tortuoso pasado. Recordar el trago amargo del engaño no era algo placentero, de hecho, era muy vergonzoso. Aunque hoy, finalmente todas mis preguntas tendrían respuestas y una venganza. Si aquella chica va a estar en el mismo lugar que yo, va a sufrir todo lo que yo sufrí.

Las mujeres me dejan libre justo en la puerta de la cafetería. Empujó la puerta con furia y observó cómo la cafetería está repleta de gente, dejándome sin un puesto para sentarme y comer -o al menos un puesto disponible en el cual las personas no me van a hacer mala cara al sentarme-. Camino por la cafetería, esquivando a la gente y buscando un puesto disponible. Atisbo una mesa que parece tener un puesto disponible en el cual finalmente podría desayunar. Hay cinco chicas sentadas en la mesa y una de ellas me parece familiar: cabello corto esponjado, piel oscura y contextura fuerte. La grasa se le sale de los pantalones y las piernas son lo suficientemente gordas como para ocupar dos puestos. Me acerco un poco más y escucho su voz gruesa -aquella voz que me pone de mal humor de inmediato-. Roberta está almorzando con sus amigas y el único lugar en donde puedo sentarme parece ser el de su mesa. Debato por unos minutos si vale la pena sentarme con ellas o simplemente morir de hambre o comer parada y ser la perdedora que no tiene un grupo de amigos.

Rachel, la rubia oxigenada amiga de Roberta, está al frente de ella contándole algo, exagerando cada palabra que sale de su boca con muecas extrañas. En eso, nuestras miradas se cruzan y su semblante cambia. Ahora parece haber adquirido más seguridad en sí misma. En menos de un minuto, Roberta y sus secuaces se vuelven a verme.

—Jennifer, no sé si sabes que para desayunar necesitas comida—dice mirando mis manos vacías entre risas. Siento como la sangre se me sube al rostro. Había olvidado tomar mi bandeja con comida.

Llena de ira, les lanzo una mirada matadora y camino en dirección a la comida. A esta hora no hay fila y logro recoger mi desayuno en menos de cinco minutos. El menú de hoy es: una manzana, arroz, pollo a la pancha, una pequeña taza de sopa y un jugo de manzana. Regreso a la mesa de Roberta, decidida a comer mi desayuno e ignorar cualquier comentario que salga de su boca y sus secuaces, pero como siempre, esto resulta ser una tarea imposible.

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